VII

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Apenas pude ver el apartamento de Daniel cuando entramos tropezando con nosotros mismos entre el pasillo hasta que noté como caía en algo blando que me abrazaba dulcemente. Fue solo un instante, antes de perderme en sus besos sobre mi cuello, descendiendo lentamente como Orfeo hasta los infiernos.

Entonces reparé en la foto enmarcada de una sonriente mujer en alguna ciudad del norte:

-¿Quién es?

-Mi hermana, Esther.-Dijo hablando contra mi piel-Es de las que insisten en tener fotos de la familia por toda la casa.

Sonreí ante aquello y luego seguí perdida en un mar de sensaciones y sentimiento que no lograba entender y clasificar del todo. Cuando sentí una de sus manos acariciando la parte superior del muslo le detuve:

-Espera.

-¿Muy deprisa?

-Demasiado-Susurré.

Él se apoyó sobre sus codos y me miró. Gracias a la luz que se filtraba entre el amplio ventanal pude distinguir alguna cana sobresaliendo entre su oscuro cabello. Aquello no hizo sino hacerme dudar más aún:

-Está bien, no pasa nada. Me dejo llevar fácilmente.

-Creo que yo también.

Me reincorporé en la cama y miré a ambos lados de la habitación. Era una habitación de colores fríos aunque con una decoración cálida, la cama era ancha al igual que el armario. Espaciosa y con luminosidad; me gustaba:

-Te acompaño a la salida-Me dijo.

Arqueé una ceja. Una parte de mi había esperado que hablásemos o que me ofreciese tomar algo pero claro, quizás no era eso lo que se hacía en una relación como la nuestra. Quizás eso eran cuentos de noviazgos o amores que nublan la vista. No podía permitirme dejarme puesto aquel pañuelo sobre los ojos. Yo había aceptado a quitármelo y a seguir con aquello. Aunque si hubiese decidido seguir, por supuesto, no le habría interrumpido cuando me acariciaba. Lo habríamos hecho revolviendo toda la colcha:

-Claro-Respondí.

Cuando estuve en el rellano él cerró la puerta tras de sí y se ofreció a llevarme en coche pero yo no quise aceptar:

-Me vendrá bien caminar-Me excusé-No estoy muy lejos.

-¿Seguro?

-Seguro.

Él sonrió y se inclinó para besarme brevemente en los labios:

-¿Estás bien?

-Sí, es que ha sido todo un poco de sopetón y eso pero estoy bien.

-Vale. Luego hablamos.

No me gustó aquel "luego hablamos" pero tampoco podía decírselo porque le hubiese parecido extraño quizás.

Mientras caminaba por la calle estuve pensando en la forma en la que Daniel me vería. Me había llamado niña, había pensado que no era una de esas chicas que se entregan sin problemas y quizás estaba en lo cierto. Pero yo quería creer que no era tan frágil como para que me importase no recibir un cariño más dulce. Al fin y al cabo, el amor podíamos encontrarlo en cualquier lugar y nadie me aseguraba a mí que yo fuese a encontrar a alguien porque nunca me había interesado. ¿Entonces qué estaba mal? ¿Si no quería el amor del que hablaba Aurora pero tampoco podía entregarme al amor que me ofrecía Daniel?, ¿en qué lugar quedaba yo?

Cuando llegué a mi piso vi a Aurora en la entrada hablando con el que supuse que sería el famoso rubio mágico. Me dio vergüenza pasar por delante así que di media vuelta y anduve hacia un pequeño parque donde incidía el sol que podía calmar hasta el más nublado hueco de mi mente. Quería observar si al cerrar los ojos alguna ventana cerrada podía llegar a abrirse y a dejarme ver que era lo que fallaba y lo que hacía que esa desagradable sensación en el estómago no se fuese. Parecía culpa, vergüenza, miedo...

La vida sigueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora