XIII

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Cuando llegue al piso de Daniel pude ver a Esther saliendo de él. Una mujer alta, elegante, ataviada con un abrigo marrón de cinturón ancho y una estilizada coleta de caballo. Aquello me hizo preguntarme como sería para que Daniel mantuviese las relaciones que mantenía. Aunque claro, nadie podía decirme a mí que ella no hiciese lo mismo.

Cuando subí, Daniel ya me estaba esperando en el rellano de la entrada con un rostro indescifrable que se fue suavizando a medida que yo me acercaba. Quería decirle que deseaba reflexionar sobre nuestra relación pero no llegué tan siquiera a pronunciar la primera palabra. Con una sonrisa de medio lago me agarró de las caderas y ya estábamos besándonos:

-¿Ibas a decir algo?-Preguntó con su nariz rozando la mía mientras deshacía los primeros botones de mi abrigo y lo dejaba caer sobre las baldosas del piso.

-No, no-Repetí totalmente hechizada.

Volvimos a besarnos contra la pared del vestíbulo al tiempo en el que él me quitaba la camiseta sin demasiados miramientos y la arrojaba en cualquier parte. Yo le imité con la suya, desabrochando los botones de la camisa lentamente. Tanto que creo que él resopló en un momento entre irritado y divertido. No esperó a que terminara, él mismo se la quitó sin apartar la vista de mis ojos. Cuando hacía aquello solía sentirme indefensa, de la misma forma en la que si al huir de algo no hallara refugio. Lo que resultaba a la vez que frustrante extremadamente excitante.

Fue entonces cuando me percaté de una suave melodía que surgía del salón. Identifiqué All out of love de Air Supply deslizándose entre las paredes del hogar.

Perdida entre los acordes Daniel me elevó del suelo y me llevó hasta el comedor. En un principio me sorprendí pensando que iba a dirigirme hasta su dormitorio hasta que me posó sobre la mesa principal. La madera resultaba algo incómoda contra mi espalda y el cierre del sujetador se me clavaba como una pérfida aguja. Me pregunté por qué allí y la vaga idea de que quizás acababa de acostarse con su mujer en la cama me atravesó semejando una espada de hielo en el estómago. Para entonces él ya había apartado los vaqueros y las bragas y le tenía casi encima de mí. Entonces, como en un sueño que te mantiene prisionera en mitad de la noche, todas las dudas se fueron disipando sin llegar a desaparecer. Entre empujes rudos, melodiosas voces, humores resbalando entre las curvas de la carne y nuestros propios ruidos animales quedé suspendida en el aire. En un momento en el que ya, casi por inercia, me disipaba con él fui vagamente consciente de que estaba teniendo mi primer orgasmo. Era extraño, como un dolor que se calma. Subían por las caderas unos besos mordedores abrazando la luz de un rayo que se extiende y se alarga en el tiempo. Chillé entre sorprendida y satisfecha. Creía que la primera vez que lo habíamos hecho ya lo había experimentado pero estaba claramente confundida. Cuando volví a enfocar los ojos al igual que un bebé recién nacido le vi mirándome desde arriba con una sonrisa taimada:

-¿Te ha gustado, no?

Yo sonreí:

-Mucho.

Soltó una risita baja y volvió a subirse la bragueta del pantalón. Yo me reincorporé sintiendo que el sudor me había adherido a la mesa y observando que aún llevaba puesto el sujetador. Bajé de la mesa de un pequeño salto y eché un vistazo al amplio salón de muebles de madera blancos:

-¿Quieres algo de beber?-Preguntó desde la parte que comunicaba el salón con la cocina.

-Agua solamente-Respondí poniéndome mis bragas y los vaqueros.

Daniel posó un vaso en la barra que bebí con gusto:

-¿Por qué la mesa?-Señalé.

Él destapó un botellín de cerveza con facilidad y miró a la mesa:

La vida sigueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora