XII

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De pronto se sucedió aquel intercambio de roles para el que no estaba preparada. El cazador vuelto presa. No era que Daniel hubiese perdido aquella seguridad que firmaba en él, ni que estuviese nervioso con respecto a la situación. Simplemente se sentía incómodo con mi reacción. Pues ahí la tenía, estancada en el suelo tratando de dirigir mis ojos, ciegos, a algún punto fijo al tiempo en el que deseaba concentrar mis pensamientos en una única idea:

-¿Cómo?-Mi voz vino aguda y estridente y me pareció que podía haberle hecho sonreír en otra situación.

-Estoy casado, Candela-Volvió a repetir con delicadeza.

Le vi mirarme con cautela, observando cada uno de mis movimientos como temeroso:

-¿Cuándo...? ¿Cuándo pensabas decírmelo?

Él desvió la mirada hacia una de las paredes, pasándose la lengua por los labios como acostumbraba a hacer.

-Candela, es complicado.

-Explícamelo-Dije sin vacilar aunque me temblaban las manos:

Daniel suspiró hacia dentro y se sentó en su butaca. Con un elegante gesto de muñeca me invitó a sentarme en una de las sillas frente al escritorio. Lo hice con el cuerpo contraído en un nudo tensado y perturbado:

-No creo que sea el momento-Apoyó los codos y enterró el rostro entre los puños-Sabía que no debía alentarte a nada.

-A mí no me has alentado, que lo sepas. Decidí yo sola aunque desde luego no me esperaba que estuvieses casado. Habría estado bien que me lo hubieses dicho.

-Lo sé. No es la primera vez que mantengo una relación fuera de mi matrimonio. Quiero a Esther pero la monotonía me aburre, me exaspera-Carraspeó como si estuviese desviándose de tema-Las otras relaciones, por distintas circunstancias, sabían cuál era mi situación pero contigo simplemente no me salió. Lo siento.

-¿Esther?-Recordé la foto de su dormitorio-¿Esther tú hermana?, ¿a la qué le gustaba tener fotos de la familia por toda la casa?

-Esther mi mujer, a la que le gusta tener fotos de la familia por toda la casa-Asumió.

-Por Dios, Daniel...-Me dejé caer en el asiento-Eres un...un...

-Lo sé.

-¿Lo sabes?-El dolor del pecho se intensificó-Menudo sinvergüenza-Dije levantándome de sopetón-Pensaba que solo eras un hombre que deseaba divertirse, no pensé que eras un cerdo imbécil y mentiroso.

Él imitó mi gesto:

-Por favor Candela, vamos a hablarlo.

-No tengo nada que hablar contigo.

Y diciendo aquello me dispuse a salir pero él fue más rápido y colocando una mano sobre la puerta la cerró y echó el cerrojo:

-¿Qué haces?-Le chillé mirándole con ira.

-¿Qué ha cambiado?

-¡Estás enfermo! ¿Qué ha cambiado?-No daba crédito-Estás casado, me has estado mintiendo.

Daniel negó, entre divertido e incrédulo:

-No te he mentido. Nunca me has preguntado. Nada ha cambiado, yo sigo sintiéndome atraído por ti y por lo que te rodea. El que esté casado ha sido un hecho desde el principio, obviado, pero un hecho que no ha dificultado el que pudiese estar contigo. Y una situación que no te pone en ningún aprieto que pueda suponerte un problema. El problema lo tendría yo en el caso de que llegase a descubrirse.

Ningún discurso habría podido convencerme en aquel momento pero aquel mucho menos:

-Me hiciste creer que tú mujer era tú hermana. ¿Eso no es mentir?

La vida sigueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora