Al llegar a casa le pido a Athea hilo y aguja para coser y, cuando me lo da, lo primero que hago es coser el ojo del peluche que le voy a dar a Nicolas en un rato.
Al terminar guardo las cosas que compré y me pongo un top azul clarito, una falda larga blanca y suelta, y unas sandalias simples.
Agarro mi nuevo bolso de tela y meto mi teléfono, el peluche, una rebeca blanca por si hace frío y una pinza azul que me compré esta tarde para el pelo.
Me despido de mi padre y de Athea y me dirijo hacia la playa antes de que anochezca del todo.
Al llegar, camino por la orilla buscando a Nicolas y no tardo en verlo sentado frente a la cabaña de socorristas mirando cómo el sol se acerca más al mar para ocultarse.
Me siento junto a él y ambos nos quedamos en silencio uno junto al otro viendo el bonito atardecer.
— Al final sí que has venido, — comenta cuando empieza a anochecer.
— Te dije que vendría si estuvieras aquí.
Levanto la mirada y le veo mirarme de arriba a abajo en un intento de ser disimulado, pero cuando se da cuenta de que le he pillado aparta la mirada.
Aparto la mirada divertida, — Athea te manda saludos, Nicolasito.
— ¿Conoces a Thea?— se gira sorprendido.
— Es mi futura madrastra supongo. — Agarro la pinza de mi bolsa cuando empieza a hacer viento y me agarro el pelo distraídamente, — vamos a dar una vuelta.
Me levanto y estiro la mano, hacia él para ayudarle a levantarse.
Él sujeta mi mano pero no ejerce fuerza al apoyarse para levantarse.— ¿Y mi regalo? — Comenzamos a caminar y yo le entrego el osito de peluche recién cosido, — ¿le has cosido el ojo?
— Se le iba a caer si no lo hacía.
Sonríe ampliamente y sigue caminando sin apartar la mirada del peluche.
Me sobresaltó escucharle carcajearse y le veo mirando la frase que pone en la parte de atrás de la camiseta y de la que no me había percatado en la tienda.
— ¿Qué pasa? ¿Qué pone ahí? — Él sigue carcajeándose y yo me empiezo a poner nerviosa, — ¡Ey no te rías! Dime que pone, Nicolas.
Nicolas trata de aguantar la respiración para evitar reírse más, pero fracasa completamente y se tiene que detener unos segundos para agarrarse el estómago.
Después de unos minutos de él riéndose y yo insultándole en griego con murmullos, se incorpora y se quita las lágrimas de los ojos.
— Que no sepas lo que pone es más gracioso que la frase en sí, Maia.
Le miro mal e intento arrebatarle el peluche de sus manos sin éxito. — Necesito esas clases de italiano lo antes posible.
— Me ofrezco voluntario para ello.
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Un verano junto a ti. (Borrador)
De TodoMaia y su padre, siempre han sido ellos dos contra el mundo. Solo hasta que su padre decidió seguir su vida y casarse con una italiana preciosa que conoce en uno de sus tantos viajes. Su padre le promete una vida mejor junto con el cariño materno qu...