Capítulo diez

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BILLIE 

Un estadio de hockey era el último lugar en el que una embarazada debería pasar el viernes por la noche.

Otro estallido de aullidos y obscenidades explotó en mi oído e hice una mueca cuando el tipo a mi izquierda casi tiró su vaso de cerveza sobre mí y el abrigo de lana grueso que Denver me había comprado. Inevitablemente se había convertido en mi favorito.

Él era un consentidor total y eso que su pequeño sobrino o sobrina no había nacido aún. Recordé la expresión que puso Rhory al ver el conjunto de pijamas diminutas esparcidas por todo su sofá de cuero que exudaba aroma a macho soltero y me dieron ganas de reír.

Excepto que el sujeto a mi lado volvió a empujar su culo fuera de su asiento en el momento exacto en el que el equipo de los chicos anotó otro gol, y todos vimos cómo el disco cruzó directo hacia la línea de meta, pasando entre las piernas del portero del equipo de la Universidad contraria. Me empujó por quinta vez en la noche y ya estaba un poco harta.

Antes de que pudiera reprocharle, la persona a mi otro costado le hizo un gesto para que se tranquilizara.

—Oye, ten más cuidado —Em le frunció el ceño y le apuntó hacia nuestros asientos—. ¿No tienes suficiente espacio, amigo? Apenas si podemos sentarnos aquí sin que estés bailando el hula-hula sobre nosotras.

El sujeto se sonrojó y murmuró una disculpa en mi dirección antes de sentarse y entablar una conversación con la mujer a su lado, que suponía que era su esposa.

Le sonreí a Em por el gesto.

—Gracias por eso.

—No hay de qué —respondió. Emerson hizo sonar el chicle en su boca cuando lo explotó y miró brevemente hacia la pista en la que ambos equipos seguían persiguiendo el disco. Miré el marcador. Ocho puntos a seis. A nuestro favor—. Entonces, dime de nuevo a quién estamos apoyando.

Reí. Emerson no era una fanática del hockey, pero cuando le pedí que fuera mi acompañante para el juego no dudó dos segundos antes de aceptar. Tuve que explicarle lo básico en el camino hacia el estadio y absorbió cada una de mis palabras como si estuviera viendo uno de estos programas de televisión en donde la gente supera obstáculos o cae en el agua turbia.

—Nuestro equipo es el que lleva el uniforme blanco —le dije, atisbando al número siete parado en la portería. Aunque llevaba casco y todo su equipo de protección, podía sentir su energía desde donde estaba sentada. Energía pura, masculina y alucinante. Me hormiguearon los dedos—. El partido terminará pronto, pero deberíamos salir de aquí antes de que lo haga o esto se convertirá en una estampida de fanáticos del hielo.

Su expresión se tornó horrorizada.

—No me digas que por eso conservan esas horribles barbas puntiagudas, ¿acaso es un requisito para ser un verdadero fanático del hockey? —hizo una mueca, observando a su alrededor al montón de hombres barbados en el estadio que regaban cerveza cada cinco minutos—. Bueno, vámonos antes de que descubran que ninguna se deja crecer el bigote por más de unas semanas.

Me reí. Tomé la mano que me ofreció y comenzamos a bajar las escaleras en dirección a la salida.

Emerson abrió la boca, sorprendida. —Eres algo famosa, ¿eh? —Apuntó hacia un grupo de chicos en la fila debajo de nosotras, los tres utilizando camisetas a juego con mi apellido en la espalda.

Negué, sabiendo que no se trataba de mí.

—No lo creo. Mi hermano es el que es un poco famoso por aquí —señalé hacia donde Denver luchaba contra otro jugador. Lo rodeó en un movimiento veloz y patinó como alma que lleva el diablo hacia la portería contraria. Me encogí de hombros—. Él se lleva el crédito por ser el capitán, así que supongo que tiene un montón de admiradores.

La jugada imposible - Serie Blackstorms #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora