BILLIE
Dicen que el amor de una madre no conoce de límites.
Pero tampoco el aborrecimiento que podía llegar a acaparar cualquier destello de cariño. Conocía demasiado bien ese sentimiento como para ignorarlo. Como para decirme a mí misma que las señales que llevaban allí semanas, palpitando en el fondo de mi cabeza, no eran reales.
Solo estaba triste, ya se me pasaría.
Excepto que no lo hizo.
Y un poco más de un mes después de que naciera Winnie, aquella sensación no desapareció y el pozo en el que parecía hundirme se hizo más y más profundo. Tal vez era igual que mi madre. Tal vez ni siquiera sabía cómo amar a mi propia hija, al menos no lo suficiente como para levantarme de aquella cama y hacer algo por mí misma.
Winnie lloriqueó desde su cuna por quinta vez desde que me desperté, o bueno, desde la última vez que miré el reloj sobre la mesita de noche. Eran las tres y cuarenta y siete de la madrugada. Tenía los ojos pesados por el sueño fantasma, pues realmente no dormía, solo me quedaba allí acostada en la cama con la mirada perdida hasta que la bebé empezaba a llamar porque tenía hambre. Me dolía la cabeza un montón, pero aguantaría unas cuantas horas más para levantarme y tomar algo antes de que alguno de los chicos despertara.
Recogí mi bata felpuda del suelo y me la puse antes de ir por Winnie. Ella retorcía su pequeño cuerpo envuelto en el pijama de estrellas azules que Rhory le regaló, y como si sintiera mi presencia su llanto se hizo más fuerte antes de que la tomara en mis brazos y la apoyara contra mí. Intenté darle pecho, pero se negó. Los labios permanecieron fruncidos y los ojos azules se volvieron aún más llorosos.
—No hagas esto ahora, por favor—supliqué. Podía sentir como mi propia vista comenzaba a ponerse borrosa por las lágrimas no derramadas. Inhalé profundo y mecí a Winnie en mis brazos, arropándonos a ambas con el grueso edredón de la cama.
Ella no tuvo ningún problema en ignorar mi petición, y tras unos cuantos movimientos bruscos de sus brazos, lanzó el primer sollozo. Fue tan ruidoso que por un momento creí que despertaría a uno de los chicos, lo cual no hizo sino aumentar el sentimiento de culpa que hervía en mi interior. Todos estaban cansados y un poco estresados últimamente, la entrenadora Belsky les exigía mucho, entrenamientos hasta altas horas de la noche y nada de entrar a la pista si perdían los exámenes.
Y aunque faltaba poco para que volviera al campus por la licencia de maternidad, durante el mes que habíamos estado juntas había aprendido que Winnie la pasaba muy mal si alguno de los chicos o yo no estábamos cerca. Se encariñaba rápido con las personas. Y por encariñarse me refiero que vomitaba siempre sobre mi hermano cuando la cargaba después de su biberón, le gustaba admirar y jugar con la cadena de oro que permanecía siempre colgada alrededor del cuello de Rhory, y encontraba una paz inquietante cuando Theo la recogía de mis brazos sin una sola palabra y lo miraba entreabierta hasta que se quedaba dormida profundamente en su pecho.
¿El peor de todos? Adrien Wells.
Winnie estaba totalmente loca por él.
La veía sonreír embelesada cuando las grandes manos del jugador de hockey le acariciaban la cabeza, o hacía muecas para ella en su cuna antes de irse a dormir cuando nadie lo veía. Incluso una vez lo vi cantarle una canción. Hace como cuatro días atrás, después de una cena que salió mal con Winnie llorando y negándose a comer y yo perdiendo mi paciencia y llorando con ella, porque era simplemente demasiado.
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La jugada imposible - Serie Blackstorms #1
Novela JuvenilArabella Hawks nunca tuvo voz en el mundo. Hasta que él la escuchó. Hace años, se conocieron en una pequeña ciudad de Alaska entre lecturas a la medianoche y un juego de Santa Secreto. Hace años, él se convirtió en parte de su familia. El chico q...