Capítulo veintidós

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ADRIEN 

—¿Qué le llevas a alguien que te gusta? Algo que diga, nena estoy jodidamente obsesionado contigo. Pero sin parecer un neurótico.

Miré con la boca entreabierta a Rhory, quién aguardaba mi respuesta mientras leía la parte trasera de una lata de salchichas. Para haber nacido en una cuna de oro, a veces tenía gustos muy excéntricos.

—¿Y bien? —chasqueó los dedos frente a mí, sacándome de mis pensamientos sobre salchichas enlatadas y el distintivo olor a supermercado. Que era justo dónde nos encontrábamos, comprando algunas cosas de última hora para la fiesta de inauguración del nuevo departamento de Arabella—. ¿Qué le regalas?

Suspiré, arrebatándole la lata de las manos y devolviéndola a su lugar. En cambio, metí al carrito un frasco de cerezas en almíbar y lo puse junto con las botellas de soda.

—¿Por qué demonios quieres saber eso? —pregunté en su lugar, le lancé una mirada de soslayo a medida que caminábamos derecho por el pasillo—. No creo que puedas estar obsesionado con alguien más que contigo mismo.

Rhory se llevó la mano al pecho, como si le hubiera disparado una flecha en el corazón.

—Ouch —hizo un puchero, luego, sus labios se curvaron en una sonrisa cómplice—. Aunque, cierto.

Sí, que me parta un rayo cuando eso suceda, pensé. Juraría que nunca había visto a un hombre que supiera tanto llegar a los puntos más recónditos y secretos del cerebro femenino tanto como Rhory Abbey, al mismo tiempo que no conocía a nadie que se amara a sí mismo con tanta fuerza como mi amigo. El hombre rozaba lo ridículo, pero bien, si yo tuviera su apariencia y su cartera mis hombros también se echarían hacia atrás de esa manera.

Y no comentaré sobre su cerebro, porque aunque él quisiera hacerse el tonto, me moría de ganas de contarle a los chicos sobre el recorte de periódico viejo que guardaba en sus cosas y que una vez descubrí por error.

El hijo de puta tenía un coeficiente intelectual de doscientos veinte por el amor de Dios.

—Entonces —retomé, girando en la esquina y llevándonos hacia la caja registradora. Miré el reloj en mi muñeca izquierda. Las ocho y diez. Probablemente los chicos ya estaban allí, terminando de arreglar las cosas para la pequeña fiesta que las amigas de Arabella organizaron. Teníamos tiempo suficiente—, ¿para qué quieres un consejo sobre regalos? Tú no tienes novias.

Rhory se encogió de hombros—. Pero tengo amigas...muy buenas.

Puse los ojos en blanco. La fila avanzó rápido, por lo que fui sacando uno a uno nuestras compras, escuchando el sonido de Rhory moviéndose detrás de mí. Coeficiente de un cerebrito o no a menudo me parecía más un niño en un cuerpo de un jugador de hockey de uno noventa.

—Stephanie —alargó la última sílaba, cuchicheando en mi oído solo para fastidiarme. Le sonrió a la chica de la caja con una de esas sonrisas que usaba para sus fanáticas en cada juego y con sus "amigas" que conocía en las fiestas, y me decepcionó profundamente cuando la pobre chica se atragantó antes de devolverle el gesto con labios temblorosos—. Es una mujer dulce que con la que he compartido mi alma.

—Has tenido sexo con ella.

La cajera ahogó un grito sorprendido. Se mantuvo ocupada registrando las compras, pero sabía que estaba escuchando activamente nuestra conversación.

—¿Y? —me estudió bajo sus pestañas, inmóvil ante mi declaración—. Eso no quiere decir que no fue especial.

Puse los ojos en blanco. Me abstuve de comentar que siempre eran especiales, pero eso no significaba que fueran algo más que conexiones casuales. No es que hubiera escuchado alguna queja al respecto. Rhory no hacia relaciones serias, y al parecer, sus amigas tampoco.

La jugada imposible - Serie Blackstorms #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora