Wao

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Santiago tenía dos opciones. Aceptar un desayuno acompañado de Axel -estudiante de medicina- y Anika- probablemente alguien importante- que no dejaba de mirarlo, instigando a qué le informara a la empleada que empezara con el desayuno.
Eso implicaría tener que bajar y sentarse en la mesa del jardín  (estaba demasiado avergonzado para llevarlos al comedor) y explicarles muy resumidamente como irían las cosas desde ese punto hasta el final.
Era una conversación demasiado importante para tenerla completamente vestidos y decentemente peinados. Anika, para su sorpresa, hizo un gran esfuerzo por domar el cabello que caía hasta mucho más debajo de los hombros. Axel dió uso al gel que estaba en el baño, aparentando estar más presentable y menos greñudo.
Los ojos de él estaban perezosos, el cuello totalmente mordido. Las uñas dañadas por tanto arañar.
Santiago sentía dolor en los dedos. Su cuerpo alegremente entumecido, como no en años anteriores, le hizo remember de todo lo que hizo y la increíble agilidad que tuvieron Anika y Axel para durar toda la noche.
Fue a su cajonera y sacó unos shorts flojos, y una camisa igualmente floja. Pidió disculpas y  no tardó mucho en humedecer su cabello. Lo agarraron de una manera desvergonzada, tanta pasión contenida con unos semis desconocidos.

–No puedo quedarme tanto tiempo como sé que deberia,– dijo Axel, dando forma a su cabello tipo weavy—. Tengo que ir a la terminal para tomar el bus.

–Es un desayuno— se medio quejó Santiago—. También tengo cosas que hacer después, pero obviamente esto es...

Axel jugó un poco más con su cabello. Luciendo satisfecho cuando según el ya estaba arreglado. El muchacho se limpio el rastro de gel de sus dedos. Dedos elegantes, como de pianista.

Dedos que lo recorrieron de pies a cabeza. Que lo despeinaron, que lo acariciaron torpemente pero de alguna manera cumpliendo su objetivo en medio del fulgor de la pasión. Todo pensamiento  racional fue cortado, observando cómo el agua limpiaba esas manos.

—Si, doctor. Es importante, pero.

—¿Disculpa? ¿Donde consigo ropa?

Ambos se giraron. Anika los miraba desde el marco de la puerta con el cabello recogido en una alta cola de caballo, y el rostro fruncido con fastidio. La mujer era bajita, curvilínea y más rápida que una bala.
Santiago fue a la cajonera, dándole una camisa y también un par de shorts. Axel dió unos cuantos aplausos, viendo algo especial.
¿Que tenia de genial eso?
Las piernas de la mujer parecían un campo de guerra, lleno de cicatrices, desde finas líneas como si alguien lo hubiera dibujado con marcador punta fina, hasta tan grandes y desgarradoras que Santiago sintió fascinación y perturbación al mismo tiempo.
Esas piernas estaban demasiado bien si no fueran por las cicatrices, que se perdían por la línea de los shorts. Alzó la vista, para encontrar una mirada muy enojada de Anika.

—Bien. Empezamos a juzgar eh?— a pesar del gruñido, había algo de inseguridad en su voz—. De todo lo que pudieras elegir, escogiste mis piernas.

Santiago se movió en la habitación.

—Por favor, bajemos al jardín.

Anika pasó hecha una tromba. Axel aguardó un poco, confundido por lo que acababa de ocurrir.

—Yo no la estaba juzgando—dijo viendo hacía la ventana—. Solo me impresionó un poco todo el lío de cicatrices.

—Solo hay que hablar.

Bajaron las escaleras, Axel más juguetón y haciendo pequeños ruiditos. Este no tuvo tiempo de admirar la casa la noche anterior. Hizo algunos comentarios y al salir a la luz del sol, dió un par de vueltas con los brazos extendidos.

—El cielo está muy celeste, doctor. Hay que disfrutar de esto.

No había nadie más en la casa, excepto ellos y su empleada. La mujer sirvió la comida en la mejor vajilla que solo se sacaba en ocasiones importantes como fin de año o navidad. 
Anika vio con hambre la comida, sonrió un poco gustosa  pero tuvo la delicadeza de esperar a que Santiago y Axel estuvieran dispuestos a empezar.

—Yo...yo tuve un gran inconveniente y debido a eso, estuve ayer en... En el lugar donde nos encontramos.

Sentía como si el mundo le diera vueltas. Sofocado por la terrible realidad que había afrontado las últimas semanas. Hizo un esfuerzo para sacar todo.

—Mi pareja, me engañó con un interno. Yo no debí actuar como actúe pero...pero

Axel abandonó su cuchara con la cual pretendía tomar un bocado de huevos revueltos.

—Con todo el respeto que se merece. Todos en la facultad saben lo que ocurrió.

Anika soltó una risita.

—Nosotros hicimos muchas cosas fuera del decoro.

Santiago le dió una mirada indignada mientras Axel se medio escurrió en su propia silla, avergonzado.

—Esos temas no son apropiados para tratarlos en este momento.

Anika se deslizó en la mesa, su mano estirada jugueteando con una servilleta.

—¿Y cuando será apropiado hablar de lo inapropiado? ¿Solo en la cama cuando nos pidas y hables de tus más sucias demandas? ¿Solo allí mostraras tus intimidades?

Axel escondió su cara entre sus manos.

—¡Tú eres demasiado!

—Lo fui, lo soy y siempre lo seré— exclamó con orgullo—. La mejor de la selección, la mejor del campeonato. No tengo problema en hablar de temas así. Tu no eres un santo, tuviste hijos y sabes muy bien de lo que hablo.

—Hay formas y formas—dijo con los sentimientos encontrados—. También momentos, y este ciertamente no lo es.

Axel se veía incómodo y pidió tiempo fuera.

—No es lo que esperaba de una conversación mañanera. Uhm, ¿Pueden calmarse?

Anika se cruzó de brazos y le dió una mirada petulante a Santiago.

—¿Tan difícil es aguantar una infidelidad y seguir con tu vida?

—No. Por más que yo quise, ella me dejó en claro que ya no quiere nada conmigo.

Ya no quería comer, deseaba esconderse en su habitación y pasar allí todo el día. Olvidándose del mundo, de la traición que le desgarraba el alma. Tomó un poco de su bebida favorita, negándose a llorar frente a su estudiante y la supuestamente genial Anika Herrera.

Los ojos de Anika se desviaron con algo de arrepentimiento por sus dudas palabras. De repente se puso de pie y le puso la mano en el hombro.

—¿Es ella?

Axel se quedó a medio comer el desayuno, con los ojos como platos observando algo digno de una película de terror. Santiago también la vio, caminando hacia él, con su cabello ondeando al viento y una mirada interrogante. La mujer con la que compartió más de 20 años.

— Es ella.

Caída en desgracia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora