único

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La primera vez que Anika conoció al mar, tenía 15 años en un viaje. Era tan estúpida y estaba emocionada por eso, acompañada de sus compañeras del colegio. En ese entonces usaba el cabello corto y despeinado, según algunos omegas se veía atractiva. No le interesaban esas cosas, era tímida a morir. 

El viento levantaba su cabello en todas las direcciones posibles. Conduciendo el carro de Santiago hizo un gran esfuerzo para no reírse. Sofocada por las emociones que inundaban su cuerpo, sintiéndose liberada al saberse que su destino estaba más allá de lo que ella había pensando en sus 15 años o en las noches de su peor desesperación.  Aferraba sus manos al volante, totalmente absorta en la carretera llena de arboles. 

Era dificil desligarse del deseo de tomar la mano de Axel. El aroma del muchachito la alteraba en sentidos que no admitiría en voz alta. Olía a su postre favorito, uno que hacía su madre cuando le daba la gana de entrar a la cocina cuando la servidumbre no estaba. Pocas veces sucedía eso, y el condenado olía a eso, al igual que el césped recién cortado. 

Un aroma que había jurado odiar, malos recuerdos traía eso. Cuando le hacían faltas y caía, su rostro siendo arrastrado en la lluvia. La falta de respiración debido a esos choques, las terribles operaciones y aún así, ella estaba sentada en ese carro medianamente lujoso. Deseaba enterrar sus dedos en el cabello de Axel y olerlo tal como lo hizo en la noche. Le sorprendía lo distante y vergonzoso que parecía fuera de la habitación, convirtiéndose en otra persona en medio del apasionante encuentro. 

Nunca podría olvidar eso, la sed de necesidad que él poseía. Lo ardiente de su mirada, más alfa que cualquiera que conoció en el pasado. Eso fue lo que la hizo doblegarse, nadie quien lo intentara lo consiguió. Se dejó guiar por la fuerza de él, ansiosa por lo que él lograría con ella. Para su consternación, su manera de actuar no iba acorde a la inexperiencia que él tenía. Vio una leve duda en sus acciones, causando una risa en su momento. Tomó su mano, y ayudó, compartiendo el momento con Santiago que fue maestro. 

Un maestro diferente a lo que el muchacho tenía en mente. Enseñándole donde y como. En que tiempo y a que ritmo, todo con una paciencia admirable, a pesar de que obviamente se aferraba a lo poco que le quedaba de cordura. Ya no era el estudiante en bata blanca y con mirada brillante, curioso. Aquella curiosidad estaba siendo enlazada a otro tipo de cosas, que aparentemente él no pensó todavía. 

Allí fue todo, yendo a lugares que no planeó cuando fue al bar. La desnudez, sin que a ellos le importara sus horrendas cicatrices, teniendo ellos sus propias imperfecciones. Fue mayor la necesidad y la urgencia de saciarla, de conocer hasta que punto podían llegar ambos. Eran simples personas que ya no se contactarían nunca más . Pensó eso hasta que sintió la linea de dientes arrastrarse hasta su cuello. Una abrasadora excitación le volvió la mente en blanco. 

Vio por encima de su hombro, estaba más allá de su cabello suelto y desordenado. El sudor resbalaba por su rostro, por todo el cuerpo en general. Santiago temblaba bajo su toque. Recordaba la mirada de Axel, el calor que le transmitía y no dudó.

Nadie la había alcanzado de esa manera. Un chico de 19 lograba ese mérito. No pensó mucho, le vino a la mente las solitarias noches en su habitación, la soledad al estar alejada de sus amigas. Él mordió y ella se dejó llevar

—Deja de pensar en eso.

Volvió su mano al puesto original, no queriendo incomodar a Axel.

—¿Muy problemático para tu joven mente?

El chico tenía apoyada el brazo en la ventanilla baja. El cabello lleno de gel impedía el libre movimiento, al menos lo que ella conocía por su propio tacto. Un rubor interesante cubrió las mejillas de Axel, y le lanzó una mirada avergonzada.

Caída en desgracia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora