El salvavidas

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A la mañana siguiente, lo despertó el olor a mantequilla y a café recién hecho. Al principio creyó estar soñando. La noche anterior no había cenado y su estómago se quejaba. Los primeros rayos de sol ya entraban por la ventana cuando decidió levantarse. La cama de Katsuki estaba hecha y no había rastro del rubio. Se dio cuenta de que aquel delicioso olor procedía de la mesa, donde descansaba una bandeja con un desayuno completo y una nota: 

Sé que esto no compensará ni mucho menos lo que pasó anoche, pero espero que al menos te ayude a empezar el día con buen pie. 

K.

Sonrió. Con la mente descansada, era capaz de ver las cosas con perspectiva y, quizás, la noche anterior se había comportado de una forma demasiado dramática, pero al ver el marco que su madre le había regalado roto y tirado en el suelo... 

Tomó un sorbo del café. Todavía estaba caliente, por lo que suponía que no hacía mucho que Katsuki había abandonado la habitación. Tenía un toque a canela, como le gustaba. 

Miró la fotografía de su madre y él. Todavía reposaba sobre la lámpara de noche, justo en el lugar donde la había colocado Kacchan. 

Sí, quizás había sido demasiado dramático, pero ahora que lo pensaba, era la primera vez que se había permitido llorar de esa manera por su madre. Desde el día del funeral se había encontrado en un extraño estado de negación que le había impedido ver la realidad de lo que estaba ocurriendo: sabía que su madre había muerto y que no volvería, pero su mente se negaba a reaccionar. Sentía como si, en cualquier momento, su madre fuera a aparecer por la puerta de su habitación con una bandeja de galletas caseras para preguntarle cómo le había ido el día. 

Incluso su padre se había preocupado por él al ver su falta de reacción. Sí, había derramado algunas lágrimas de manera silenciosa y calmada, pero en ningún momento se había desmoronado de la forma en la que todos esperaban que lo hiciera. Al fin y al cabo, Inko y él siempre habían estado muy unidos. 

Pero aquella burbuja se había roto definitivamente aquella tarde al escuchar el crujido del cristal. Por fin lo había asumido: Inko no volvería por más que lo deseara. 

Se secó una lágrima traviesa que recorrió su mejilla y tomó otro sorbo de café. Lo que había ocurrido el día anterior no había sido la mejor forma de hacerle reaccionar, pero al menos ya había despertado de su letargo y ahora debía enfrentar la realidad. Pero antes, había algunas cosas que debía resolver. 



En toda la mañana, no se cruzó con Katsuki, y en cierta forma lo agradeció porque no habría sabido cómo reaccionar al verle. Se suponía que habían aclarado todo, pero aun así se sentía raro después de que ambos se hubieran desnudado emocionalmente frente al otro: él llorando como un niño pequeño y Katsuki contándole sus secretos más profundos. 

Estoy enamorado de ti, Izuku. 

Eso había dicho, y él no había podido responderle. Cuando le había dicho a Katsuki que prefería seguir siendo únicamente su compañero de habitación, lo había dicho en serio. Su madre le había inculcado los pilares sobre los que se debían sustentar una relación sana: amor, respeto, confianza, comunicación... y en apenas un día, Katsuki había arrasado con todos y había vuelto a construir sobre los cimientos derruidos de su incipiente relación. Ya no sabía qué pensar. Había visto dos caras del rubio completamente distintas: la primera, celosa, impulsiva y violenta; la segunda, comprensiva, tierna y arrepentida. Katsuki era como un animal herido y asustado; podía ponerse a la defensiva y morder sin previo aviso, pero en el fondo no era más que la barrera que usaba una persona que había dado todo por amor y le habían destrozado el corazón de la forma más cruel. 

Compañeros de habitación (Bakudeku)Where stories live. Discover now