Cuarto latido

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Lunes, 30 de septiembre.

Querido Beat,

Esta mañana desperté a mitad de una pesadilla, sudada y temblorosa. Fue mucho peor que esos sueños en los que intentas correr y no puedes, incluso más angustiante que caer desde lo alto de un edificio y despertar justo antes de estrellarte contra el suelo. Sin embargo, todo lo que recuerdo es la palabra m̶i̶e̶r̶d̶a̶ dando vueltas en mi cabeza.

Cuando abrí los ojos, las lágrimas, la respiración acelerada, el sudor y la piel de gallina solo dejaron en mi pecho un profundo miedo. Incluso me costó trabajo tragar saliva, tenía la garganta hecha un nudo.

Creo que la causa está relacionada con la dificultad que tengo para asimilar el proceso de divorcio de mamá y papá. A pesar de todo, las cosas no mejoran entre ellos. Es como si no pudieran tolerar la sola presencia del otro. ¿Cómo es posible que dos personas que antes se amaban lleguen a odiarse tanto?

No entiendo nada, y creo que ese es el origen de mi miedo. También me asusta que mi corazón se acelere al recordar la sonrisa que Ezra me regaló el pasado viernes. ¿Y si todo está destinado a tener el mismo catastrófico final?

La mayoría parece optar por un amor más liberal en lugar del matrimonio tradicional. No juzgo a nadie, pero me hace pensar que la gente está asustada porque el amor ya no funciona de la misma manera. Ya no hay cartas, solo mensajes sin esfuerzo ni sentido. No hay escapadas por la noche, solo noches de diversión. La confianza parece desvanecerse.

¿En qué mundo vivimos ahora? La polución nos deteriora el cerebro, y la verdadera sequía yace en los corazones de los hombres. Parece que a la gente le importan cada vez menos las cosas. La muerte desfila ante nuestros ojos, la pena se desarrolla, y la destrucción se exhibe, pero nos hacemos los de la vista gorda.

No puedo ser así. Cada vez que veo a mi hermanita llorar y percibo el miedo en sus ojos, siento que una parte de mí muere por dentro. ¿Papá y mamá no se han dado cuenta? Creo que no. Parecen hacerse los de la vista gorda, demasiado ocupados con sus asuntos de adultos.

Los gritos son mucho peores ahora, y además, emplean malas palabras. Anoche, tuve que poner al máximo mi reproductor de música para amortiguar el estruendo. 

—¡Quiero que toda esta m̶i̶e̶r̶d̶a̶ se acabe ya! —fue lo que dijo papá al levantarse de la mesa a mitad de la cena, sacudiéndola sin mala intención, solo porque mamá le pidió que dejara el teléfono de lado. Al parecer, papá estaba hablando con uno de sus clientes. Después de colgar, empujó el plato, pronunció la frase y se marchó de casa.

Me asusté mucho. Estaba tan enfadado. Cuando la puerta se cerró, Lacey rompió en llanto.

¿Qué puedo hacer para animarla? ¿Te dije, Beat, que solo quiero verla feliz? Lo pensaré mientras me dirijo a la biblioteca. Ezra me espera. Más tarde te contaré cómo van las cosas.


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Cómo me hubiera gustado disipar el dolor que Lacey sentía, al igual que el timbre ponía fin a mis clases. Me encaminé hacia la biblioteca. Aunque debería haberme sentido animada por el tiempo que pasaría a solas con Ezra, lo cierto es que me encontraba más allá que aquí. La noche pasada no dormí bien; las palabras de mi padre seguían resonando en mi memoria: «M̶i̶e̶r̶d̶a̶, toda esta m̶i̶e̶r̶d̶a̶...» ¿Realmente le llenábamos de tanta infelicidad?

Jamás imaginé que se expresaría tan mal sobre la vida que llevaba con nosotras. Pero, como siempre, busqué consuelo en la música. Como un bucle infinito, reproduje la canción de Pink titulada "Try" hasta llegar cerca de la biblioteca.

Encontré a Ezra de pie junto a la puerta y, nerviosa, me acerqué a saludar. En silencio, nos aventuramos por los pasillos envueltos en anaqueles rebosantes de libros durante un par de minutos. Mi corazón latía con una cadencia inusual mientras observaba cómo deslizaba el dedo índice sobre cada lomo, como si los acariciara con un amor profundo y palpable. Aunque no lograba comprender por completo su fascinación, me resistía a interrumpirlo. Sus ojos se iluminaban con una chispa de curiosidad y admiración al estudiar con detenimiento cada ejemplar, y yo me encontraba fascinada no solo de aquellos libros, sino también de la manera en que él se sumergía en su mundo literario. Cada gesto suyo, cada expresión, resonaba en mi pecho como una sinfonía de emociones, creando una melodía única que solo intensificaba mi conexión con él.

No necesitaba que dijera nada. Su compañía me bastaba, su silencio me reconfortaba, su ilusión me hipnotizaba. Jamás había compartido con nadie más que mi hermana una especie de felicidad tan grande en la que ni siquiera hacían falta las palabras. Era un silencio tan especial: nuestro silencio.

De repente, un fragmento de la canción resonaba en mi mente:


«Cuando hay deseo,

habrá una llama.

Donde hay una llama,

alguien está destinado a quemarse.

Pero solo porque se queme,

no significa que vas a morir.

Tienes que levantarte e intentarlo, intentarlo, intentarlo...»


Definitivamente, en ese momento, eso era lo que intentaba. Lo intentaba una y otra vez...

Ezra se detuvo de forma inesperada frente a un libro de actividad paranormal.

—¿Crees que existen seres que la ciencia no puede explicar? —preguntó de pronto mientras me miraba con curiosidad.

—Bueno... ¿Por qué no? —respondí, en lugar de decir: «A partir de ahora y después de todo lo que el hombre ha conseguido con su tecnología embrutecedora, creo que cualquier cosa podría ser posible.»

El deseo de Navidad ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora