Penúltimo latido

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- INTERVENCIÓN -


Jueves, 25 de diciembre.

Querido Beat,

Las calles aún exhiben divertidos adornos navideños bicolores y luces centelleantes que intensifican la alegría de la temporada. Me encantaría poder contagiarme de ese mismo júbilo, pero no puedo.

Hace apenas un momento, vi a mamá saludar a mi padre. A su lado, sosteniendo su mano, estaba Lacey, completamente somnolienta, abrazada a ese muñeco que se asemeja a Tommy, y en el que aún se pueden ver las costuras en su cuello. A pesar de todo, ella lucía realmente adorable con su cabello castaño oscuro trenzado y su hermoso vestido blanco...


- INTERVENCIÓN -

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Los tres atravesaron juntos la imponente puerta de madera gigantesca, pero papá parecía particularmente despistado. La pequeña Lacey, aprovechando la distracción, se soltó rápidamente. Entre el sinfín de adornos florales blancos, cruzó la multitud de bancas ocupadas por nuestros allegados, entre ellos Leonore, que se hallaba de pie a un extremo de la estancia con una expresión deshecha y herida por la escapada de esa noche.

Sin embargo, para prolongar mi amargura, seguí contemplando a mi hermanita cuando finalmente se detuvo frente al largo cajón de madera.

—Despierta. Anda, ¡levántate y vamos a jugar! —Sin saber lo que sucedía, volvió hacia mi padre, quien, con los ojos cansados y ligeramente abultados, intentaba lucir calmado mientras la levantaba del suelo—. Papá, ¿por qué Faith no abre los ojos?

Papá apretó la mandíbula con fuerza, en un evidente intento por no derramar más lágrimas. De inmediato, los recuerdos de esa noche se ciñeron sobre mí como un balde de agua helada, y las lágrimas amenazaban con empezar a caer.

—Jamás llegué a casa. —Mi voz se quebró. Leonore y yo tuvimos un accidente en su coche nuevo.

La situación se volvió aún más dolorosa al notar la presencia de Alexa, Ezra y los chicos. Permanecían muy juntos, vestían elegantemente ese día, como imaginé que se verían dentro de algunos años. Pero fueron sus expresiones de tristeza y abandono las que me obligaban a voltear, sin la fuerza necesaria para contemplar más de la amarga escena que se llevaba a cabo ante mí.

De repente, escuché al hombre aún vestido de negro, que llamó a la puerta de casa esa mañana decirme:

—Tu deseo de Navidad se cumplió. Ahora se necesitan más que nunca, y será el pretexto ideal para que solucionen sus diferencias.

No, no era así como tendría que haber sido. Me parecía egoísta e inhumano, pero de nada servía enojarme o echarme a llorar. No fue culpa de nadie, tan solo mía. Yo tomé la decisión de escapar esa noche, de beber hasta casi perder la conciencia, aun siendo menor de edad.

—De todas formas, me habría gustado que no terminara de esta manera. No pude disculparme con mamá por escapar esa noche de casa. También les debo una disculpa a los chicos y a Alexa. Tampoco pude contarle la verdad a Ezra acerca de lo que sentía por él y lo que me llevó a huir de su persona. Además, me habría gustado contarle a papá acerca de mis sentimientos con respecto a su idea del divorcio. Y en cuanto a Lacey... Debí asegurarme de que supiera cuánto la amaba. Ahora sé que, una vez que me vaya, este mismo remordimiento no tendrá reparo, ya que no podré regresar. Y si antes creía que estaba sola...

—Nunca estuviste sola, ni siquiera ahora, Faith —me aseguró la muerte mientras, a la distancia, escuchaba el ladrido fundirse entre el eco de los llantos remarcados en la iglesia. La pequeña silueta peluda de color blanco apareció entre la multitud, que ignoraba por completo su presencia, y de pronto, echó a correr en mi dirección con total alegría.

—Tommy.

Lágrimas se desplazaron sobre mis mejillas.

El deseo de Navidad ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora