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Desperté de la misma manera que dormí la noche anterior, y la anterior, y la anterior desde que desperté en ese callejón: con frío

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Desperté de la misma manera que dormí la noche anterior, y la anterior, y la anterior desde que desperté en ese callejón: con frío.

Mi pijama estaba pegado a mi piel y había sudado tanto que podría llenar un balde. Pero no me sentía especialmente mal, solo era el frío que llegaba hasta mis terminaciones nerviosas y me hacía temblar hasta los dientes.

Aún así, me armé de valor y fui a trabajar al lugar que había dejado unos días para esconderme, abrigada hasta los ojos, pretendiendo que así se me iba a ir el frío.

Pero no servía de nada, porque en mi trabajo como mesera debía ponerme una camisa y un delantal, así que tuve que dejar mi chamarra y bufanda en mi casillero.

Sabía lo peligroso que era volver a aparecer entre la gente, pero era eso, o morir de hambre. Tenía mis necesidades, y la comida estaba caducada o brillaba por su ausencia.

—DaIn, creí que no vendrías hasta la siguiente semana, ¿cómo estás?— preguntó Giselle al verme, sonriendo.

—Oh, pude terminar de hacer los trámites más rápido de lo que pensé— dije agarrando mi cabello en un rodete —Me hace un poco de frío, pero me encuentro bien, ¿y tú?

—Igual, gracias. El jefe se va a alegrar de saber que volviste antes de tu permiso, necesitamos un par de manos más últimamente— y con un asentimiento de cabeza, salió de la cocina con una bandeja en su mano.

Suspiré, terminando de atar mi cabello y alisando mi camisa, sabiendo que si mi intento de suicidio hubiera funcionado, no estaría aquí.

Empecé mi turno justo a tiempo, un poco aliviada de estar con muchas mesas ocupadas, porque así tenía menos tiempo para pensar y se pasaban más rápido las horas.

Hoy me tocaba cerrar a mí, así que debía esperar a que todos se vayan para poder limpiar el piso, las mesas y cerrar la puerta.

—Hola, DaIn.

Mi jefe saludó cuando llegué a la barra a esperar que me den un pedido, y yo giré para verle y darle una pequeña reverencia.

—Buenas noches, señor.

—Me alegra que hayas venido, me preocupaba que renuncies al final.

Sonreí forzadamente, sabiendo que ni siquiera era lo suficientemente valiente para renunciar y luego morir.

—Fueron unas semanas difíciles, pero este trabajo me mantiene a flote con los gastos, le quiero agradecer otra vez— y le di otra reverencia que le hizo sonreír complacido.

—Ya sabes, DaIn, si necesitas donde quedarte o ayuda para los trámites del fallecimiento de tu padre, aquí estoy yo y mi esposa, vamos a estar encantados de poder darte una mano. —me puso una mano en el hombro— seguro lo extrañas mucho.

Quise volver a sonreír, pero escucharlo hablar del hombre que me había dejado en esta situación me hizo apretar los puños.

Tragué saliva y asentí.

WRATH | Lee JenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora