Prueba de fuego II

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Thomas no percibió que su corazón latía deprisa ni tuvo tiempo de averiguar cuál había sido la causa de la explosión. En lo único que podía pensar era en los demás Habitantes, que habían quedado separados de él. Ciego por la falta de luz, corrió con Brenda, forzado a confiarle su vida por completo.

—¡Por aquí! —gritó ella. Giraron hacia la derecha en una curva muy cerrada, que lo hizo trastabillar y casi se cayó, pero ella lo ayudó a mantenerse en pie. Una vez que recuperó el paso, Brenda le soltó la camisa—. Mantente cerca de mí.

Mientras marchaban por ese nuevo sendero, los sonidos de destrucción se fueron apagando y el pánico volvió a apoderarse de Thomas.

—¿Qué les va pasar a mis amigos? ¿Y si…?

—¡No te detengas! De todos modos, separarse en grupos es lo mejor.

Durante su huida por el largo pasadizo, el aire refrescó y la oscuridad se volvió más densa. Thomas sintió que sus fuerzas iban volviendo poco a poco y pronto recobró el aliento. Detrás de ellos, los ruidos se habían extinguido casi por completo. Estaba preocupado por los Habitantes, pero su instinto le dijo que era buena idea quedarse con Brenda, pues sus amigos serían capaces de arreglárselas por sí mismos si lograban salir. Pero ¿y si algunos habían sido capturados por quien fuera que hubiera desencadenado la explosión? ¿O si hubieran muerto? ¿Y quién los había atacado? En medio de su afanosa carrera, el desasosiego lo invadió hasta la última gota de sangre.

Brenda dio tres vueltas más; Thomas no entendía cómo podía saber hacia dónde se dirigía. En el momento en que estaba por preguntárselo, ella se detuvo y le apoyó la mano en el pecho para contenerlo.

—¿Oíste algo? —le preguntó jadeando.

Thomas prestó atención pero lo único que escuchó fue la respiración de ellos. No había más que silencio y oscuridad.

—No —le respondió—. ¿Dónde estamos?

—Los edificios de esta parte de la ciudad están conectados por una gran cantidad de túneles y pasadizos secretos. Todavía no hemos llegado muy lejos en nuestras exploraciones, así que tal vez toda la ciudad sea igual. Ellos lo llaman el Submundo.

Thomas no alcanzaba a ver su rostro; sin embargo, ella estaba lo suficientemente cerca como para sentir su respiración. Considerando las condiciones en que vivían, le sorprendió que no tuviera mal olor. No tenía perfume alguno y resultaba bastante agradable.

—¿El Submundo? —repitió él—. Suena estúpido.

—Bueno, no fui yo la que le puso ese nombre.

—¿Cuánto han llegado a explorar hasta ahora? —dijo. No le gustaba la idea de recorrer esos pasadizos sin saber qué les esperaba adelante.

—No mucho. En general nos topamos con Cranks. Los verdaderamente malos, los que están muy idos.

Eso hizo a Thomas girar en redondo como buscando en la negrura algo que no sabía qué era. Su cuerpo se puso tenso del miedo, como si acabara de saltar al agua helada.

—Bueno… pero ¿estamos seguros? ¿Qué fue esa explosión? Tenemos que regresar a buscar a mis amigos.

—¿Y Jorge?

—¿Qué?

—¿No tendríamos también que ir a buscar a Jorge?

Thomas no había querido ofenderla.

—Claro, Jorge, mis amigos, todos esos larchos. No podemos abandonarlos.

—¿Qué es un larcho?

—No importa. ¿Qué crees que ocurrió hace un rato?

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