Prueba de fuego III

111 10 0
                                    

Del fondo del pecho de Thomas escapó un grito débil, y no pudo distinguir si había sido real o solo algo que sintió en su interior, o que imaginó. Brenda estaba junto a él en silencio —paralizada, quizá— con la luz todavía apuntando al espantoso desconocido.

Sacudiendo el brazo sano para mantener el equilibrio de la pierna sana, el hombre avanzó torpemente hacia ellos.

—Beatriz se llevó mi nariz, en un desliz —repitió. La burbuja de flema de su garganta lanzó un desagradable borboteo—. Y tuve que hacer achís.

Thomas contuvo la respiración, esperando que Brenda actuara primero.

—¿Entienden? —dijo el hombre mientras intentaba convertir la mueca en una sonrisa. Tenía el aspecto de un animal a punto de saltar sobre su presa—. Yo hice achís. Sin nariz. Pues Beatriz se la llevó en un desliz. —entonces lanzó una risotada húmeda que hizo pensar a Thomas que ya nunca más lograría dormir en paz.

—Sí, lo entiendo —replicó Brenda—. Es muy cómico.

Thomas percibió un movimiento y la miró de reojo. Con disimulo, había extraído una lata de la mochila y la empuñaba en la mano derecha. Antes de que pudiera preguntarse si era una buena idea o si debía intentar detenerla, ella echó atrás el brazo y le arrojó la lata al Crank. Thomas la observó volar por el aire y estamparse en la cara del extraño.

El hombre emitió un alarido que le heló el corazón.

[...]

Brenda no dijo nada. No fue necesario. Después de lanzar otra lata hacia donde se encontraban los Cranks, Thomas y ella dieron media vuelta y echaron a correr. Los aullidos psicóticos de sus perseguidores se elevaban por encima de ellos como el grito de batalla de un ejército infernal.

Pasaban de largo los giros bruscos a derecha e izquierda, con el haz de luz de la linterna temblando de un lado a otro mientras rebotaba contra las paredes. Thomas sabía que tenían una ventaja: los Cranks estaban medio destruidos y llenos de heridas. Seguramente no podrían aguantar mucho tiempo. Sin embargo, la posibilidad de que hubiera más Cranks allá abajo, tal vez incluso esperándolos más adelante…

Brenda se detuvo y dobló hacia la derecha al tiempo que sujetaba a Thomas del brazo para arrastrarlo con ella. Trastabilló los primeros pasos, pero en un segundo se enderezó y continuó andando a toda velocidad. Los gritos airados y los silbidos de los Cranks se volvieron más débiles.

Brenda torció hacia la izquierda y luego hacia la derecha. Después de la segunda curva, sacudió la linterna pero no disminuyó la marcha.

—¿Qué haces? —preguntó Thomas, que llevaba la mano extendida pues estaba seguro de que en cualquier momento chocaría contra una pared.

Recibió un ¡shhh! como única respuesta. Pensó que confiaba demasiado en Brenda. Había puesto su vida en sus manos. Pero no veía que tuviera otra opción, especialmente en la situación en que se hallaba.

Unos segundos después, Brenda se detuvo por completo. Se quedaron quietos en la oscuridad tratando de recuperar el aliento. Los Cranks se encontraban lejos, pero se escuchaba claramente que se iban acercando.

—Bueno —murmuró ella—. Justo por… acá.

—¿Qué cosa?

—Solo sígueme. Hay un escondite perfecto por aquí. Lo encontré una vez mientras exploraba. No hay forma de que den con él. Vamos.

Aferrando la mano de Thomas, Brenda lo empujó hacia la derecha. Él percibió que estaban atravesando una puerta angosta y después ella lo hizo bajar al suelo.

Trenda a través de los librosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora