Prueba de fuego V

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La declaración de bienvenida había impactado a Thomas, pero antes de que pudiera responder, el hombre del pelo largo prácticamente los empujó a él y a Brenda hacia adentro. Después comenzó a guiarlos a través de una multitud compacta de cuerpos danzantes, que giraban, saltaban y se abrazaban. La música era ensordecedora. Cada golpe de la batería era como un martillazo en su cabeza. Varias linternas colgaban del cielo raso balanceándose de un lado a otro. La gente les daba manotazos y enviaba haces de luz por toda la habitación.

Mientras avanzaban lentamente entre los bailarines, Melena se inclinó y le habló a Thomas, quien apenas pudo escuchar lo que decía, a pesar de que estaba gritando.

—¡Gracias a Dios que tenemos baterías! ¡La vida será muy distinta cuando se acaben!

—¿Cómo es que sabías mi nombre? —le respondió Thomas a gritos—. ¿Por qué me estaban esperando?

El hombre rio.

—¡Te vigilamos toda la noche! Y esta mañana, a través de una ventana, pudimos ver tu reacción ante el cartel. ¡Entonces dedujimos que debías ser el famoso Thomas!

Brenda se aferraba con los dos brazos a la cintura de Thomas, probablemente para que no los separaran. Probablemente. Pero cuando escuchó aquello, lo apretó con más fuerza.

[...]

Thomas dio unas vueltas hasta que quedó frente a Brenda. Era necesario que hablaran.

Como si pudiera leerle la mente, ella levantó los brazos y los colocó alrededor de su cuello, atrayendo a Thomas hacia ella mientras acercaba su boca al oído de él. El aliento cálido de lironda rozó su piel sudorosa.

—¿Por qué nos metimos en esta espantosa situación? —preguntó ella.

Thomas solo atinó a estrechar sus brazos alrededor de la espalda y la cintura de Brenda. Podía sentir el calor de ella a través de la ropa húmeda. Algo se conmovió en su interior, mezclado con culpa y añoranza de Teresa.

—Hace una hora nunca hubiera llegado a imaginarme algo como esto —dijo finalmente, hablando entre el pelo de Brenda. Fue lo único que se le ocurrió decir.

La música cambió y se transformó en algo más oscuro e inquietante. El ritmo disminuyó un poco y la batería se puso más intensa. Thomas no entendía la letra de la canción: la cantante parecía lamentarse sobre una tragedia horrible, gimiendo con voz aguda y llena de tristeza.

—Tal vez deberíamos quedarnos un rato con esta gente —dijo Brenda.

En ese momento, Thomas se dio cuenta de que ellos, sin pensarlo siquiera, estaban bailando de verdad. Se movían al compás de la música, giraban lentamente, con los cuerpos muy apretados y abrazados.

—¿Qué estás diciendo? —preguntó sorprendido—. ¿Ya te diste por vencida?

—No. Solo estoy cansada. Quizá estemos más seguros aquí.

Quería confiar en ella y sentía que podía hacerlo. Pero había algo en todo aquello que le preocupaba: ¿acaso ella lo habría llevado hasta allí a propósito? Parecía un poco rebuscado.

—Brenda, no te des por vencida. La única opción que tenemos es llegar al refugio. Existe una cura para esto.

Ella sacudió levemente la cabeza.

—Es tan difícil creer que sea verdad y tener esperanza.

—No hables así —no quería pensar en eso, y tampoco escuchar que ella lo dijera.

—Si hubiera una cura, ¿por qué habrían mandado a todos estos Cranks aquí? No tiene sentido.

Preocupado por el repentino cambio de actitud, Thomas se echó hacia atrás para observarla. Tenía los ojos inundados de lágrimas.

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