T R E S

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Felix se estiró, gimiendo cuando los dolores en sus músculos no utilizados, hicieron notar su presencia. Había comenzado a rodar sobre su espalda cuando de repente se dio cuenta de que un gran peso en su cintura, lo fijaba a su cama.

Era su cama, ¿verdad?

Levantó la cabeza y miró a su alrededor. Sí, esta era su habitación, sábanas blancas, edredón blanco, y muebles sencillos de madera. Pero si éste era su ambiente, ¿de quién era el brazo que se agarraba fuertemente alrededor de su cintura?

Felix podía sentir un duro cuerpo pegado a su parte trasera, un cuerpo firme y también muy impresionante. Volvió la cabeza lo que pudo y alcanzó a ver el color castaño oscuro del pelo, antes de que un ruido en la otra habitación le llamara la atención.

Recordó de repente a Preciosa y que había dejado a la gata en el trasportín la noche anterior. Su corazón se aceleró frenéticamente, una, porque había tenido relaciones sexuales por primera vez y todos los recuerdos inundaron su cabeza. Y dos, porque estaba seguro de que Preciosa estaría furiosa con él. Lentamente se deslizó de debajo del brazo de Minho y rodó al lado de la cama.

—¿Adónde vas?

Felix se congeló, entonces con cautela miró por encima del hombro para ver dos oscuros ojos castaños mirándolo. Apuntó hacia la sala de estar. —Tengo que dejar ir a Preciosa a la caja de arena. Ha estado encerrada en el trasportín toda la noche.

Se puso nervioso ante la mirada intensa del asesino y empezó a retorcer sus dedos. Sabía que el hombre todavía iba a matarlo. Eso era un hecho. Minho era un asesino. No iba a dejar de matar a alguien sólo porque hubieran tenido una alucinante follada.

Pero aún tenía que dejar ir al baño a Preciosa.

—Me comprometo a volver —dijo Felix.

—Mira, ve y hazlo —dijo Minho—. Tenemos asuntos pendientes.

Asintió y se alejó rápidamente, antes de que el asesino pudiera ver las lágrimas que brotaban de sus ojos. No quería parecerle débil al hombre. Sabía que iba a morir, y que hoy se encontraría en el más allá, no importaba lo mucho que deseara que fuera diferente.

Felix agarró el pantalón del pijama de los pies de la cama y se levantó. Se lo puso rápidamente y se dirigió a la puerta del dormitorio. Haciendo una pausa en la puerta, volvió la cabeza ligeramente, lo suficiente para ver el perfil de Minho.

—¿Puedo traerte algo de la cocina?

—No.

Apretó los labios y salió del dormitorio. No iba a llorar. ¡No lo haría! Sería valiente. Había ganado más en las últimas horas de lo que nunca pensó que lo haría. Si eso significaba su muerte, que así fuera.

—Hola, preciosa mía, ¿estás enojada conmigo? —dijo Felix en voz baja, mientras se arrodillaba en el suelo y abría la puerta quitando el cerrojito del trasportín. La gata inmediatamente se subió al regazo de Felix y empezó a ronronear, frotándose la cabeza bajo la barbilla del joven.

—No tenía intención de tenerte ahí tanto tiempo, Preciosa. Sólo perdí un poco la noción del tiempo. Prometo que no volverá a suceder —Felix se puso de pie y llevó a la gata a la cocina—. El señor Lee, va a asegurarse de que tengas un buen hogar cuando haya hecho su trabajo. No nos defraudará. Ahora, vas a ir al baño y mientras preparo tu desayuno.

猫的喵¹ [ Minlix ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora