interludio: halloween sangriento.

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halloween sangriento

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20 de agosto de 2017

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20 de agosto de 2017.

—Dios, que fastidio. Estoy tan cansada —se quejó Meg mientras encajaba las llaves en la cerradura y giraba, oyendo el cerrojo ceder y empujó la puerta para entrar.

Eran casi las ocho pm y apenas había podido volver a casa después de tener que trabajar horas extras debido a la falta de personal en la oficina y el camino a casa fue más tardado por toda la gente que había a esa hora en el metro. Le dolían las sienes y estaba muerta de hambre porque no pudo comer adecuadamente por la cantidad de trabajo pendiente que tenía que terminar.

— ¡Feliz cumpleaños!

Apartó la mirada del recibidor al oír el grito de su sobrina, viendo a Yuna acercándose a ella con un pastelillo con una vela encendida entre sus manos y una enorme sonrisa en sus labios. Tenía el cabello negro hasta los hombros y las puntas estaban teñidas de rosa, vestida con ropa para estar en casa porque ya era casi hora de cenar y saltaba en su lugar con emoción.

El dolor de cabeza cedió un poco, permitiéndole poner su mejor sonrisa para ella.

—Gracias, Yu —dijo con ternura, igual que el año pasado y el anterior, conmovida por la emoción de su sobrina al desearle un feliz cumpleaños cada año.

—Pide un deseo, Megumi —la animó su hermana, acercándose por la espalda de su hija y sonriendo también.

Meg la miró y después la vela encendida, cerró los ojos y sopló después de pensar en su deseo de cada año. En cuanto la vela se apagó, su hermana aplaudió y ella abrió los ojos para ver a Yuna quitarle la vela al pastelillo y dárselo para que lo comiera. Meg lo tomó con una mano y retiró la envoltura, mordió y cerró los ojos con placer cuando saboreó el relleno de chocolate. El estrés desapareció poco a poco luego de eso, olvidándose de su espantoso trabajo para disfrutar de un momento de paz con su hermana y su sobrina.


El viento sopló con un silbido, haciendo volar su cabello castaño, observando las luces de la ciudad mientras fumaba un cigarrillo. Eran pasadas las once y media de la noche y no había nadie más en la azotea de ese edificio, brindándole paz. Yuna se había ido a la cama pasadas las diez y media porque tenía clases temprano al otro día y su hermana se despidió de ella con una sonrisa cuando le dijo que saldría, pidiéndole lo mismo que cada año. Meg asintió y se marchó, yendo al mismo sitio del año pasado.

La puerta a sus espaldas se abrió con un chirrido y escuchó pasos acercándose hasta el borde del edificio, logrando observar una figura masculina por el rabillo del ojo: cabello rubio y un tatuaje en el cuello. No apartó la mirada del frente, oyéndolo encenderse un cigarrillo para él y soltar el humo después de una calada.

—Feliz cumpleaños, Mikey —dijo entonces, girando la cabeza a un lado para verlo y le medio sonrió. Mikey tenía el cabello rubio hasta los hombros hondeando en el viento y por ende, el tatuaje de dragón en su cuello se lucía libremente, vistiendo un traje negro con los primeros botones de la camisa blanca desabrochados.

—Feliz cumpleaños, Meg —respondió él, mirándola por un momento antes de volver a ver la ciudad cubierta por un oscuro cielo nocturno.

Meg regresó la vista a la ciudad también, dedicándose a terminar su cigarrillo en medio del mismo silencio de todos los años. Cada que el 20 de agosto llegaba, subía a la azotea del mismo edificio cerca de la medianoche y se encontraba con Mikey para pasar juntos los últimos momentos de su cumpleaños y luego, él desaparecía por un año entero y no se veían hasta que la fecha llegaba. Diez años después, Meg no recordaba con claridad cómo comenzó todo eso, pero nunca faltaba a su encuentro no pactado y Mikey tampoco lo hacía.

—Mi hermana te desea un feliz cumpleaños también —añadió luego de un rato y Mikey asintió en silencio—. Si Yuna te recordara, también lo habría hecho.

—Tenía dos años —musitó Mikey.

Meg asintió y le dio otra calada al cigarrillo, sintiendo su pecho oprimiéndose al pensar en el Halloween Sangriento hace doce años y en como todo se fue en picada después de eso, ansiando calmarse. No era una gran fanática del tabaco y por eso solo fumaba una vez al año, cada que se encontraba con Mikey, pero fumar era la única manera en la que podía sobrevivir a esa conversación año tras año.

Ninguno volvió a decir nada después de eso, dejando que los cigarrillos se consumieran y que el silencio reinara. La medianoche pasó y para la una am, Meg estaba de regreso en el apartamento donde vivía con su hermana y su sobrina hace años, metiéndose a la ducha para sacarse de encima el olor a cigarrillo y si lloró, el agua de la regadera camufló sus lágrimas y ahogó el sonido de sus sollozos, las viejas heridas sangrando como cada año.

 La medianoche pasó y para la una am, Meg estaba de regreso en el apartamento donde vivía con su hermana y su sobrina hace años, metiéndose a la ducha para sacarse de encima el olor a cigarrillo y si lloró, el agua de la regadera camufló sus lágri...

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