0. Penas

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Descanso eterno.

Deseaba que aquella persona tuviera el descanso eterno.

No le conocía, es más, ni siquiera sabía su nombre. Pero su más profundo anhelo era que todas las personas tuvieran paz al morir, que sus almas no penaran ni vagaran por el mundo por cosas sin resolver.

Por muy creyente que fuere, todavía no lograba entender muy bien el purgatorio pero no perdía oportunidad alguna para pedir clemencia.

¿Creía en el infierno? Sí, creía porque él lo había vivido en carne propia.

Su corazón se aceleraba aterrorizado cada vez que esos recuerdos le invadían la mente. Todos tenemos secretos, unos más oscuros que otros, muchos más dolorosos que otros.

Para él tener secretos era sinónimo de vivir una doble vida. Por ello intentaba ser lo más sincero que podía, siempre hablaba con la verdad.

Y la verdad que tenía que decir en ese momento era: Piak es un fiasco.

Estaba en un funeral. Había asistido a varios a lo largo de su corta vida...

Asistió al de sus padres, al de su abuelita, al del pequeño Hiromi y al de ella. Todavía no lograba mencionar su nombre en voz alta sin quebrarse a llorar.

¿Cuál era la diferencia? Que en este funeral nadie lloraba, nadie se lamentaba, nadie decía nada.

Todos veían con atención cada montículo de tierra cayendo sobre las rosas que adornaban el ataúd de madera. Poco a poco aquel agujero en el suelo se iba llenando; dejando enterrado a un cuerpo que alguna vez tuvo vida, que tuvo sueños, que tuvo metas, que tuvo secretos...

Para Megumi era imposible no notar la frialdad que había en la asistencia de todas esas personas. No es como que él se considerara así mismo alguien muy emotivo pero le era muy extraño el porte perturbador entre aquellos acompañantes.

Nadie se movía, nadie daba consuelo, nadie parecía estar asistiendo a un funeral.

Parecían maniquíes. Inexpresivos y gélidos.

Poco a poco aquel cementerio se fue quedando vacío. Quedaron cuatro personas además de él y el Sacerdote.

Una pareja mayor se tomaba de la mano. El hombre vestía ropajes oscuros, elegantes; propio de alguien de la alta sociedad y aquella mujer tampoco se quedaba atrás, parecía sacada de una revista de moda de esas que ella solía ver.

Inconscientemente fijó su mirada en las otras dos personas. Ver sus rostros fue tarea imposible por lo borrosos e indistinguibles que le parecían gracias a la distancia; estaban hablando sentados en una banca a lo lejos. Pudo distinguir una silueta masculina y una femenina, jóvenes al parecer.

Dio un respingo cuando el sacerdote le tomó del hombro.

—Solo hablaré con los Garvan, si quieres adelántate— le dijo el Padre Yaga.

El joven lentamente asintió y emprendió camino hacia la salida de aquel valle sagrado. Caminó mirando sus pies hasta que se topó con la banca a la que había estado observando hacía rato.

Aquellas siluetas habían desaparecido en el corto tiempo que le había tomado caminar hacia allí.

Frunció el ceño confundido y terminó restándole importancia mientras admiraba las flores monocromáticas de aquellas lápidas. Todas eran blancas.

Silbó una melodía mientras caminaba con paciencia hasta que llegó a la entrada del cementerio, se acercó hacia un murillo de piedra para sentarse sobre este mientras esperaba al sacerdote.

Inferno || Megumi Fushiguro [En Hiatus]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora