4. Divinidad

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En la misa del Domingo, Megumi estaba intranquilo. Era su primera vez como monaguillo en Piak.

Se secaba el sudor de las manos en la sotana roja mientras intentaba mantenerse sereno. El pueblo entero recibía la palabra, todos. Y eso significaba una sola cosa: tenía muchísimas miradas encima. Sus movimientos en el púlpito eran cohibidos y calculados con antelación, como si temiera lo peor y como si tuviera la certeza que recaería en él toda peste imaginable.

Miraba a sus compañeros de clase y a sus profesores, desde el más joven hasta el más veterano. Todos con la misma mirada analítica sobre él, como si esperaran un error de parte del forastero. Como si estuviera en medio de una prueba.

Megumi respiraba pausadamente e intentaba no ver a nadie directamente, intentaba.

Por más regaños mentales que se diera así mismo, inconscientemente terminaba buscando a caras familiares: Okkotsu, el chico le dedicó una sonrisa tímida y Megumi le correspondió con un asentimiento de cabeza que gozó de sutileza. Al lado del pelinegro de ojos cansados también vislumbró a Inumaki y al joven bromista que solía acompañarlo, ese al que todos llamaban Panda por un suceso que pasó a ser un chiste comunitario.

Luego de una mirada furtiva a la segunda fila de bancas, encontró l profesor Gojo, quien parecía quedarse dormido incluso estando de pie.

También dio con Clarise, la acompañaban dos personas que no parecían ser tan mayores, un hombre de cabellos dorados y una mujer con cabellos borgoña. Eran la pareja de la panadería.

La rubia se percató con rapidez de la ojeada que Megumi le dedicó, ambos se vieron a los ojos por más tiempo del que Megumi hubiera querido y menos del que Clarise deseaba. La chica no se ofendió cuando el azabache rompió el contacto visual y dirigió su mirada al otro extremo; de hecho, se sintió un tanto orgullosa de ganar un concurso de miradas del que no tenían noción de haber estipulado.

Una cabellera inusual captó la atención de Megumi. Sus ojos cafés estaban perdidos en algún punto del techo, vestía con informalidad comparado a los demás jóvenes quienes alardeaban de finos ropajes, lucía como si realmente no quisiera estar ahí y fue arrastrado a la fuerza. El joven dio un respingo cuando el hombre de ojos cansados que tenía al lado le clavó un codazo en las costillas haciendo que se colocara de palmas abiertas mientras murmuraba en sintonía con los demás.

Megumi tragó grueso. Si él estaba ahí, es probable que ella también lo estuviera.

Afortunadamente, por más que buscó entre cabezas cubiertas con tocados finos y cabelleras perfectamente peinadas, no logró encontrar a la familia Garvan. No logró encontrarla a ella.

Suspiró disimuladamente. Un alivio recorrió por su columna.

Recordaba con poca lucidez los rostros de los señores Garvan, —que suponía eran los padres de la chica de la laguna—, pero estaba seguro que su porte era muy difícil de perder. Recordó la frívola atmósfera que ambos poseían a su alrededor e inmediatamente los vellos se le erizaron. Quizás estaba dramatizando demasiado, no podía tener una opinión tan apresurada de ellos teniendo en cuenta que la única vez que los vio fue en un funeral y ese es el ambiente habitual en una situación tan lamentable.

Pero tampoco los había visto de nuevo.

Entonces, llegó a la conclusión de que ellos nunca asistían a misa y tampoco visitaban el pueblo con frecuencia.

Megumi no pudo evitar sentir curiosidad al respecto. ¿Porqué no se presentaban?

Apretó los labios y miró al suelo apenado de su increpante curiosidad cuando sabía que lo mejor era dejar ir todo ese tema. Sin embargo, no podía controlar la atracción que tenía en conocer las razones de las muy notables diferencias que tenían ellos con el resto del pueblo.

Inferno || Megumi Fushiguro [En Hiatus]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora