2. Víctima

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Mordisqueó las uñas de su mano con cierta inquietud. Era un hábito horrible y lo sabía, ella solía reprenderlo por hacerlo; pero no podía evitarlo cuando se sentía acorralado.

Los murmullos cesaron, pero las miradas no.

En algún punto dejaron de manifestar rechazo por él, solo le veían por mera curiosidad; pero aún así, se sentía como un pequeño ratón arrinconado contra grandes muros esperando a ser devorado por el primer felino que se le apeteciera probar su carne.

Por fin se había animado a comer fuera de los salones. Y estaba orgulloso de su decisión.

A paso lento y seguro caminó por los pasillos que albergaban un sinnúmero de voces jóvenes y risas coquetas. La juventud en esencia. Alegre y llevadera, efímera.

Andaba con el mentón elevado, no por altanería. En realidad, estar cabizbajo le dejaba un serio dolor de cuello que duraba días atormentándolo. Movió su cuello de un lado a otro intentando disimular la molestia en aquella zona y dejó caer sus hombros para disminuir la tensión.

En sus manos llevaba una botella de cristal templado lleno a la mitad con jugo de naranja y un bollo envuelto en una servilleta de papel. La comida de la escuela además de ser un gasto extra, también era horrorosa. O eso le había advertido el profesor Gojo al padre Yaga, por lo que sin renegar llevaba su propia merienda. En ese momento no tenía hambre pero quizás al comer la ansiedad disminuiría y esa asfixiante sensación de necesidad también cesaría.

Habían pasado unos cuantos días en los que tuvo que soportar presentarse ante sus compañeros y profesores. Estaba seguro que varios de ellos ya estaban aburridos de escucharlo repetir su nombre como grabadora descompuesta.

Megumi Fushiguro. Dicho en voz alta un sinnúmero de veces y las que faltaban; la gente olvidaba su nombre por despiste o simplemente le pedían presentarse para escucharle hablar.

Sus dedos se dirigieron al nudo de la corbata del uniforme y tiró de él para liberarse un poco; se sentía sofocado y cansado. Todavía le quedaban unas horas de clases más y otro descanso sin saber a dónde dirigirse.

Notó que los cambios de salones eran una excusa para ocupar aulas y que todo el edificio no pereciera en soledad y desuso. Eran muy pocos estudiantes como para llenar ese edificio por completo; era de esperarse que intentaran usar tanto espacio a como les diera lugar.

Con timidez bajó las escaleras hacia el primer piso y vislumbró con detenimiento el enorme patio trasero. Afortunadamente, el clima en Piak seguía siendo bueno a pesar de las nubes lúgubres que pintaban el cielo de vez en cuándo. Unos cuantos árboles chatos y escasos de frutos, ensombrecían pequeñas parcelas de tierra con césped recién podado; varios troncos ya estaban ocupados por jóvenes que habían tenido la misma idea que él.

Se fijó meticuloso en un par de bancas esperaban por él a lo lejos. No dudó en emprender camino hacia ahí, el contraste del pintoresco jardín con la fachada del edificio le provocaba una gran tentación de tomar un respiro.

Planeaba buscar un rincón cómodo y lejano para comer en paz.

Su plan de pasar una mañana tranquila se vio ofuscado como su repentina llegada a Piak.

Sus pies se pegaron al suelo impidiéndole avanzar, sentía estacas clavadas en sus empeines. Estático y nervioso. Una pequeña ventisca proveniente del exterior le hizo entrar en sí pero le era imposible mover un solo dedo.

Se quedó quieto observándola frente a él y tragó grueso cuando sus miradas se encontraron como dos imanes.

Él admiró con atención el rostro de la joven. Rostro inexpresivo, grandes ojeras surcaban bajo sus cuencas pero eso no la hacía ver mal ni enfermiza; de hecho le daba vida por muy irónico que parezca.

Inferno || Megumi Fushiguro [En Hiatus]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora