3. Jimin

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Aunque el soldado Jeon estuvo burlándose de mi decisión del encierro, regresó con bolsas en las manos, quince minutos después de haberse ido sin despedirse.

— Compré varias cosas. — Las dejó sobre la mesa. — Ya podrás cocinar algo.

Me había quedado estupefacto, llegará tarde al trabajo por algo que perfectamente podía hacer yo.

Alcé la mirada, se había retirado de nuevo.

Corrí hacia el pasillo del edificio para alcanzarlo, se detuvo al escucharme llamar su nombre.

— ¿Por qué? — cuestioné genuinamente.

Se encogió de hombros.

— Tus razones deben ser buenas.

Mi cerebro seguía sin poder procesar lo absurdo de la situación, dos actos de bondad en un mundo podrido y cometidos por la misma persona.

Me di cuenta de que yo estaba sonriendo.

— Muchas gracias, Jeon.

Asintió, volví al departamento desbordando alegría. Quizá podríamos ser amigos.

Sin embargo, no todo era color de rosa; después de ordenar un poco y darme una ducha, decidí preparar estofado, pero cuando estaba cortando los tomates, no medí bien la fuerza y terminé lastimándome el pulgar por culpa del filoso cuchillo.

Aunque prácticamente había visto sangre los últimos meses porque mi hermano huyó y no podíamos costearnos una enfermera, seguía dejándome inmóvil el ver mi propio cuerpo herido. El líquido rojo se disparaba cuando por fin reaccioné y cubrí la herida con un pañuelo.

Sabía muy bien que en todo el continente lo peor que podría pasarte era enfermar o salir herido porque la medicina era prácticamente un lujo. Caminé en círculos por la sala, haciendo presión en la herida.

¿Podría costearlo? Sí, aunque más los boletos de regreso a mi país me quedaría sin dinero, luego resolveré eso. Tal vez puedo dejarlo así... No, no, una herida abierta es un punto fácil para contagiarme, podría morir o quedarme sin dinero, ¿de qué me serviría el dinero si muero?

Maldije en voz baja y suspiré rendido.

Amarré el pañuelo al rededor de mi pulgar y me coloqué un abrigo junto a las botas para nieve, mascarilla y mi bufanda.

El color blanco bañaba al pueblo maravillosamente, incluso si el viento me golpeaba en el rostro, era un clima al que me podría acostumbrar.

Entré a la primera farmacia que encontré, compré vendas y un protector de especial que habían inventado para cortes. Me los coloco antes de salir del establecimiento y, en efecto, me he quedado casi en bancarrota.

Intento no pensar en eso mientras recorro la plaza. Cada que veo militares se me detiene un poco el corazón por miedo a encontrar a...

— Estás herido. — Dong Min observa mi mano, no respondo, sigo caminando. — Jimin, ¿podrías escucharme?

Niego con la cabeza, me sostiene del brazo sano.

— No me toques. — He atraído la atención de pobladores y otros militares.

— Guarda silencio. — Tira de mi muñeca. — Vamos a conversar a un lugar más privado.

No quiero pero tiene mi corazón en sus manos, así que lo sigo.

Me guía hacia la espalda de una construcción abandonada, huele mal.

𝘯𝘪𝘦𝘷𝘦 𝘦𝘴𝘤𝘢𝘳𝘭𝘢𝘵𝘢 ( kookmin ) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora