Capítulo XLV.

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La nieve continuó cayendo durante unas horas, cubriendo la ciudad con un grueso manto blanco. El frío exterior no me ayudaba en lo más mínimo a conciliar el sueño, y cada vez que intentaba modificar la temperatura de la habitación con mi magia, Macy soltaba quejidos y frotaba su rostro contra mi pecho. Casi como si buscase mi calor, aunque no era el caso.

"Piensa en margaritas".

Esas palabras, dichas tantas veces por mi padre, llegaron a mi mente en medio de la angustiosa tensión de mi cuerpo. Aferrándome a ellas, cerré los ojos e imagine, como mejor pude, un prado rebosante de blancas margaritas. El sol golpeando sus copas, la brisa meciendo sus tallos, su dulce fragancia acariciando mi nariz. Inhale profundo... y ese fue mi segundo error. Notas de menta entre la sutil esencia a lavanda, que debía provenir de su jabón.

Carajo, es inútil.

Maldiciéndome, estreché su cuerpo entre mis brazos todavía más, y respiré su aroma mandando el decoro a volar. En algún momento, el cansancio finalmente ganó.

O eso creí.

Sentí claramente como su respiración se volvía más profunda, olfateándome cual animalillo somnoliento. Su mano se deslizó dentro de mi camisa, palpando mi piel y el ligero vello de mi pecho. Me estremecí y ella saltó lejos de mí soltando un chillido. Por un lado me sentía aliviado, pero la punzada de decepción y culpa comenzó a crecer.

—¿Macy? —murmuré.

Intentando apartar los restos de somnolencia, rasque mi nuca y vi que estaba casi al borde del lecho. Sus ojos bien abiertos observándome mientras, poco a poco, la sangre subía a sus pálidas mejillas. Oculto de golpe su rostro entre las manos, provocándome risa.

¿No es hilarante? Después de su comportamiento anoche...

—Hey, ¿ahora te avergüenzas? —inquirí, alcanzándola.

Estreche su cuerpo contra mi pecho una vez más, quebrando su endeble resistencia sin esfuerzo. Sus gimoteos, tintados con molestia y vergüenza, avivaron mi risa.

Después de la noche que me has hecho pasar...

Alzó el rostro con el ceño fruncido, pero antes de que pudiese quejarse, las puertas se abrieron de golpe. Mi risa murió ante las mortíferas miradas de sus doncellas.

Sin mayor dilación, Cyna y Lyssa apartaron a Macy de mi regazo y me arrastraron hacia las puertas, empujándome fuera de la habitación mientras gruñían su indisoluble enfado contra mi. Ni siquiera conseguí soltar una queja.

Gale se encontraba ahí, en la salita, con una sonrisa burlona y una muda de ropa limpia en los brazos. Sacada de la lavandería, sin duda.

—Cámbiese rápido, el rey y la reina están en el pasillo. —Me informo.

Ni siquiera me molesté en regañarle por mantener a sus majestades afuera con semejante frío. Tan rápido como pude, cambié mis ropas y me calcé las botas que Gale consiguió tras llamar a las puertas de mi alcoba. Pude escuchar a Lyssa en ese intercambio, tratándolo con cariñosa amabilidad. Me mordí la lengua para no soltar una queja infantil.

Gale dejó pasar a Hazel y Ambon cuando me colocaba el abrigo, saliendo al tiempo en que Verha ingresaba e iba a pararse junto a las ventanas. Hice frente a los primeros, rogando que ignoraran el hecho de que Macy estaba en la habitación contigua.

—Buenos días, majestad...

—¡Clim! —Hazel llegó hasta mí, jalándome del abrigo con preocupación—. ¿Macy está bien? ¿Estás bien? Los viejos nobles ya se están moviendo contra ella, pero Ambon ya dio una declaración oficial y los convocó...

Fuego en mis venas © (Radwulf #2) [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora