Capítulo XLVII.

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Dado que Quajk no es un lugar "cálido", aún en verano, requiero una mayor cantidad de magia para encender fuego ahí. Desde niño he sido muy consciente de ello, y fue la razón primordial por la que debimos esperar a que Kuejt entrara en erupción inminente. Lo habitual es que suceda cada treinta años, más o menos, pero gracias a los dioses esa norma fue rota tras menos de doce años.

Toda aquella "magia natural" que había logrado extraer... ya no estaba en mi.

—General, no tenemos suficientes esposas. —Me informó Noel, cuando apenas había conseguido sentarme sobre una roca junto a la entrada de la cueva.

Sentía el cuerpo pesado y un ligero dolor de cabeza.

—Usen cuerdas...

—Pero...

—Nada de peros, nudos dobles, manos y pies. Conseguiremos más esposas en Duhjía —insistí.

Sabiamente, Noel fue a transmitir mis órdenes. Al llegar la noche nos encontrábamos al otro lado del túnel, con treinta y dos piratas esposados y atados de pies y manos. Algunos amordazados para acallar sus quejas y maldiciones, otros nos maldecían con las miradas, y unos pocos lloriqueando por el dolor de sus heridas.

Podía sentir la densa hostilidad. Un vistazo sobre el grupo me bastó para estremecerme por el vívido recuerdo de ver a Macy así, tratada como un criminal más.

No es lo mismo, me recordé, sacudiéndome lejos de los recuerdos.

Contentos por la victoria, mis soldados intentaron convencerme de permitir que bebieran un poco.

—¿Quieren una estadía en los calabozos? —inquirí molesto.

Las quejas y gimoteos no se hicieron esperar, superponiéndose a los lamentos de los prisioneros. Un cántico molesto que me siguió mientras intentaba dormir en un camastro junto a Lorenzo, quien luchaba contra la fiebre.

A la mañana siguiente llegaron los escuadrones, uno de reemplazo y el otro de escolta, y un contingente encargado de ayudar con la limpieza e instalación de los primeros. Sin querer tardar más de lo necesario, atamos a los prisioneros uno tras otro en dos filas, y descendimos por la empinada ladera con rumbo a Duhjía. Solo descansamos a medio camino, repartiendo agua y algo de comida. Aquellos piratas que se negaban a comer o siquiera beber agua, fueron un perfecto objetivo para mi enfado.

Así que, ordene que les obligaran a beber agua. Entre tres, los soldados les sujetaban y vertían el agua en sus gargantas. Tras ver a los dos primeros ahogándose, el resto no dieron problemas.

Llegamos a Duhjía sin mayores contratiempos, aunque debimos esperar algunos días más, mientras carpinteros y herreros construían las jaulas de los carros prisión en que llevamos a tantos prisioneros. Los carros normales suelen tener capacidad para hasta seis prisioneros, pero necesitábamos que cupieran al menos ocho. Entretanto, me ocupe de algunos asuntos de menor importancia.

Con la preocupación por Macy llenándome de impaciencia, regresamos a Real eso de una semana después de partir.

La llamativa comitiva ingresó por la puerta secundaria al norte del Palacio, y ahí le vi. Macy, con el cabello semi recogido y un vestido color lavanda de cuello alto. Se veía elegante y hermosa... ¿qué hace aquí?

Fruncí el ceño manteniendo una traicionera sonrisa a raya. Por más que mi corazón saltase contento, ella no debía estar ahí, tan cerca de semejantes criminales.

Me acerque todavía sobre Sath, y solté un;

—¿Qué haces aquí?

Ella ni siquiera se inmuto.

Fuego en mis venas © (Radwulf #2) [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora