Capítulo 2

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Llegamos a la gran residencia de los Ardlay; recuerdo su fachada blanca de piedra, brillando en la obscuridad, con techos azules altísimos apuntando a la luna, donde el humo de sus chimeneas nos aseguraban que la familia se encontraba reunida para las fiestas, era de esperarse ya que la Navidad estaba a tres días de celebrarse. Afortunadamente, mi sagaz cómplice tenía una mejor idea que tocar directamente a su puerta. Me di cuenta que había bajado de un escenario para llegar a otro al momento en que él señaló el palco al que debía dirigirme.

—Hay un dicho que dice, que si la puerta está cerrada, siempre se puede entrar por el balcón. ¡No me mires así! Nunca he venido con otra intención a su ventana, es buena conversadora y...suele, en ocasiones prestarme dinero... Así que manos a la obra, yo llamo su atención para que salga, y tú, ¡boom, apareces como la gran estrella que eres!

Aquel balcón sostenido por dos largas columnas, soportaba los recuerdos de una vida feliz, y a un costado lo acompañaba un frondoso alcanforero que se resistía a perder su follaje, aunque algunas de sus ramas ya habían sido cubiertas de blanco por el invierno. Estratégicamente sus ramas llegaban hasta su barandal como un par de cómplices dándose la mano. Ese árbol cerca de su cuarto no era ninguna coincidencia, al parecer las entradas por el balcón seguían siendo su ruta de escape, la chica Tarzán aún estaba en sus venas. Por un momento se sintió tan gratificante saber que algunas cosas no habían cambiado.

—Espera Hemingway, toma. —Sin avisar le puse mi capucha y mi bufanda a la fuerza.
—¿Qué y esto para qué?
—Yo... solo úsala.  —exhalé rendido, pero había una parte de mí que quería que ella viera algo de mí. Él sin más remedio acepto de mala gana.

Ernest, arrojó dos bolas de nieve que se explotaron contra el vitral de su puerta. El silencio de la incertidumbre nos gobernó ante su falta de respuesta, entonces, de las tinieblas un color amarillo iluminó las puertas de vidrio, y entre las sombras de las cortinas vi su cabellera ondulada, la puerta se abrió de par en par. Y ahí estaba ella, envuelta en un abrigo del color lila para cubrirse de la ventisca.

La miré, y creo que olvidé respirar por un momento, sentí mi corazón romperse como el hielo sobre el agua, me quedé escondido debajo de las ramas nevadas del alcanforero de su balcón, y lo primero que ella me regaló desde las alturas fue una sonrisa cuando contempló la luna llena al salir. Ella habló y cerré mis ojos para frenar los latidos de mi corazón que parpadeaba a la par de la inconsistencia de la luz de los faros que rodeaban la calle.

—Me pregunto, si quién llama a mi ventana, es el joven Romeo. —dijo con brazos cruzados, recargándose en el barandal.
—Siento la decepción, corazoncito. Bien sabes que soy yo.
—Lo sé Ernest, nunca está de más ilusionarse. —contestó risueña

Podía oír sus voces al hablar, más no escuchaba nada. Su rostro era ligero y fresco como el verano, ni un solo indicio en él que denotara que ya era pasada la medianoche. Se veía casi igual, más madura, por supuesto, ahora ambos éramos adultos... adultos, no esas dos aves inmaduras cortejándose en sus días de escuela. ¿Una mujer así todavía estaría pensando en el chico que la dejó correr escaleras y ni siquiera pudo mirarla a la cara?
Ernest patea disimuladamente la nieve hacia mí para volverme a la realidad.

—Como siempre digo: el mundo no vive de ilusiones, sino de realidad.  ¿Y cómo has estado? Tanto tiempo sin verte.
—Baja la voz —susurró.— Toda la familia está aquí y no quiero problemas.
—Está bien, de todas formas no hay necesidad de que contestes esas preguntas, eran una simple formalidad, hoy te traje una sorpresa. —ella, hace una seña con su mano para que siga bajando la voz.
—¿Así y qué es? —río al murmurar para después mirar nerviosa hacia adentro.
—Mejor dicho, quién es.

Con furia imperiosa moví mis brazos en señal de negación, haciéndole entender que no iba a salir a mostrarme con ella, lo que lo hizo acercarse a mí entre las sombras.
—Disculpa, ¿qué estás haciendo? Tienes que salir, ella te ve, tú a ella. Ella dice "¡Oh, wow Cascanueces! ¿qué haces aquí?"

El Cascanueces de Broadway Donde viven las historias. Descúbrelo ahora