Capítulo 5

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Más tarde, esa misma noche esperé debajo de su balcón. Siendo Nochebuena no tenía ninguna expectativa que ella saliera, debía tener una gran celebración en casa, era mejor que hablar con ese extraño en la intemperie. De cualquier forma yo esperé, al cabo de unos minutos u horas, no lo sé, perdí la noción del tiempo, vi salir un automóvil en el que pude reconocer a Archie al volante acompañado de otros más, imaginé Candy estaba entre ellos, agotando cualquier esperanza de hablar con ella me dispuse marcharme, cuando escuché su voz desde las alturas.

—Extraño ¿estás ahí? –preguntó sin murmurar.

—Hey, extraña pensé que no vendrías hoy, por ser Nochebuena. ¿Tan aburrida estuvo la fiesta?

—Sabes —mencionó vacilante—. No tenemos que murmurar, ésta noche todos han ido a casa de los padres de Annie. Así que puedes hablar libremente y tan alto como normalmente lo haces.

—¿Por qué? ¿Acaso quieres que los vecinos sepan de nosotros?—contesté sin alzar la voz.

—Tienes razón, es peligroso hablar a escondidas en la noche, como la última vez que fuimos sorprendidos por la hermana Grey.

—¡No me recuerdes a esa maldita bruja! —Tan pronto esa frase salió de mi boca, mi palma golpeó mi cara, había atrapado su anzuelo. Totalmente acorralado callé evidenciando lo inevitable.

—Oh, Terry, sé que eres tú, por favor, basta de ésta tortura.

Mi única respuesta fue golpear mi cabeza contra el tronco del árbol.

— Stear, me acaba de entregar una carta que esperaba hace tiempo. No soy una incrédula, siempre supe que no era Ernest quién hablaba conmigo, conozco perfectamente su historia, sé muy bien que no tendría porque pedirle perdón a la mujer que él amó y tú tampoco deberías. Y hace dos noches, cuando a lo lejos pude escuchar la misma canción que tocabas en tu armónica... —escuché como su voz se quebraba—. Sabía que no estaba enloqueciendo.

—¿Aún recuerdas la melodía?

—Recuerdo todo, Terry.

—Yo también Candy, yo también. Nunca quise mentirte, mejor que nadie conoces mis constantes dilemas. No estaba seguro si podría soportar un mundo dónde no me amaras.

—No creo que exista un mundo dónde no te ame.

Tiré mi cabeza hacia el árbol, apretando mis ojos para dejar salir mis lagrimas y un corazón al que tuve que sostener, porque estaba apunto de estallar de felicidad.

—No pienso seguir hablándole a un par de ramas. Quiero verte, por favor, déjame verte.

Como si fuera una actor principiante salí nervioso, paso a paso hacía la luz del escenario que había construido, vi sus manos recargadas apretando la barandilla para sofocar su llanto, inevitablemente me invitó a compartir esas lágrimas con ella. Al fin podía mirarla, sin otros nombres, sin máscaras, al fin solo ella y yo.

—¡Realmente eres tú! —me miró con una sonrisa que me rompió desde lo alto.

—Como puedes ver, han pasado algunos años en mí.

—Luces tal como te recordaba.

—Espero eso sea un cumplido... —No tuve tiempo de terminar la frase, cuando sentí el frío de la nieve estallar contra mi cara, ella había enviado una bola de nieve directo hacia mí.

—¡¿Qué te parece ese cumplido?!

—¡Ouch!, ¿por qué hiciste eso? Pensé que te alegrabas de verme.

—Es lo menos que te mereces después de todos estos días de querer verme la cara, y de tu secuaz me encargaré después.

Asentí dándole la razón mientras quitaba el hielo de mis ojos aceptando mi culpa. Llevado por un intento de una rápida venganza, lancé de vuelta una bola hacía ella, haciéndose añicos en los balaustres.

—Con esa puntería tendrás que acercarte mejor, si quieres una revancha.

En esa inocente pelea, nuestras risas se desvanecieron en el instante que nuestras miradas se encontraron a lo lejos, nos hablamos en silencio por un momento, y en un impulso supimos que el momento de estar realmente cerca había llegado.

Sin decir una palabra más corrí hacia el alcanforero y escalé por entre sus ramas, a decir verdad tanto Candy, como Romeo, hacían ver aquella hazaña más fácil. Subí abriéndome paso entre araños de ramas que al ir escalando me dejaban ver su rostro ansioso entre las hojas que aún sobrevivían, lo que me hacía más deseoso de llegar a la cima.

De un salto mis pies resonaron en el piso de mármol al llegar. Su terraza era más grande de lo que parecía desde abajo. Quité mi capucha y acomodé mi cabello, tratando de estar así más presentable ante ella.

Nos encontramos de nuevo cara a cara. Ahí estaba ella y ahí estaba yo, en una distancia tan corta y tan lejana que solo nos separaba la tela que volaba de su camisón por la ventisca.

—Hola extraño.

—Hola extraña.

Nos saludamos pasmados uno frente al otro; tratando de averiguar nuestro siguiente paso. Nos lanzamos el uno hacia el otro, el tiempo se aplastó en nuestros pechos. Debo confesar, mis piernas se debilitaron tan solo de volver aspirar su aroma.

Nos quedamos perdidos en ese abrazo, sus lágrimas dejaban un brillo en la tela azul de mi abrigo, y supongo, ella sintió las mías caer en su cabellera.

—Déjame mirarte. —con una sonrisa que fue acompañada de un sollozo, sostuvo mi cara entre sus manos— Estás helado.

—Estoy bien, en estos momentos no me importa el frío.

Nuestras frentes se toparon, respirábamos nerviosos, pertenecíamos a ese instante que la vida nos había robado y lo íbamos a hacer eterno. Tomé su rostro deleitándome con sus pequeños encantos, encontrando las pecas que tanto había extrañado.

Bastó con cerrar los ojos para que detuviéramos el tiempo; dejamos que nuestras narices se pasearan por el rostro del otro, jugando, reconociéndose, acariciándose. Nuestros labios sonrieron tímidamente anhelando encontrarse.

—¿Y ahora que se supone que hacemos? —musitó, con disimulada inocencia.

—Es la parte donde me dejas besarte, después de que escuches lo que he querido decirte todo este tiempo.

Hice a un lado sus rizos, para susurrar tan suave a su oído asegurándome que nadie más que ella escuchara esas palabras.

—Te amo, Candy.

¿Es vanidad decir que su mirada cristalina como respuesta me dio la recompensa que mis palabras esperaban? No, no lo es, mi amor no merecía humildad, la merecía a ella.

Si su boca no hubiera pronunciado esas palabras en reciprocidad, sus labios me lo habrían confirmado. Me robó aquel beso, que en realidad ya era suyo mucho antes de que ella se adueñara de mi boca.

Devolví su beso, hambriento de su aliento, saboreando el borde de sus labios como si fuera su alma, la acerqué a mí, atraído por el calor que palpaba de su espalda y de su abrazo que rodeaba mi cuello. Con ese beso, apagó el infierno que había vivido durante años.

—Ven, vamos adentro —sugirió con amabilidad, tomando mi mano. Aunque lo deseara, me contuvo ante su invitación.

—Candy, ¿crees que sea correcto?

—¿Acaso hay algo malo en protegernos del frío?

—Como te dije hace un par de noches, no quiero meterte en problemas con los demás.

—Terry, dime que quieres irte y dejaré que bajes por ese mismo camino sin insistir más.

—En ese caso me iré de aquí hasta que me eches. —acaté su amenaza mientras acomodaba su risa tras su oreja.

Cuando ella tomó mi mano para ir adentro, la detuve de nuevo en mi impulso la volví abrazar a mí. Sellé mis palabras besándola nuevamente, por fin podía hacerlo como un hombre libre y aprovecharía cada oportunidad que me diera para repetir esa sensación, que en mi cuerpo se traducía a una felicidad absoluta. Lo que sucedió aquella noche, es el secreto que mis recuerdos no saben callar y que solo con ellos comparto...

El Cascanueces de Broadway Donde viven las historias. Descúbrelo ahora