Capítulo 7

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La calma volvió a pertenecerles. Los mimos y caricias reconfortantes se hicieron presentes al recobrar el aliento.
El viento silbaba suavemente, como si no hubiera otro sonido en el mundo, solo compitiendo con la tranquilidad de sus respiraciones.
Se acurrucaron en total relajación en un silencio cálido y confortable. Era una pausa idílica entre la calma después del placer y el estar atrapados en la somnolencia.

Candy tenía una sonrisa secreta sólo para él, estaba encantada mirándolo, como una turista admirando una escultura famosa, como aquellas que parecían tener vida debajo de cada cincelado. Terry, apenas se movía, mantenía su mano presionada a su frente y una pierna doblada como un arco que alzaba la sábana enredada a su cintura. Estaba absorto en un ligero sueño, su cuerpo brillaba debido a la transpiración que aún emanaba de su piel y su rostro parecía haberse suavizado bajo sus pestañas largas y mojadas. Candy hizo a un lado el mechón de su frente después de que su cabellera quedara como un bello desastre; ese ligero toque lo hizo sonreír a ojos cerrados y la abrazó tanto como pudo.

Terry podía sentir los ojos de Candy sobre él, mientras ella descansaba sobre su pecho desnudo, su corazón latió con rapidez al pensar que ella lo miraba como si hubiera algo valioso que mirar en él.

El silencio reinaba, pero su mente no podía dejar de rememorar la pasión de antes. Se habían estado esperando el uno al otro durante tanto tiempo y esta era la paz, no la del resplandor, sino la paz de sus corazones. Fue una felicidad indescriptible.

—¿Cómo pude haberme mantenido tan ignorante todo este tiempo? —Candy apretó sus labios sonriendo, rompiendo el silencio.

Terence abrió rápidamente los ojos de su enseño. Ese dócil y relajado rostro desapareció al instante de escucharla.

—¿En verdad estás bien? —agregó mortificado—. Creo que me dejé llevar y me comporté como un animal primitivo.

Las piernas de Candy todavía temblequeaban un poco, había dolido al principio, pero ni siquiera en su imaginación y curiosidad había pensado que ese tipo de placer podía surgir del amor. Rió de sí misma en un acto de travesura, al no poder creer cómo había terminado su día: enredada con ese extraño en su cama, entre la vellosidad de sus pesadas piernas y aún sintiendo la carne que hasta hace unos momentos la había quemado por dentro, todo, justo en la víspera de navidad. Y ella estaba completamente enamorada de este extraño que la conocía más que ninguna otra persona a su alrededor.

—Estoy bien, soy más fuerte de lo que piensas. —replicó con serenidad.

—Eres más fuerte y valiente que nadie que haya conocido, Pecosa. —suspiró con alivio, besando la frente de Candy.

Candy lo miró cuando dijo esas palabras y sus ojos azules brillaron en medio de la noche, como la luna en la plena oscuridad del mar. Fue una visión que encogió su corazón, una mezcla de honrarla y de esa tristeza inconsolable que siempre perseguía a Terry.
No estaba errónea en su pensamiento. Terry sintió un calor abrumador dentro de su pecho, como si pudiera explotar en cualquier momento. Se obligó a creer durante años que podía ser un hombre desalmado, como el duque que lo crió; pero estaba lleno de sentimientos, demasiado sensible, demasiado orgulloso, demasiado serio, demasiado afligido, era una colección de paradojas. Y ahora, junto a ella, una simple caricia de su mano podía derretir años de frías nevadas.

Rectificó en las palabras de Stear, necesitaba perdonarse primero, dejar ir a esas personas que los habían dañado y separado; esos remordimientos que desde su infancia se fueron acumulando y no dejaban de acecharlo. Ahora esta era su realidad y merecía vivirla con libertad.

Ella lucía resplandeciente después de la aspereza previa, recostada sobre su hombro, haciendo diminutos círculos con sus dedos sobre su pecho. Candy siempre parecía estar hablando con sus ojos, siempre tan expresivos, tan llenos de alegría solo por él.

El Cascanueces de Broadway Donde viven las historias. Descúbrelo ahora