Capítulo 6

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Un beso desde el exterior guió sus pasos dentro de la habitación, de inmediato se sintieron protegidos por el calor del crepitar de la chimenea, la luz trémula de sus flamas iluminaba las sonrisas de sus rostros bajos sus besos opacando el azul de la noche que pretendía inundar el dormitorio.

Los ojos verdes de Candy resplandecían al abrir sus ojos en los descansos de sus besos, ambos moviéndose en esa habitación como en un vals que va lento, acompañado de tímidas sonrisas y manos cohibidas tocando sus rostros.

En una furtiva mirada, Terry recorrió el espacio donde estaba siendo invitado, atrapó su vista el tapiz verde menta de las paredes a juego con las cortinas de terciopelo labrado de cada ventanal, resaltando los elegantes muebles de nogal tallado.

Todo en una tranquila armonía, de no ser por los sillones dónde descansaban en desorden las prendas de vestir de la joven que había usado por la tarde.

Llamó su atención dos conmovedoras réplicas que adornaban su pared, la primera era "El jardín artista en Giverny", de Monet, supuso aquel cuadro le evocaba los días de primavera en Lakewood, o al menos alguna vez así le describió ese lugar, con caminos soleados, llenos de lirios que conducían al lago; el segundo, en el que particularmente se enfocó fue "El pino de Bertaud", el protagonista: un árbol a los rayos de un sol veraniego en lo alto de una colina, con vista a un antiguo castillo. No era Escocia, ni era la que una vez fue su casa, pero él regresó a ese lugar en un solo vistazo.

—¿También lo ves?— añadió, la joven enfermera ante la fijación del joven en la pintura. A Candy poco le importaban las verdaderas locaciones de cada una, sino a donde la dirigía su corazón cuando las miraba, y es por eso que aceptó ambas reproducciones hechas por una mujer francesa en agradecimiento al haber salvado la vida de su esposo en el campo de batalla. Cada una colocada lado a lado del largo espejo sobre su chimenea.
En esa antesala, Candy, podía atisbar la naturaleza de su pasado en aquellos cuadros, y en el reflejo del espejo frente a ellos apostaba a su futuro. Y la vista no podía ser más ilusionante.

El invierno estaba ahí, pero el verano persistía en el corazón de los dos rebeldes, rescatando su ausencia con besos que gritaban por haber estado esperándose. Sus lenguas encontrándose con sabores a nuevas memorias, empujándolos a caricias más atrevidas, que hicieron a la joven aferrarse a las solapas del abrigo de su amado, cuando él la envolvió con vigor por su cintura para acercarla a él. La abrazo con tal fuerza que por un momento sintió que iba a absorberla para sí mismo. Su boca se sentía tan suave y su aliento era tan embriagante.
Terry tuvo que liberarse de la bufanda que envolvía su cuello, el invierno perecía a cada segundo en esa habitación, ambos eran fuego, y no se dejarían quemar en el frío.
No se dirigieron muchas palabras, era como si ambos estuvieran en un acuerdo silencioso para dejar de ser un par de extraños.
La honda respiración del pecho del artista se hizo notar cuando ella desabotonó delicadamente uno a uno los botones de metal de oro de su abrigo cruzado, en una sutil caricia de sus manos sobre los hombros del joven, la prenda cayó en la alfombra con sonora tosquedad sonrojando las mejillas de Candy al sentir la prenda sobre sus pies, una ligera sonrisa de complicidad apareció en sus rostros mirándose con ojos de fervor a continuar su deseo; de la misma forma, Candy continuó con su chaleco. Quería ser suya y así se lo hizo saber.

En un ávido movimiento, Terry desamarró el cinturón de su bata para desprenderla de su cuerpo, al sentir sus manos en su abdomen, Candy sintió un temblor en toda su columna. El joven arrojó la bata lejos de ellos y contempló su cuerpo bajo el camisón con cordones en el centro de su pecho, que despertaron su curiosidad por deshacerse de ellos y que dejaban poco a la imaginación. Su cuello resaltaba altivo como un cisne, hizo a un lado sus rizos y se adentró a tomar posesión de él, besando cada centímetro que hizo jadear a Candy al sentir sus labios reclamando su cuello, pensando que desfallecería en sus brazos, cuando sin pensarlo se curvó bajo de ellos.
Ella había escuchado tantas historias acerca de éste momento, que iban de las reservadas experiencias de sus dos amigas cercanas, a las indiscretas historias de algunas pacientes y por supuesto, de sus mismas compañeras con soldados y extranjeros al frente de la batalla, "la liberación", que fue provocada ante la incertidumbre de un mañana.

El Cascanueces de Broadway Donde viven las historias. Descúbrelo ahora