Capítulo 3

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Un escondite debajo de un árbol, los susurros, la obscuridad, las sombras, todo jugó a mi favor la noche anterior, el día siguiente no parecía ser distinto, excepto que regresé por una respuesta. Sin importar cuál fuera, amable o amarga, me confesaría ante ella.
De nuevo hubo un golpeteo en su puerta de cristal, nos saludamos con murmullos bajo ramas cubiertas de nieve y la densa niebla que cubría mi identidad. Conversar con mi extraña era tan fácil y fascinante. Había vuelto del Hogar de Pony para pasar las fiestas decembrinas con su otra familia, los Ardlay, ellos no parecían haber cambiado mucho, excepto por Albert, mi viejo amigo. Años atrás había visto en el periódico la foto de un ex-cuidador de zoológico siendo el nuevo rostro heredero del apellido de una distinguida familia americana; ese otro rebelde cobró sentido, confirmando que el mundo es un escenario y todos nosotros meros actores.
La Navidad estaba a un par de días de llegar, sus ojos miraban las estrellas recordando y compartiéndome aquellas historias que habían sido más significativas, desde la niñez con sus madres, a quienes torturaba año con año pidiendo un cachorro con manchas en su cara, igual a sus pecas, y que soñaba tuviera una campana al cuello para que tocara música mientras corriera y, que por evidentes razones nunca se lo pudieron regalar. La navidad de su adolescencia, la más dolorosa de todas. Fue después de que murió Anthony, donde hubiera querido tener un par de patines para cruzar ese lago congelado y alejarse lo más posible de Lakewood; y por supuesto la que catalogaba la más milagrosa, fue en su paso en la guerra dónde su deseo de volver a ver a Stear se volvió realidad.
Aún con dulces y amargas experiencias, esperaba año con año la temporada como un buen augurio de esperanza y felicidad.
Por mi parte, solo tuve un sueño de navidad en mi niñez, el cuál dejé a un lado l al nunca permitirme que esas fechas tuvieran un efecto en mí, desde aquella primera solitaria navidad en Rusia todas las que siguieron que no fueron menos decepcionantes.

—Extraña, basta de muérdagos y villancicos de puerta en puerta. ¿vas a contestar la pregunta que te hice ayer?

—Lo haré, si tú prometes sincerarte con esa mujer.

—Eso no fue el acuerdo.

—Bueno, el acuerdo cambió. Deberías luchar por tu propia historia.

—¿Qué te hace pensar que no lo hago? —expresé molesto.

—Para empezar estas aquí platicando con "una extraña", cuando deberías dirigirte a ella. ¿De qué estas tan aterrado? ¿Qué puedes perder?

A ti Candy... fue la única respuesta que atisbaron mis pensamientos.

—Si de verdad deseas acercarte, haz que tus palabras lleguen a todos sus sentidos. Has venido por mi ayuda, ¿cierto? Bien, no más extraños, imagina que soy ella.

—No necesito imaginarla, puedo verla más de lo que tu crees.

—En ese caso, será más sencillo. Vamos, comienza o te juro voy a regresar por esa puerta a la comodidad de mi cuarto.

— Esto, esto es totalmente ridículo —murmuré pateando la nieve acumulada bajo mis pies. Sentía mi pecho sumergiéndose en aguas heladas. No podía dejar de caminar de un lado a otro, gruñendo maldiciones debajo de su balcón. Quería decirle quién era realmente y dejarme de juegos estúpidos, pero me sentí más vulnerable que el mismo Cyrano detrás de su nariz.

—¿Por qué estás tan enojado? —ella espetó.

—¡¿Y por qué tú no?! ¿Acaso no estás furiosa con el pasado, con las personas que se interpusieron en nuestra felicidad? ¿No estás enojada conmigo por no haber luchado por ti, por ser un completo cobarde?

Solo la espesa neblina quedó entre ella y yo en medio del silencio. Por un costado pude ver como ella apretó los ojos tratando de acallar mis preguntas, la aflicción en sus labios temblorosos luchando por no dejar salir una palabra de su boca.
Por un momento perdí los estribos y estuve a punto de salir de mi personaje, respiré el aire helado que entraba por mi cuerpo como un aliciente para recuperar la compostura.

—Es decir, eso es lo que diría si estuviera conmigo... Es solo que, es difícil tratar de arreglar en unas cuantas palabras lo que el pasado ha separado tanto.

—Tal vez, la distancia es la prueba que dos corazones que se quieren no pueden separarse.

Ella tenía razón y esa era la gran duda.

— ¿Extraño, sigues ahí? —asomó con curiosidad su cuerpo lo más que pudo en su barandal al no recibir ninguna respuesta–. Continua, por favor. Yo puedo pretender que soy ella.

Tomé un gran bocanada de aire helado para despertar mis pulmones y confesé lo que debí haber dicho de frente.

—Tú, tú eres esa parte de mí, que nunca ha sido mía. Ver tu cara cada que cerraba los ojos era más una tortura que un ligero placer. No tienes idea cómo se ha consumido poco a poco mi ser con cada minuto que te he extrañado en silencio. Necesito que me perdones por no haber confiado en nosotros... ¿Cómo es que puedo reponer el pasado con tan simples palabras? Nunca debí haber venido a molestarte, tú ya tienes una vida en la que yo no debo interferir. Todo esto es una estupidez.

—No lo es, pero...

—¿Pero?

—Pero parecer ser que estás más aferrado a tu orgullo, que a decirme la verdad.

—¿Cómo puedes decirme eso? No tienes idea de lo que he...

—Sí la tengo. ¿Piensas que eres el único con el corazón roto aquí?

Su voz se escuchó con un fuerte reclamo y olvidó los murmullos; el silencio nos atrapo, estaba siendo muy egoísta con mis sentimientos. Solo quería respuestas y olvidé las preguntas que tenía ella.

—Lo siento creo que no tengo talento para esto. —rectificó avergonzada.

—Oh, créeme que lo tienes, tienes un gran talento para crear situaciones complicadas. Y eso te hace más valiente que el resto de nosotros, en cambio, yo no soy más que un hombre que vive de recuerdos.

—¿Qué hay de malo en ello? Si algo nos enseñó la guerra es cuán frágil es el tiempo y la vida, tanto que por un momento pensé que el futuro era una ilusión, y lo único que me ayudó a soportar todo ese terror fue aferrarme a mis memorias, porque así me aferré a él. Cuando nos separamos que creía iba a morir del dolor, lo amaba tanto...

—¿Lo amabas? ¿Y ahora?

Una voz femenina clamándola desde el interior de su hogar nos interrumpió.

—Ahora... ha pasado tiempo...—atisbó inquieta hacía el interior de su cuarto, antes de contestar—. Y por eso quisiera saber si algo ha cambiado para él.

Las voces de sus familiares volvieron a resonar buscándola.

—¡Ya voy Annie!  Tengo que irme o nos ahorcarán a los dos —susurró apurada desapareciendo de mi vista.

—Quién diría que detrás de ese bravucón, había un hombre sensible.

Se manifestó con picaresca ironía un hombre a mis espaldas. Al parecer había descubierto lo que un extraño hacía bajo el balcón de su prima. Confieso me alarmé al escuchar sus primeras palabras, pero al terminar su frase y reconocer su voz pude ver su ensanchada sonrisa sin siquiera mirarlo.

—Stear...

El Cascanueces de Broadway Donde viven las historias. Descúbrelo ahora