Capítulo Siete

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Trabajar con niños era agotador.

Por supuesto, esto era algo que yo ya sabía. Lo consideraba obvio, en serio. El cielo es azul, el sol amarillo y jugar con niños es agotador. Esa es la ley de la vida.

Lo que no sabía, era que tan cierta era esa afirmación.

Después de la emoción inicial y cuando las lágrimas pararon, Jeno y yo decidimos acercarnos para conocer un poco a los niños y con suerte armar conversación. Esa parte no fue difícil. Pronto nos encontramos rodeados de una pequeña multitud emocionada, ansiosa por mostrarnos sus nuevos juguetes.

Las encargadas del orfanato tuvieron la brillante idea de ponerles tarjetas de identificación a los niños, con sus nombres y edades, lo que hacía todo el proceso de conocerlos un poco más sencillo. Aun así, me encontré envuelta en una bolsa de caos que era fascinante y extraña al mismo tiempo.

Los niños hacían decenas de preguntas al mismo tiempo, empezaban conversaciones y las olvidaban dos segundos después, se enfrascaban en discusiones entre ellos y me preguntaban soluciones sin darme contexto. Querían correr, saltar, dar vueltas y encontrar nuevas maneras de utilizar sus nuevos juguetes. Después de un rato, la manera en que sus pequeñas mentes procesaban el mundo empezó a resultarme simplemente fascinante.

Jeno parecía acoplarse al desorden más fácilmente que yo. Supongo que vivir rodeado de amigos tan caóticos como los suyos tenía algo que ver. Sea lo que sea, Jeno se coronó capitán de un pequeño ejército de niños particularmente interesado en las computadoras. Los sentó a todos en un círculo en el suelo y les dio instrucciones como si fueran científicos en una misión muy importante. Tardó exactamente diez minutos en ganarse la adoración de sus pupilos, quienes se apresuraban a hacer preguntas o comentarios para ganarse la aprobación del rubio.

Yo, por otro lado, terminé a cargo de los niños más activos. Los que disfrutaron jugar con sus computadoras un momento, pero preferían actividades físicas. Así que hicimos carreras, brincamos la cuerda, cantamos canciones y jugamos varias agotadoras partidas de ladrón y policía. Después de lo que me parecieron muchas horas, mis piernas se sentían calientes y como si estuvieran a punto de derretirse.

—¡Es hora de la merienda, niños! —gritó una de las encargadas, aplaudiendo para atraer la atención de todos.

Me tomó toda mi fuerza de voluntad no suspirar aliviada. Los niños formaron una estampida hacia el comedor y yo me dejé caer en el suelo, demasiado agotada para buscar una silla.

—¿Todo bien? —preguntó Jeno, materializándose a mi lado con una sonrisa. Traía dos botellas de agua en la mano y me entregó una antes de sentarse a mi lado.

—Esos niños tienen demasiada energía. —respondí. Acepté la botella y con rápidos tragos bajé el contenido a la mitad.

—Te interesará saber que cuatro de mis protegidos ya me preguntaron si tienes novio —comentó. Su voz tenía una ligera mancha de diversión y sus ojos se encogieron ligeramente— Parece que tienes varios admiradores.

—¿Ah, sí? —no pude evitar una sonrisa. Nunca había tenido admiradores, mucho menos tan adorables como estos— Puedes decirles que estoy disponible, pero que solo salgo con chicos mayores de 20.

—Eso no les va a gustar —dijo, fingiendo seriedad. Estiró sus piernas y le dio dos grandes tragos a su botella de agua.

—De todos modos, te pido que pases el mensaje. No quiero ser yo quien rompa los corazones de esos pobres niños —suspiré, imitando su postura y el tono de su voz.

Jeno sonrió y dejó caer su cabeza hacia un lado para mirarme mejor.

—¿Cómo te sientes? —preguntó y esta vez había un poco de genuina seriedad en su voz— Parece cansada.

Dive Into You || Lee JenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora