Capítulo 1

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La última vez que pisé Meissen sucedieron
Tres cosas

1. Me enamoré.
2. perdí la virginidad.
3. Me rompieron el corazón

Aunque sin duda, fue un verano lleno de nuevas experiencias que en mi vida había experimentado, algo así como una montaña rusa de emociones. Llenó de cambios de los que aprendí y que influyeron en la persona en la
Que me he convertido, aunque eso no evita que al regresar a este pueblo perdido rodeado de mar tenga una sensación incómoda en la piel. Y no es la sal de la brisa húmeda que te pega cuando te acercas a través de la carretera estrecha y llena de baches, si no la certeza de que no quiero estar aquí. De que preferiría estar en cualquier otro lugar que en este rincón olvidado en donde ya no queda nada de aquella chica que recorría las
Calles en bicicleta hace 6 años. Aparco frente a la casa de ladrillo y piedra en la que pasé los veranos de mi infancia y me bajo del coche. Todo sigue igual. Las ventanas cubiertas por las cortinas beige que tejió la abuela hace ya 2 décadas. La maceta con rosas rojas y tulipanes entre rosas y blancos encima de la pequeña barda sobresaliente bajo las ventanas. La puerta de madera a detalles dorados con enfrente un tapete lleno arena con las letras "welcome Home" El balcón de la planta superior con unas enredaderas cayendo entre los barandales algo amarillentos por el paso del tiempo. El ambiente húmedo y el sonido del choque de las olas contra las piedras detrás del faro que se puede observar un poco lejos. El silencio me inunda, pese a ser las doce de la mañana de un viernes. Abro la puerta trasera del coche observando a mi hermanita de dos años profundamente dormida en su silla de seguridad. Desabrocho el cinturón con cuidado de que no se despierte, la cargo en mis brazos y la cubro con una pequeña manta mientras despacio cierro la puerta del auto. La mirada vidriosa del abuelo tras el cristal, preguntándose quién carajo ha dejado el coche en la entrada de su hogar. Cojo aire y me preparo para llamar, pero me cuesta, por qué volver a entrar en esta casa supone reencontrarme con una chica que ya no conozco. <Alba no puedes seguir así. Si quieres continuar bajo nuestro techo tienes que asumir responsabilidades . ¿No quieres estudiar ni buscar trabajo? Bien, pues tendrás que echarnos una mano.> Las palabras de mamá me persiguen sin descanso. La última conversación, irritante, tensa y llena de decepción, antes de verme empujada a hacer las maletas. Por eso estoy aquí. Por ellos. Por qué mis padres están hartos de mi y de mi falta de estabilidad. Podría culparlos pero soy muy conde que haber acabado en Meissen junto a mi hermana para cuidar del abuelo es solo culpa mía. Por meter la pata. Por no comprometerme a nada. A no saber lo que quiero en la vida. Y aunque soy sincera este incómodo malestar que siento en el estómago no tiene nada que ver con esto. Si no con los recuerdos que yo abandoné aquí y que regresan a mí con tanta fuerza. Con aquel último verano que tanto me marcó.
Por qué la última vez que pisé Meissen creí enamorarme de un chico, perdí la virginidad en la playa más bonita del mundo y me rompieron el corazón una noche de tormenta.

Por qué la última vez que pisé Meissen creí enamorarme de un chico, perdí la virginidad en la playa más bonita del mundo y me rompieron el corazón una noche de tormenta

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𝐄𝐥 𝐚𝐛𝐮𝐞𝐥𝐨.

Ha visto a la chica por la ventana. Es alta de pelo castaño y las pecas algo marcadas por el sol. Él no quiere que crezca nunca. Pero el tiempo pasa y es inevitable, ahora se ha convertido en toda una mujer. <con que soñará mi pequeña Elisa?> se pregunta. Abre la puerta antes de que ella la golpee con los nudillos encontrándose cara a cara.

—¿Porque has tardado tanto en volver de la tienda?—Se veía preocupado—.

Ella no sonríe. Su rostro está serio, adusto como el De los hombres curtidos por el mar.

—Abuelo, soy Alba—.

El pestañea ante sus palabras. Le sacuden la cabeza y siente que todo da vueltas. Elisa se ha marchado y a vuelto otra. Joven, más alta, el recuerda su sonrisa torcida y la pequeña cicatriz blanquecina cerca de la ceja. Se la hizo a los trece años en las rocas que rodean el faro.

—¿qué haces tú aquí?—El parecía curioso al ver a la pequeña bebé durmiendo profundamente en los brazos de Alba—¿quién es ella?—.

—ella es yannis es mi hermanita y tiene 2 años.. mamá te llamó, ¿te acuerdas?—Y no, no lo recordaba. Últimamente lo familiar se le olvida y por más que lo persiga se le escapa—Vengo a pasar un tiempo contigo—.

—¿y por qué ibas a hacer eso? Estoy muy bien solo—El cree que no necesita ayuda más que de su casa, faro, y su mar. A Alba parece no darle importancia y se cuela adentro con unas maletas y una carriola desmontable—.

—Aunque yo si necesitaba un cambio. Mis papás están hartos de mí, sabes?, creo que me han dado por perdida. Ellos piensan que unos meses aquí va a cambiarlo todo—Eusebio la sigue y llegan al salón. Ella observa cada rincón de la casa, los cuadros de Eusebio y su esposa Elisa, una foto de Alba y su abuela en el mar, el juego de sofá vintage. Y los muebles que parecen ser del mismo juego. Eusebio no sabe por qué lo hace ya que todo sigue igual desde décadas atrás. Pero entonces le pregunta con un gesto severo—.

—¿qué has hecho?—.

—He dejado la universidad—responde Alba sin rastro de vergüenza alguno—.

—pero...—.

—Después de abandonar Psicología en el curso pasado, me matriculé en sociología, pero este año... no. Se enteraron hace unos días, cuando empezaron las clases y no tenía a donde ir me gasté el dinero de la matrícula en un curso profesional de maquillaje.—pone los ojos en blanco antes de que él la pueda reprender por su "estupidez"—Si lo sé, fue una tontería, pero es que yo soy de las que empalman una cosa a otra, es importante que lo sepas ya, por si cometo alguna cosa durante estos meses—.

—¿Hace cuanto que no venías a Meissen?—le pregunta por qué ya sabe que la memoria le falla—.

Vuelve a su gesto serio y suelta un suspiro—Uhm... hace 6 años, lo siento—.

—yo también—Eusebio no sabe por qué dijo eso, tal vez por qué se siente culpable de estar atado a ese lugar—.

𝐓𝐨𝐦.

Los recuerdos como flechas, silenciosos. Su efecto es fulminante. Rápidos. Devastador. Y algunos son de tristeza. Me recuesto sobre el sofá mientras mi vista se queda congelada a la ventana con vista al mar.

—Tom, cariño, llévale la comida al señor Eusebio—.

Mis pensamientos desaparecen y mi vista se ancla en la abuela quien lleva una canasta llena de comida. Obedezco a la abuela, cojo el cesto y me dirijo a la casa de Eusebio. Meissen es un pequeño pueblo ubicado a las afueras de las
Ciudades de Alemania. En verano, los turistas llenan la calle, aunque solo son pocos los que duermen aquí. Ya que solo contamos con la posada de mi familia y un hotel con 10 habitaciones a las afueras. Las calles empedradas y las pequeñas casas de madera/ladrillo y piedra suelen adornar las calles. Pese a que la carretera es muy estrecha y mal iluminada. Pero cuando empieza el otoño todo cambia y vuelve a la
Normalidad. Cuatrocientos cincuenta y cinco habitantes censados. Un bar. Una tienda de comestibles. Un pequeño supermercado. Una muy pequeña guardería o kinder para los niños chiquitos. Una panadería y una tienda de ropa y objetos de la vida cotidiana. Una vida sencilla y tranquila que solo unos pocos valoramos.

Cuando me paro en frente de la casa de don Eusebio, me extraña ver un auto color negro deportivo y por la ventana se aprecia una silla de bebé, una bolsa de caramelos y una sudadera blanca. Llamo la puerta con los nudillos esperando a que el viejo salga a decirme que no
Quiere que le ayuden de nuevo. Pero esta vez es distinto, esta vez Eusebio no abrió la puerta. Hoy en Meissen ocurrió algo que nadie había esperado.

—Hola Tom—.

Hoy es Alba la que regresa.
Pum. Como una flecha con todos los
Recuerdos del pasado.

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