𝐀𝐜𝐭𝐨 𝐈𝐈

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De la fusión sin esperanza de tu presencia y de tu ausencia
he encontrado el secreto
de amarte
siempre por primera vez

Se llamaba Leah y no era más que una campesina y era como tantos otros que estaba harta de la situación de cómo el pueblo era aplastado por las autoridades tanto de Herodes como las de Roma. Roma....a veces deseaba no haber vuelto de allí y encontrarse toda la rabia y toda la miseria que había en Judea.

El príncipe se encontró a si mismo yendo en numerosas ocasiones amparado en la semi penumbra de las mazmorras observándola, no hizo intento de huir en ningún momento, la joven se limitó a responder al primer  interrogatorio de buena voluntad, aunque brava, recibiendo alguna bofetada por parte de los guardias y la amenaza de Antípatro de que como no colaborase iba a ser torturada por lo que la muchacha habló.

Le gustaba observarla moverse por su celda, era sigilosa como un gato, Antípatro llegó a pensar que no dejaría huellas en el suelo cuando caminaba, grácil....¿en qué pensaba? Era una criminal, una rebelde que tarde o temprano debería ser ejecutada o castigada por su osadía. De ser su padre habría ordenado cercenarle la cabeza ya y colgarla de las murallas como advertencia.

Pero él no era su padre.

Pero debía de hacer algo con ella.

—Quince latigazos— dijo a Antígono quien asintió, era una prisionera y no iba a pedir explicaciones pero le pareció poco —Si le das más no lo aguantará, es obvio que nunca ha sido azotada— como si le leyese la mente al soldado el principe abandonó la estancia mientras escuchaba a sus espaldas como los guardias sacaban a Leah de su celda, como ella se defendía como una fiera con intentos de golpearles para liberarse. No se alejó mucho, un par de metros de la entrada de la mazmorra y pronto los gritos de Leah empezaron a llenar el lugar junto con el sonido del látigo golpeando su piel.

Uno...
Dos...
Tres..

¿Por qué sentía fascinación por ella? Quizás era el fuego en sus ojos pues estaba acostumbrado a que como hijo del rey todas las mujeres le mirasen con deseo de complacerle mezcla con temor, ella no, ella le miró como a un igual. Ni siquiera Mariamne*, su prometida, a la cual vio una vez de pequeños y en su regreso a Roma y no sintió aquella punzada en el pecho cuando su mirada se cruzó con Leah.

—“Seguramente es algo físico. Solo eso. Es bonita y rebelde....nada más ”— pensó mientras contaba mentalmente los latigazos oyendo los gritos de Leah.

—Cuando acaben con ella, manda a algunas doncellas a que curen sus heridas, la bañen y la preparen para mis aposentos está noche— dijo uno a uno de los guardias.

—Señor, ¿esta seguro?

—¿Algún problema?— preguntó con frialdad el joven a lo que el soldado negó con la cabeza.

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La noche cayó en Jerusalén, una noche de luna llena y estrellada, destacando en el firmamento una estrella que brillaba en el firmamento con mayor intensidad pero Antípatro no le dio mayor importancia mientras volvía a sus aposentos quedándose unos segundos parado ante la puerta cerrada sabiendo que se encontraría a la chica al otro lado de la puerta, ¿por qué se sentía nervioso? Había estado anteriormente con mujeres y ¿En qué pensaba? Era de la realeza y ella no era nada. Solo una rea, solo una campesina.
Abrió la puerta sobresaltando a las mujeres que había allí, pues las doncellas acababan de terminar de curar las heridas de Leah mientras está estaba acostada bocabajo en el lecho dejándose tratar.

𝑰𝒏 𝒎𝒚 𝑩𝒍𝒐𝒐𝒅      ᶜᵃᵐᶤᶰᵒ ᵃ ᴮᵉˡᵉ́ᶰ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora