𝐀𝐜𝐭𝐨 𝐕𝐈𝐈𝐈

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Cuando nos separamos
En silencio y entre lágrimas,
Con el corazón partido,
Apartándonos por años,
Tu mejilla se volvió pálida y fría,
Más fríos tus besos;
Y es verdad que aquella hora predijo
El dolor de esta.






Sintió que la sangre se le iba del cuerpo, no se esperaba que Mariamne hubiese llegado ya allí, porque eso significaría su inminente boda. La fémina le miraba con unos tiernos ojos castaños, sólo se habían visto dos veces, una de niños y otra cuando Antípatro llegó de Roma, pero no habían cruzado palabra más allá de cordialidades. 

Leah.


Leah le iba a matar, ella sabía lo del compromiso pero al igual que el príncipe esperaba que fuese mucho más adelante, no ya, de hecho Antípatro ya había empezado a dar vueltas a algún vacío legal para no desposarse con Mariamne, no era justo para ninguno de los dos tener que vivir un matrimonio falso y vacío. 

—Padre, yo...— empezó a decir Antípatro pero fue callado enseguida por un gesto de la mano de su padre.

—Tu nada, sabes cuál es tu deber como heredero al trono— Mariamne se tensó notablemente ante la voz de Herodes, mientras su propio padre le daba un pequeño empujón para que se acercase a Antípatro, la muchacha obedeció a aquella orden silenciosa y se acercó al príncipe agachando la cabeza levemente.

—Es un placer verte de nuevo, príncipe Antípatro, nuestro compromiso me llena de ilusión y agradezco a nuestras familias ser participes de mi felicidad— era más que evidente que venía con aquellas palabras memorizadas, las recitó como quien recita de memoria de un papel, eso estaba haciendo ella también, jugar un papel, un papel al que había sido preparada desde niña.

—Llevad a los invitados a descansar, han tenido un largo viaje— ordenó Herodes. 

Una vez en la sala del trono padre e hijo se quedaron solos, Antípatro se acercó a su padre, estaba decidido a acabar con aquella pantomima no iba a seguir esa orden, esa vez no.

—Padre, no voy a casarme con Mariamne— Herodes que había estado en esos momentos bebiendo distraídamente de una copa de oro levantó la mirada hacía su hijos, los ojos oscuros del rey lucían cansados pues hacía pocas lunas que algo le impedía conciliar el sueño haciéndole despertar en mitad de la noche con una sensación de opresión en el pecho y ahora lo que le faltaba era que una alianza que llevaba años forjada fuese tirada por los suelos por los caprichos de su hijo.

—Claro que vas a casarte con ella. No es fea.

—No. Padre, no puedo casarme con ella cuando no siento nada por ella.

—¿Crees que yo sentía algo por tu madre cuando me casé con ella?— aquella pregunta dolió como un aguijonazo en el pecho de Antípatro, rara vez Herodes nombraba a Doris y ahora lo hacía y no precisamente de buena manera sabiendo que su hijo tenía una buena relación con su madre — pero me case porque era mi obligación y la cumplí y ella cumplió la de darme un heredero.

—Padre no puedo casarme con ella, no voy a hacerlo, pueden casarse mis hermanos con ella para mantener la alianza....

—¿Todo este teatro es por tu nueva ramera?— los ojos de Antípatro brillaron  con furia cuando su padre se refirió así a Leah, tuvo que verse obligado a no lanzarse contra su padre y golpearle. 

—No es una ramera.

—Es bella, todas lo son, tu madre también lo era, ¿y de que vale, hijo? ¿Qué te va a aportar ella? Nada, solo es una cara bonita de la que te aburrirás o en el peor de los casos te dará unos cuantos bastardos si es que no la has dejado ya preñada. Pero, ¿Quién es? ¿De donde la sacaste? No es nadie. Cásate con Mariamne y mantén a la otra como tu ramera, pero piensa en tu deber si algún día quieres ser rey, porque siendo así serás un rey patético.
Una tras otra, las palabras de su padre aguijoneaban el interior de Antípatro, sus manos temblaron apretándose en puños deseoso de lanzarse contra su padre y con sus propias manos quitarle la vida, ya no solo por tratar sus sentimientos por Leah como solo un calentón sino por reducir su mera existencia a un deber que tuvo que cumplir, ¿Qué era él para su padre? ¿Un mero instrumento? ¿Una obligación más? No le dio tiempo a responder a sus palabras cuando Herodes se levantó de su trono y se acercó a su hijo colocando su mano sobre el hombro de su hijo ejerciendo una notable presión.

—Sé inteligente y cumple con tu deber hijo. 


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¿Qué debía de hacer? ¿El deber o el amor? ¿Mariamne o Leah? Eran las dos caras de la misma moneda, una era el deber, debía de casarse con una princesa. La otra era como había dicho su padre, nadie, es más era una reclusa que él dio cobijo. Quizás debía de obedecer, renunciar a Leah, devolverla a su aldea, alejarla de él porque ella no merecía ser la otra no podía quitarle la oportunidad de ser feliz con alguien a su lado.

—No has dicho nada en todo el camino— la voz de Leah le sacó de sus pensamientos, habían salido horas más tarde del palacio, esta vez a caballo, Leah sentada a la grupa del animal abrazada a la cintura de Antípatro, estaba decidido en dejarla en su aldea, separar sus caminos.

—Leah— paró el caballo de golpe bajándose de un salto del animal, a lo lejos se veía la aldea, la bruja bajó del caballo junto con él y cuando posó su mano en el hombro de él, un tacto suave y delicado al contrario que cuando su padre puso la mano en su hombro, Antípatro rechazó aquel contacto —Márchate.

—¿Qué? 

—Tu aldea esta a lo lejos y no puedo arriesgarme a que me vean. Yo vuelvo al palacio.

—Pero, ¿qué ha pasado?— la brava Leah en aquel momento sintió como el corazón se le encogía, realmente había pensado que si era amor lo que sentía por él este era recíproco pero al parecer se estaba equivocando porque no reconocía en él al chico que había conocido.

—Que tenemos que ser realistas. Soy un príncipe que no es libre de poder amar y tú eres....sospecho que eres una hechicera desde que citaste las palabras de Lilith estando conmigo.

—¿Conoces a ....?

—Conozco las Escrituras y también oí de la leyenda de Lilith y de personas que la adoran, brujas y hechiceras y tú dijiste palabra por palabra las mismas que ella, ¿lo niegas?— el rostro de la muchacha había perdido el color, su respiración se aceleraba, no se esperaba una acusación tan directa y menos que obviamente no podía negarlo.

—Puedo explicarlo....

—No puedo tener en casa del rey a una bruja hereje. No puedo tenerte en mi vida Leah— en todo momento Antípatro le había negado la mirada, no la miraba  a los ojos a lo que ella tomando su rostro le forzó a mirarla a los ojos, sus miradas nuevamente se encontraron, ahora la de Leah estaba empañada en lágrimas de impotencia y la de Antípatro era fría como el hielo.

—Si esto es por lo que me dijiste que te vas a casar, algo podremos hacer...

—Ya es tarde. Ella esta aquí y próximamente será mi boda. Hagámonos un mutuo favor y olvidemos lo que pasó, todo lo que compartimos. Eres libre Leah, al contrario que yo.

—Me dijiste....— realmente nunca dijo que la amaba o que la quería —Tu y yo anoche....

—Lo siento, bruja— dio por finalizada la conversación, subiéndose en el caballo poniéndose la capucha sobre su cabeza tapando parcialmente su rostro para que Leah no viese que también tenía los ojos rojizos y luchaba contra sus emociones.

—Yo te maldigo....— susurró Leah ahora si dejando que las lágrimas escapasen de sus ojos, verla así, tan pequeña, tan frágil le dieron ganas a Antípatro de bajarse del caballo abrazarla y decirle que huyesen juntos. 
Pero primero estaba su deber.

—Ya estoy maldito.

No miró hacía atrás en el camino pese a que la tentación era fuerte de volver hacía atrás y pedirle perdón de rodillas decirle que la amaba. Pero debía dejarla libre para ser feliz.

Su bruja. Su Leah. 





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𝑰𝒏 𝒎𝒚 𝑩𝒍𝒐𝒐𝒅      ᶜᵃᵐᶤᶰᵒ ᵃ ᴮᵉˡᵉ́ᶰ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora