𝐀𝐜𝐭𝐨 𝐈𝐈𝐈

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La verdad fue dicha. La tomé como una pequeña sierpe,
No me matará. Mi corazón no se romperá,
Aunque más no sea por el cariño de los que me rodean

—No existe ninguna revuelta en contra de tu padre— una vez saciada su hambre Antípatro y Leah estaban sentados a la orilla de la cama uno frente al otro siguiendo aquel peculiar interrogatorio, la muchacha miraba nerviosa como Antípatro jugueteaba con la daga en sus manos como mero recordatorio de que no era una invitada sino un interrogatorio, peculiar, pero interrogatorio, pues la idea de Antípatro era mostrar una cara amable a la chica, un lado humano para que colaborase algo que obviamente no se iba a aplicar a todos los presos pues ella era la única fémina arrestada en ese momento.

—¿Cómo puedo creerte?

—Te queda mi palabra, ¿o crees que habría soportado esto para encubrir a alguien?— dijo con rabia dándole la espalda y descubriendo su hombro parcialmente donde se veían señas de los latigazos — ¿Crees que habría sorportado que me despellejaras mintiendo?

—Se llama lealtad— alargó la mano acariciando suavemente el inicio de aquel latigazo haciéndola dar un siseo de dolor —Esto te recordará que no debes de ir contra la autoridad, muchacha— subió su mano hasta la nuca de ella aprentándola suavemente —Y que debes obedecer....—Leah se apartó casi con rabia mirando al príncipe que se quedó tranquilo en su lugar.

—Sé perfectamente por lo que me has hecho enviar aquí y vestir así—siseó con rabia, sus ojos oscuros brillaron como carbones encendidos. Antípatro la agarró de la muñeca tirando de ella haciéndola dar un pequeño grito por la sorpresa y por el escozor de la espalda siendo presionada contra el colchón por el cuerpo de Antípatro.

—Podría perfectamente. Pero considerame generoso por tu delito.

—¡Suéltame!— se separó de ella tomando de detrás de ella uno de los cojines levantándose de la cama.

—Que descanses— dijo poniendo el cojín sobre un diván y se recostó en el dándole la espalda a Leah quien le miró anonadada.

—¿Qué haces?

—Estas herida, la cama para ti.

—¡Estoy herida por tu culpa! ¿Y quieres que duerma aquí?

—¿Prefieres la mazmorra?

—No.

Pronto para sorpresa de Leah escuchó el sonido de la respiración pausada y rítmica de Antípatro delatando que se había dormido. Leah no se recostó en la cama sino que se levantó de la cama, la cuál por cierto era la más blanda y mullida que había probado en toda su vida observando la estancia por primera vez con detalle, todo aquel lujo, toda aquella comodidad...como contrastaba todo con la humildad en la que ella había vivido, una casa casi solo del tamaño de esa habitación compartida con su hermano y su madre...en cambio él...él viviendo en el lujo y la opulencia, sin un solo problema, sin tener que sobrevivir día a día....
Caminó lentamente hacia el diván donde Antípatro dormía dándole la espalda y con lentitud tomó del cinturón la daga dispuesta a clavarla en el cuello del príncipe....

—Deja eso y duérmete— dijo de repente Antípatro indicando que aunque estaba con los ojos cerrados  permanecía en estado de alerta como el soldado que era.

—Pues explícame.

—Duérmete ya— repitió girándose para arrebatarle la daga de la mano a Leah quien permanecía con una expresión confundida, ¿no había sentido ningún tipo de amenaza por ella? Por muy civil ella estaba armada y él no.  Se sorprendió a si misma recostándose en la cama bocabajo por el dolor que sentía en su espalda, pese a las lociones que habían aplicado las mujeres en su espalda seguía doliendo, un dolor zumbante y que escocía a horrores, le recordaba los üngentos que su madre preparaba a base de plantas y grasas de animales que curaban...echaba de menos a su madre y a su hermano....esperaba poder volver a verlos si es que aquel príncipe tan extraño no la mataba en cuanto se aburriese de aquel juego tan extraño.
No supo en qué momento se quedó dormida.

─────  ❁ ❁  ─────

El sol tímidamente entraba por las ventanas, amanecía en las tierras de Judea bañando con su dorada luz. Leah lentamente fue despertando cuando sintió un movimiento tras ella haciéndola despertar de golpe y girándose encontrándose a Antípatro dormido a su lado.

—¡¿Qué haces aquí?!—chilló Leah haciendo que Antípatro se despertase de un sobresalto.

—No chilles.

—¿Qué demonios haces aquí? ¿No ibas a dormir en el diván?

—Es mi habitación y es mi cama tengo más derecho que tú de dormir aquí— por puro instinto miró bajo las sábanas si le había quitado la ropa o él estaba sin ropa pero por suerte solo se había limitado a dormir a su lado.

Repentinamente las puertas se abrieron alertaron a ambos que se levantaron de la cama casi de un salto, Antípatro tomó a Leah del brazo  y la puso tras de si.

Pálido y ojeroso Herodes había hecho acto de presencia frotando sus ojos, el mal humor del rey se notaba en el ambiente por la falta de sueño.

—Padre— firme, el soldado perfecto mientras la cautiva intentaba pasar desapercibida detrás de Antípatro, ahí, sola, desarmada y vestida como una....

—¿Cómo no has dicho que han apresado a un alborotador que además agredió a soldados?

—¿Quién te lo ha dicho?

—Eso no importa, era tu deber inform..¿quién es esa?—preguntó Herodes reparando en la chica detrás de su hijo.

—Ella es....es...mi nueva consubina— el rey rió pues desde que su hijo había vuelto de Roma no parecía haber demostrado ningún interés en las féminas llegando incluso a dudar de la virilidad de su hijo adquiriendo alguna de las curiosas costumbres romanas pero al parecer se equivocó.

—Ignoraba que habías tomado alguna...bien diviértete con tu ramera pero ese traidor...

—Fue ejecutado anoche y su cadáver expuesto fuera de las murallas.

—¿Fuera de las murallas? Así nadie captará el mensaje de que ¡nadie se rebela ante el rey! Serás un rey blando algún día Antípatro.

La conversación no llegó a más pues Herodes dio por finalizada la conversación saliendo de aquellas estancias y antes de que Antípatro pudiesen digerir la mentira que le había dicho a su padre recibió una bofetada de Leah quien totalmente indignada no reaccionó de otra manera.

—¡¿Tú concubina?! ¡No pienso ser tu maldita ramera!

—Te acabo de salvar la maldita vida, vamos a tener que disimular y vas a tener que pasearte por aquí como una mujer del palacio porque como se entere mi padre de que él alborotador está vivo y te he encuenbierto nuestras cabezas van a rodar, los de ambos. En cuanto pase un tiempo razonable de que parezca que me aburri de ti te devolveré a tu aldea.

—¿“Aburrirte de mi”? ¿Acaso soy un burdo objeto de tu entretenimiento?

—No, solo alguien que está en el filo de la espada y me debes un favor por tu vida.

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𝑰𝒏 𝒎𝒚 𝑩𝒍𝒐𝒐𝒅      ᶜᵃᵐᶤᶰᵒ ᵃ ᴮᵉˡᵉ́ᶰ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora