Plumas Negras

Parte 2

Terminó la pequeña cirugía y su paciente y clienta se marcharon felices luego de la recomendaciones de Anna. Atendió dos casos más de vacunas y un llamado al teléfono fijo la sobresaltó, era de la hacienda de los Higgins avisando que su yegua estaba con contracciones, terminó la comunicación tomó una barrita de cereal, su maletín con algunas vacunas y elementos necesarios por si debía realizar una cesárea, las llaves de su camioneta y por último se calzo las botas de goma, a toda prisa se dirigió hacia el campo. El viaje fue ligero y sin contratiempos, agradecida por dentro dada la urgencia que la esperaba. Dentro de la estancia podía ver a un desesperado capataz, muy joven por cierto ,que había heredado el puesto luego de fallecer su padre, al igual que a Anna le apasionaba la vida del campo y los animales pero aún no tenía la experiencia suficiente para saber que hacer cuando su yegua se negaba a parir.

Anna se dirigió a los cobertizo y ubicó a la parturienta, y ahí estaba Jolie , una hermosa yegua de pelaje negro azabache, de tusas largas y onduladas, campeona y modelo de exposiciones reconocidas, recostada y con mirada cansada. Anna se sentó apoyada sobre sus talones y palpó la barriga de la pobre madre, acarició su cuello para que confiara y se relajara.

-Hola Jolie! Como estas nena? - Le dijo suave para que la reconociese. La fatigada potranca dio un largo suspiro y se puso de pie, era la señal que se preparaba para pujar, dio dos vueltas dentro del cubículo y se volvió a recostar pero tampoco hubo resultado, el animal se animó a levantarse una vez mas con todo el dolor que sentía volvió a dar una vuelta y sus patas se hicieron sonar contra el piso. Anna supo entonces que así no iba a pasar nada, miro sobre sus propios hombros a los trabajadores que estaban hablando de vaya a saber Dios de que cosas y entendió la situación.

- caballeros!! se pueden ir a charlar a otro lugar? Hacen poner nerviosa a mi paciente y eso no es bueno para nadie-. Dijo con vos firme y resonante, sin gritar para no perjudicar mas la situación, pero era ella quien debía hacer su trabajo y como críos regañados se esfumaron en un santiamén.

El relincho fue la voz del gracias de aquella cansada parturienta. Como pudo, la joven veterinaria ayudo al animal a levantarse para volver al trabajo de parto y ahí estaba, una ligera película blanquecina comenzó a asomar seguida de un hilo de líquido mientras daba algunos dificultosos pasos, se recostó para recuperar la respiración, las caricias de aquella mujer la reanimaron un poco, entonces volvió a levantarse y dar algunos pasos mas, se echó nuevamente entre la paja y se podía ver el hocico del pequeño potrillo asomar cubierto de una membrana blanquecina la cual Anna rompió con sus manos para ayudarlo, se notaba y preocupaba el cansancio de la yegua pero solo basto un par de vueltas más para que se hiciera el alumbramiento. Una gran sonrisa iluminó los rostros de los espectadores que se habían asomado en total silencio, y el de Anna, quien ayudó a retirar la membrana que cubría al recién nacido, limpió la zona del cordón y le dio espacio para que pudiese ponerse de pie solo, quien luego de unos minutos y varios intentos fallidos pudo hacerlo posible. Aplicó las vacunas correspondientes y dejó al nuevo integrante con su joven madre.

Luego de semejante acontecimiento los Higgins invitaron con una copita de jerez a la tenaz veterinaria y luego siguieron las charlas acompañadas de varias tacitas de café y te para ella, puesto que no le gustaban las bebidas fuertes y amargas -como solía decir. El atardecer disfrazado de noche llegó y trajo mucho frio, ya a estas alturas no sabía si sus pies estaban helados o húmedos debajo de la goma de su calzado. Anna se despidió de la feliz familia con una gran sonrisa por la satisfacción que ésta profesión le dejaba y prosiguió a marcharse.

Saliendo de la hacienda recordó que dejó su celular y el abrigo en la veterinaria, así que retomo el camino en busca de sus pertenencias.