𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝟏

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9 de enero de 2005

Éste era el momento del día en el que más deseaba ser capaz de dormir.

El instituto.

¿O sería más apropiado emplear el término "purgatorio"? Si existía algún modo de purgar mis pecados, esto tenía que contar de alguna manera. El tedio era a lo que menos me había conseguido acostumbrar y, aunque parezca imposible, cada día me resultaba más monótono que el anterior. Supongo que ésta era mi manera de dormir, si el sueño se define como un estado inerte entre períodos activos.

Me quedé mirando fijamente las grietas del enlucido de la esquina más lejana de la cafetería, imaginando dibujos en ellas. Era una manera de sofocar las voces que parloteaban dentro de mi mente como el gorgoteo de un río. Ignoré el centenar de voces por puro aburrimiento. Cuando a alguien se le ocurre algo, seguro que ya lo he oído con anterioridad más de una vez.

Hoy, todos los pensamientos se concentraban en el insignificante acontecimiento de una nueva incorporación al pequeño grupo de alumnos. No se necesitaba mucho para provocar su entusiasmo. Había visto pasar repetidas veces los dos nuevos rostros de un pensamiento a otro, desde todos los ángulos posibles. Sólo eran otra chica y chico humanos. La excitación que había causado sus apariciones resultaba predecible hasta el aburrimiento, era como mostrar un objeto brillante a un niño.

La mitad del rebaño de ovejunos varones se imaginaba ya enamorándose de ella y lo mismo pasaba con las mujeres hacia el chico, sólo porque eran algo nuevo que mirar. Puse más empeño en no prestar atención.

Sólo hay cuatro voces que bloqueo por una cuestión de cortesía: las de mi familia, mis dos hermanos y mis dos hermanas, quienes están tan acostumbrados a la ausencia de intimidad en mi presencia que rara vez se dan cuenta. A pesar de ello, les concedo toda la privacidad posible. Procuro no escucharlos si puedo evitarlo.

Lo intento con todas mis fuerzas, claro, pero aún así... me entero de cosas.

Rosalie pensaba en ella misma, como de costumbre. Había captado su reflejo en las gafas de sol de alguien y se regodeaba en su propia perfección. La mente de Rosalie era un charco de agua estancada poco profundo y de escasas sorpresas. Nadie tenía el cabello de un tono más semejante al verdadero color del oro, nadie tenía una silueta que fuese un reloj de arena tan perfecto, nadie tenía el rostro como un óvalo tan simétrico e inmaculado. No se comparaba con los humanos que había allí; tal yuxtaposición habría resultado risible, absurda. Ella pensaba en otros como nosotros, ninguno de ellos estaba a su altura.

Emmett estaba que echaba chispas después de haber perdido un combate de lucha libre con Jasper la noche anterior. Necesitaría de toda su escasa paciencia para llegar al final de las clases y organizar la revancha. Nunca me he sentido como un entrometido al escuchar sus pensamientos porque él nunca pensaba nada que no pudiera decir en voz alta o poner en práctica. Es posible que solo me sintiera culpable al leer la mente de los demás cuando me constaba que les gustaría que ignorase ciertas cosas.

Si la mente de Rosalie es un charco poco profundo, la de Emmett es un lago sin sombras, tan transparente como el cristal.

Y Jasper estaba... sufriendo. Contuve un suspiro.

Edward. Alice me llamó por mi nombre, pero sólo sonó en mi cabeza y le dediqué de inmediato toda la atención.

Era lo mismo que si la hubiera oído hablarme en voz alta. Me alegraba que en los últimos tiempos hubiese pasado de moda el nombre que me habían puesto. Menos mal, ya que hubiera resultado un fastidio volver la cabeza automáticamente cada vez que alguien pensara en algún Edward...

ℝ𝔼ℚ𝕌𝕀𝔼𝕄 𝕆𝔽 𝕃𝕆𝕍𝔼: 𝕃𝔸ℂℝ𝕀𝕄𝕆𝕊𝔸 ━ Edward CullenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora