ℝ𝔼ℚ𝕌𝕀𝔼𝕄 𝕆𝔽 𝕃𝕆𝕍𝔼: 𝕃𝔸ℂℝ𝕀𝕄𝕆𝕊𝔸 ━ Edward Cullen

𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝟔

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Los demás tenían previsto salir de caza al día siguiente, pero yo no podía permitirme estar sediento ahora mismo. Me excedí, bebiendo más de lo necesario hasta empacharme de nuevo: un pequeño rebaño de alces y un oso negro con el que tuve la suerte de toparme en estos meses tempranos del año. Estaba tan lleno que me sentía incómodo.

Pero era necesario, con cada día que pasaba, Cillian se volvía más cercano a la pequeña peste y eso invitaba al desastre.

Era propenso al desastre. No parecía ese tipo de persona—pero lo era. A penas llevaba unas semanas en Washington y ya había estado tres veces al borde de sufrir un final violento: las primeras dos veces, como daño colateral en el asesinato de Isabella Swan—la tercera vez gracias al coche de Lauren. Por lo que yo sabía, ahora mismo podría estar de camino a una nueva sentencia de muerte. ¿Qué sería esta vez? ¿Un meteorito estrellándose contra su tejado y aplastándolo en la cama?

No podía cazar más y todavía me faltaban muchas horas para la salida del sol. Ahora que se me había ocurrido, no podía quitarme de la cabeza la idea del meteorito y otras catástrofes parecidas. Intentaba pensar de manera racional, considerar las nimias probabilidades contra todas las desgracias que pudiera imaginar, pero no me servía de nada. ¿Qué probabilidades había, al fin y al cabo, de que el chico se hubiera anotado en la escuela de un pueblo que contaba entre sus residentes fijos con un porcentaje considerable de vampiros? Era aún más increíble si se consideraba que él no vivía en el pueblo... ¿qué posibilidades de que atrajera irremediablemente a uno de ellos?

¿Y si le sucedía algo durante la noche? ¿Y si yo acudía mañana al instituto con todos los sentidos y sentimientos enfocados en el espacio que él debería ocupar, solamente para enfrentarme a un asiento vacío?

De pronto el riesgo me pareció inaceptable.

El único modo de adquirir la seguridad de que estaba sano y salvo era que hubiera alguien allí para detener el meteorito antes de que pudiera tocarlo. El emocionante subidón volvió a recorrerme por dentro cuando comprendí que estaba a punto de ir en búsqueda del chico.

Era más de medianoche, y la mansión de los Scott estaba en silencio y a oscuras, ni una sola alma respiraba a kilómetros a la redonda de esa residencia en los pies de la montaña. Observé la mansión, resguardado en la oscuridad del bosque en el área este, escuchando—nada. No había pensamientos claros, no había susurros, no había... ¿por qué no escuchaba nada? ¿Estaba realmente solo? ¿Cillian estaba solo en una edificación tan grande?

Intenté concentrarme hasta en el más mínimo susurro que podría haber escuchado, un suspiro, cualquier cosa, pero—nada.

La ociosa espera y el sepulcral silencio le proporcionaban a mi mente la libertad suficiente para enzarzarse en toda clase de especulaciones. Como es evidente, el meteorito no era sino la metáfora de todos los improbables sucesos desafortunados que podrían acontecer. Sin embargo, no todos los peligros surcarían del cielo con una brillante cola de fuego. Se me ocurrían muchos que llegarían sin avisar, amenazas que podían deslizarse inadvertidas al interior del silencioso hogar, que tal vez ya estuvieran allí dentro.

Tanta preocupación era absurda. Era una mansión en el medio de la nada, una mansión en medio del bosque—a los pies de una montaña: una fuga de monóxido de carbono difícilmente ocurriría y dudaba que usaran carbón con frecuencia. La península de Olympic albergaba poca vida salvaje que se pudiera considerar peligrosa. Estando yo ahí, captaría la proximidad de cualquier animal grande. No había serpientes venenosas, escorpiones o escolopendras, y tan solo unas cuantas especies de arañas, que en ningún caso eran mortales para un adulto sano y que, de todos modos, rara vez anidaban en el interior. Era absurdo. Lo sabía. Sabía que me estaba comportando de un modo irracional.