02. Lady Alicent

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— Lady Alicent— reverenciando con la cabeza aquella mañana cada uno de los caballeros saludaba a la adolescente hija de Otto Hightower, la mano del Rey Viserys.
¿Acaso todo lo que la definía se regía por títulos políticos? Esto era algo que la jovencita creyó desde que tenía uso de razón hasta que conoció a la familia Targaryen. No es que la visión negra del mundo que definiera a las personas por su rango monárquico, estuviera exenta de ellos.
De hecho, esta familia estaba constituida con los gloriosos lazos sanguíneos de aquellos que nacían y morían, que existían para ocupar un lugar en las páginas doradas de la historia. Pero existía un halo de luz que había llegado a aquellos tiempos para despertarla del doloroso ensueño, de la vida sinsabor que le esperaba. Alguien marcaba la diferencia, de tal manera que reavivaba la felicidad y vigorizaba su flor de juventud, desde que Alicent conoció a la viajera en el tiempo supo que la existencia tenía otra cara más luminosa, otra cara a la cual decidió moldear con cada uno de los rasgos de Visenya Targaryen, viendo en ella toda su posibilidad de ser feliz y amar, más allá del sacrificio y sus deberes como mujer perteneciente a su padre.

— Lady Alicent— todos y cada uno, incluso Rhaenys, la reina que nunca llegó a ser y la entonces reina Aemma la saludaban mientras recorría los pasillos aquellas tempranas horas. De toda la familia Targaryen, exceptuando a su amada, ellas dos le parecían tan agradables. Pero últimamente la reina Aemma parecía demostrarse disconforme con tal romance oculto, tanto que incentivaba a Rhaenyra a ocupar su lugar. Esto aumentaba los frenéticos nervios ocultos de la jovencita Hightower. Aun así, estaba segura que al menos hasta que Aemma no se convirtiera en fantasma, sus palabras no tendrían semejante peso para la rebelde de la princesa por lo tanto, mucho tiempo le quedaba siendo exclusiva dueña del corazón de Visenya.
En los festivales, en las reuniones privadas e informales de aquel grupo de tres familiares y amigas, Alicent solía frecuentar el regazo de Visenya compartiendo su misma copa de vino, recibiendo sus caricias y sus besos, así como lo hacían las respectivos amantes de Aemma y Rhaenys. Las mujeres parecían ser una debilidad de las doncellas de la casa del Dragón, aunque algo seguía haciendo destacar a Visenya a pesar de ser su lejana descendiente. Mientras que Aemma y Rhaenys desperdigaban su delicada lujuria sobre sus amantes, las cuales tan solo veían durante las noches, Visenya tan solo contaba con Alicent no solo por las noches sino el resto del día. Disfrutaba de su compañía en la biblioteca, en la sala de estar, en las cenas, en los simples e inocentes actos de la vida real, Rhaenys decía que se estaban enamorando y que no demorarían en casarse a escondidas, ella sí que se mostraba feliz y dichosa por ver cómo Visenya dejaba atrás su pasado, lo que para ellas era el futuro lejano. Aemma, solía mostrarse recelosa del tiempo que esa muchachita le quitaba a Visenya, para ella Alicent jamás dejaría de ser la pequeña amiga de su hija, la princesa Rhaenyra.

— Lady Alicent— al darle la espalda a estas dos mujeres, los demás habitantes del castillo seguían saludándola con reverencias, incluso las pobres criadas vestidas de rojo, quienes servían a los más nobles. Parecía mentira que meses atrás ella era una más de las esclavas, cuidando del rey Jaehaerys I, cumpliendo la desagradable tarea para una jovencita como ella, de bañarle, vestirle y darle de comer.  Mientras caminaba por el castillo su rostro más iluminado que nunca, recordaba cómo había renacido al enamorarse entre libros, letras y palabras de la hermana del rey.

La biblioteca la recibió, cada día parecía estar más iluminada, Visenya no solía dormir por las noches y en los momentos en que se hartaba de trabajar en su máquina del tiempo se sumergía en los libros. De hecho así se había gestado su dulce romance, pensaba Alicent mientras caminaba por los extensos pasillos de la biblioteca hasta llegar hacia la hermana del rey, iba acomodándose el cabello, tocándose el corsé para asegurarse de que todo estuviera en su lugar, agitando las pequeñas joyas que la adornaban, asegurándose de no haberse olvidado ninguna.  Sonriendo sinceramente, como nunca, como siempre que estuviese en frente de esa mujer de cabellos blancos.
No era para menos, en cuanto el rey Jaehaerys I murió mientras le leía, Alicent no quiso leer nunca más en toda su vida. Era como si una tormenta abrazara cubriendo de vendavales dolorosos a su gran pasión, bastaba leer tan solo una oración para recordar los ojos fijos y sin vida del viejo monarca. Aquella fue la primera vez que la mente de Alicent desvarió sumergiéndola en la cama, empalideciendo su bello rostro y enfermándola día a día. Su señor padre le ordenaba salir del camastro a pesar de apenas poder caminar, la tomaba del brazo hiriéndole los frágiles huesos luego de someterla a un proceso depurador de lo informal con las criadas que la embellecían, hasta obligarla a sentarla en el jardín debajo del fresco lila jacarandá, donde observaba cómo a metros la extraña y solitaria Visenya Targaryen escribía en su pequeño diario de cuero.

𝐃 𝐀 𝐑 𝐊 | 𝐠𝐨𝐭 & 𝐡𝐨𝐝Donde viven las historias. Descúbrelo ahora