03. La reina

194 21 0
                                    

     Las costas marítimas de Desembarco del Rey solían ser un respiro para cada uno de los miembros de la corona. El choque de la brisa solidificada en sus rostros aportaba todo el frescor que hacía falta en el castillo, a lo lejos yacía el muelle en el que Alicent y Visenya solían reposar muy temprano y casi al amanecer, no para leer así decenas de mundos fantasiosos en los libros favoritos de la muchachita y decenas de escritos hechos por la otra, sino para escribir juntas acerca del mundo que las rodeaba. El más allá de las aguas, el aquí y ahora, las rutas y las sendas del torrente del océano y el torrente de sus corazones que se besaban con la mirada a través de las pupilas decenas de horas. Todo el reino sabía que la hermana del Rey desempeñaba las tareas de un maestre por lo tanto, ante los ojos de Otto Hightower la demente no era más que una instructora que lograba el entusiasmo de Alicent.
Con el correr de las horas, la arena sobrevolaba entre los verduzcos vestidos de la joven y la túnica de la viajera en el tiempo, sus delicados pies, sus largos pies, se hundían en cada grano de arena. Hablaban los escritos de Visenya, que años más tarde serían prohibidos en el reino por tratarse del sexo entre dos mujeres, existía una leve sensación de vivir lo ya vivido y de la mano de Alicent aquello no le aterraba para nada. Se trataba del correr entre ese suelo tan desgranado y dorado de las costas del océano, sintiendo la absorción de sus pies en la profunda humedad de los suelos, castigándose virtuosamente con el peso que ésta infundía y el esfuerzo por llegar hacia la habitación, por más privacidad y menos prohibición. Luego, puertas adentro, recorría ese cuerpo tan pálido a veces rozando mutuamente la desesperación, como si alguna vez llegaran a desvanecerse o en todo caso desgranarse. Sentíanse la absorción de sus pieles por sus bocas recorriéndose las caderas, en la profunda humedad de sus centros, castigándose cuánto podían las fuerzas del cuerpo para sostener aquellos puntos culmines del placer y el esfuerzo por llegar y luego seguir, en esa privacidad sin prohibiciones hasta que el cuerpo desistiera. 
Finalmente la ruta se dirigía unidireccionalmente al único lugar que se degustaban cada rincón del cuerpo con la boca, con las manos, con el vientre, la cintura, el ombligo y las piernas que se enredaban en búsqueda por la eternidad. Aquel lugar era la habitación de la hermana del Rey.

Aquella mañana se llevaba adelante el funeral de la reina Aemma y los rostros de cada Targaryen reflejaban la inexactitud, la distancia con ese funeral que parecíase irreal. ¿Cómo seguirían adelante? Es lo que el Rey Viserys moría por preguntarle a su hermana que tanto del futuro sabía. Pero ella estaba lejos de él, reservada en sus silencios y distancias miraba fijamente el mar sin poder soportar ver el decorado funerario de una de sus mejores amigas, aquella tan dulce y parecida a su hermanita Daenerys. Tantas cosas habían vivido tan felices, tan juntas, que la apariencia de esos acontecimientos remontábase a una mentira. Allí, cada una de sus miradas se dirigía hacia el mar furioso y arremolinado, tan furioso que los ojos redonditos y verdes de Alicent temieron y vacilaron en su postura rígida, arrepintiéndose de no haberle dado sus condolencias a Visenya por la pérdida de su querida Aemma.

Antes de Aemma, Alicent no había conocido a otra reina pues llegó al palacio en el reinado de Jahaerys y no había reina alguna. Era Aemma tan querida por su esposo como todos en el reino, sus risas y anécdotas interesantes avivaban cualquier conversación. Alicent había compartido mucho tiempo con ella pues en las fiestas o reuniones sumamente privadas que organizaba, ella siempre estaba invitada de la mano de Visenya. Grandes banquetes allí se servían y todo se basaba en el deleite entre mujeres, sin ningún hombre de por medio. Era agradable y sigilosa, jamás había dado a relucir el secreto romance de la joven verde y la viajera en el tiempo. Sin embargo, Aemma también parecía ser víctima de las visiones del futuro y aquellos asuntos que Visenya jamás comentaba con ella, había oído por detrás de las puertas Alicent que la reina tenía visiones de la viajera en el tiempo y su hija Rhaenyra reinando juntas. Esto otorgó gran sentido a las resistencias de la reina Aemma cada vez que Rhaenys ebria y divertida proponía que Visenya contrajera matrimonio con Alicent. Parecía ese último tiempo la reina alejar a Alicent de la hermana del rey dando todo tipo de excusas pero solo había una razón. Quería reservarla para Rhaenyra. 

𝐃 𝐀 𝐑 𝐊 | 𝐠𝐨𝐭 & 𝐡𝐨𝐝Donde viven las historias. Descúbrelo ahora