04. Rhaenyra

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     Anocheció todo lo que las fuerzas del cielo batallaron contra el sol, aquellos días Visenya Targaryen se negaba a recibir a su hermano Viserys pidiendo miles de explicaciones y un silencio absoluto usurpaba el Trono de Hierro. Indispuesto a toda reunión con el Consejo, a oír la palabra de su excelentísima mano, el Rey Viserys comenzó a relegarse de la corte y a enfermarse. Creía que la muerte de Aemma sería inevitable, creía muchas cosas y todo eso que en lo que creía tenía el nombre de Visenya Targaryen, la viajera en el tiempo cuyos saberes no los obtenía en sueños sino en carne propia.

La joven Rhaenyra recorría los pasillos de su majestuoso hogar de imponentes esculturas bañadas en oro y extensos pasillos con el símbolo del Dragón de Tres Cabezas. Todas aquellas noches la ausencia de su madre le quitaba todo el sueño, fijos y abiertos como centellas sus ojos preciosos eran incapaces de hallar la oscuridad. Jamás le contaría que pensando la oscuridad, la pensó a ella. Pensó en aquella que poblaba cientos de historias y cuentos, aquella que había trepado por entre el auditorio de torneos para llegar hacia su madre Aemma, buscando a su inolvidable Dany. Pensó en aquella a la cual, la oscuridad parecía tragar, en aquella que caminaba coja sin importar cuánto sabía de la medicina, pues Caraxes la había tomado de un pie y se la había llevado al rincón más profundo de Pozodragón, así la familia Targaryen la reconoció como suya. Visenya Targaryen, aquella que los sueños de su madre la dictaban tan suya, tan cercana.

Recorrió tanto los pasillos que sintió terror de que ellos hicieran voz sus pensamientos, pues los murmullos sobresalían de entre la Sala del Consejo y evocaban el nombre de la viajera en el tiempo.

— Lord Corlys Velaryon, usted es muy inocente si considera que el Rey Viserys tomará a su hija Laena como esposa. Está dictado aquello que el destino prevé— decía Lord Strong. Al parecer los miembros del consejo se habían reunido a espaldas de su padre.

— El destino es la historia escrita por los intereses de los hombres, no crea en todas esas patrañas. Aun así, el Rey dictará su certamen en cuanto logre lo que tanto quiere, hablar con su hermana— dijo Otto Hightower en un tono despectivo.

— Temería entonces al destino, si escrito por alguien fuera, sería por esa que tiene la capacidad de viajar entre el futuro y el pasado. Logrará usted también lo que desea Hightower, la corona siempre ha sido su obsesión y particularmente de aquella que busca manipular los viajes en el tiempo— contraatacó lord Corlys y aunque Rhaenyra no entendía a qué se refería, él evocaba la relación clandestina de la joven Alicent y la hermana del Rey.

— Hay unos cuantos asuntos que deben ser sellados por ejemplo este que usted trae a la conversación, Velaryon. Pero hoy en día nos reunimos por el futuro de nuestro reino, debemos sellar la ausencia de la reina Aemma, nuestro Rey debe contraer matrimonio— de esta manera, Otto Hightower dio por finalizada tal discusión, sentía profundo temor a que los demás se anoticiaran también. Sería la deshonra para toda la casa Hightower. Rhaenyra siguió oyendo la conversación y aquello que oyó fue impulso para hacer todo lo que hizo después.

— Si todos estamos de acuerdo, la historia ha sido dominada por los Targaryen unidos en su sangre y en plena alianza. El Rey Viserys se casará con su hermana, Visenya Targaryen— afirmaron todos los presentes y Rhaenyra corrió en búsquedas de su tía. No quería que nadie la tomase, nadie que no fuese ella lo merecía. Las palabras de la difunta Aemma tenían gran peso en ella.
Como la gran parte de las noches, desde hacía varios años, Rhaenyra espió por la hendija de la puerta abierta de la habitación de Visenya. Allí estaba ella encendiendo velas y candiles, parecía tener temor a la oscuridad, como si no la tuviera adentro ya. Su pálida piel estaba descubierta, de modo que su imponente espalda relucía la constelación de sus lunares, con los ojos hambrientos Rhaenyra logró divisar cada una de las vértebras que construían la columna de la hermana de su padre. Su cabello aun más blanco y brillante que la cera de la decena de velas encendidas, recaía tan lluvioso y lacio sobrepasando sus hombros, llegando a la mitad de su espalda. En su infancia, Rhaenyra había deseado ser innumerables bestias salvajes, un dragón, un ciervo blanco y codiciado, un tiburón de aguas dulces. Pero en aquel momento, con la trompa que se le adelantaba por pura inercia y se entrometía por entre la hendija de la puerta de roble, deseó ser cada partícula de ese cabello blanco que caía sobre los hombros y la espalda de la viajera en el tiempo. 

𝐃 𝐀 𝐑 𝐊 | 𝐠𝐨𝐭 & 𝐡𝐨𝐝Donde viven las historias. Descúbrelo ahora