20: El oráculo de Los Vientos

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El viento azotaba con brutalidad la embarcación de madera que era empujada por los conductores un tipo de personas que solo podían usar su aurisal para conectarse con vehículos y darles marcha. No eran rastreadores, puesto que eran incapaces de rastrear almas. Aunque si tenían acceso al aurisal y al vorlith tampoco eran consciente de esto y usaban sus poderes para servir de combustibles a las maquinarias. En algunas zonas de Khelia eran utilizados para trasladar personas en grandes vehículos, en otras partes incluso eran esclavizados para evitar el uso de combustibles naturales que destruían el planeta. La unica diferencia que un condcutor novato podía morir su utilizaban su energía pro demasiado tiempo. Sin embargo el conductor de aquel barco debía tener unos 60 años y parecia que no tenía ni un solo gramo de grasa. Su piel estaba pegada a los huesos y solo vestía un desgastado pantalon.

Yacía sentado con las piernas cruzadas dentro de un agujero ubicado en el pie del único mástil en donde se extendía la vela que siempre estaba inflada por el incesante viento que caracterizaba la zona. 

Alec caminaba por la cubierta exasperado. No le gustaba tener que esperar y aun cuando el ritmo del barco era veloz y en la distancia divisaba la isla más remota del archipiélago de Los Vientos. Aquel entorno le disgustaba.

Era un barco de carga y viajaba con personas de mal haber, comerciantes de bajo rango y algún que otro campesino. Todos eran de piel pálida y cabellos lánguidos. Él en cambio resaltaba con su cabellera rubia y ahora su poblada barba. Se cubria con una túnica negra para no ser reconocido, pero la verdad es que nadie estaba lo suficientemente pendiente de él como el pensaba que lo estaban. Tenía buena parte de ssus esperanzas enfocadas en la siguiente isla y sentía que ahí podría estar la clave para encontrar a Sacarac y el mítico Faro de Oriente.

Entró a la bodega y se encontró con varios de los tripulantes quienes le dieron una mirada de desaprobación y antes que estos lo intentaran echar este los manipuló con una pisca de Vorlith para que le sirvieran un plato de comida. La oferta no era la mejor era un potaje de lentejas bastante grumoso el cual sirvieron en un cuenco de madera con una cucharilla del mismo material. Alec prefirió aguantar las ganas de comer y bajó por una escotilla hacia los compartimientos del barco. Era uno de los camarotes más grandes. Destrabó la cerradura y entró a la habitación sin ningún tipo de decoración más que una herradura puesta sobre ambas camas. 

—Te he traído algo de comer. No se ve muy apetitoso pero no creo que te moleste las mujeres de tu tipo están acostumbradas a la austeridad y esto definitivamente es austero. 

Alec arrojó el plato con desden sobre un diminuto escritorio ubicado debajo de la ventanilla redonda. El potaje se balanceo como si fuese una especie de gelatina o pudín, pro el movimiento explotó una pequeña burbuja que hizo ver al alimento aun menos apetitoso. 

El camarote tenía cuatro camas, pero en realidad usaban solo dos. Aunque eran cinco. Las tres criaturas que alguna vez habian sido Eduard, Cloe y Vincent reposaban apostadas en la pared esperando alguna orden. Mientras que a los pies de la cama y en señal de oración estaba su otra acompañante.

—¿Por qué te preocupa tanto que coma? 

—Porque no te quiero muerta ¿Eso resuelve tus dudas? 

Marie Claire Bretton se interrumpió su oración y miró hacia la mesa. Se levantó y tomó el cuenco examinándolo con cara de pocos amigos. 

—¿Vas a comer parada? Al menos sientate en la cama.

Marie Claire siguió las órdenes de su captor y colocó el tazón tibio sobre su túnica azul clara y se llevó una cucharada a la boca. Paseo el alimento de lado a lado. No sabía especialmente bien, pero tampcoo mal. Parecía una comida hecha para alguien en dieta. El único sabor que resaltaba era el de los trozos de tocino mal picados, pero aún así agradeció el gesto.

Rastreadores de Almas y el Faro de OrienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora