2: Los que visten de negro

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Capítulo 2: los que visten de negro

Temprano en la mañana Chantal no controlaba la impaciencia generada por la invitación que Alec le hizo el día anterior. Ese hombre la causaba sensaciones, era como si su cuerpo vibrara con cálidos espasmos que la hacían sentir expectante debido a su aspecto y actitud seductoras.

A diferencia de la mayoría de los días no se tomaría el tiempo de desayunar con su familia, y menos a conversar en la mesa como era costumbre. Por el contrario, compraría algo económico en una cafetería del centro y luego se vería con su amiga Verónica, por lo que vio la hora y se dio cuenta que faltaban 15 minutos para las 10:00 a.m. No la quería hacer esperar.

El centro de la ciudad era el lugar perfecto para comprar un bonito vestido acorde a la ocasión. Una vez ahí Verónica la esperaba en un fino, por lo que tuvo que recorrer toda la calle de la Republique hasta la Plaza de Martroi, en donde se erige la soberbia estatua de Juana de Arco. 

Cuando las dos amigas se encontraron no se dieron el tiempo de revisar muchas vitrinas, no muy lejos del restaurante, en la esquina que une la plaza con calle de la Republique había una bonita boutique, en un viejo edificio, perfectamente conservado. En el frente de la tienda había dos mujeres esculpidas en la roca que otorgaban un aspecto señorial, no solo al local, si no que embellecían al edificio.

Al atravesar la puerta de entrada se encontraron con una joven dependienta que iba cónsona con el estilo impecable y lujoso del establecimiento.

-Buenos días ¿Qué se les ofrece?- La mujer debía tener unos veintidós años vestía un vestido de coctel verde esmeralda que a simple vista debía ser muy costoso. Este resaltaba aún más gracias a su cabellera rojiza recogida en una perfecta cola de caballo. 

-Estaba buscando un vestido para un fiesta que tengo esta noche, pero... ¿Esta tienda debe ser muy costosa o me equivoco?- Aquel comentario debió de ahorrárselo, la chica soltó una risa cargada de petulancia, al punto de ser descortés.

-Se equivoca, aquí  hay ropa para todo aquel que se sienta en la necesidad de encontrar algo indicado para una ocasión ideal- La chica la guio hacia un pasillo al fondo de la tienda y esta la siguió

Verónica comenzó a sentirse indispuesta por lo que tomó asiento y le pidió a Chantal que buscara con calma mientras ella tomaba un poco de aire.

-Creo que este puede ser de tu agrado- Le comentó la vendedora que le mostraba los vestidos que más se adaptaban al perfil de Chantal a quien miraba de arriba abajo como si en sus ojos tuviera un par de escáneres. El primer traje que le ofreció era de color negro y mangas tres cuartos. No necesitó más, ese era el indicado. Rápidamente olvidó el gesto de la vendedora al llegar a la tienda y decidió agradecerle por su certera elección, sin embargo, al mirarla a los ojos  cayó en cuenta que la vendedora era la misma persona que se cruzó ayer en su camino a casa.

-¡Tú!  si, eres tú. La misma de la otra noche.- Le arrojó enojada el vestido en la cara, fue hasta donde estaba Verónica y la sujetó de la muñeca para sacarla a rastras de ahí. Juntas emprendieron una carrera que para su amiga no tenía sentido alguno, más aún cuando sentía su cuerpo débil y el estómago a punto de devolver todo su contenido, pero de pronto, comenzaba a sentirse bien, como si mediante la mano de su amiga sintiera una energía sanadora, era como si desde ese punto todo lo malo fuese expulsado de su cuerpo.

-¿Qué pasa Chantal? ¡Me estás haciendo daño!- Veronica daba tropiezos en su carrera y miraba hacia atrás en búsqueda de alguna persona extraña que las siguiera, pero no había nadie sospechoso, solo las miradas de los transeúntes curiosos por aquella carrera desesperada. 

-¡No preguntes!-  Respondió visiblemente ajetreada y con los cabellos cubriéndole por momentos el rostro.

En el desespero por huir lo único que Chantal sabía es que no podía soltar la mano de su amiga, no miraba hacia atrás, como lo hacía Verónica, tampoco se preocupaba por ver a dónde corría. Solo caminaban hacia adelante, hasta que se encontraron dentro de una manifestación de mujeres feministas, parecía más bien una turba de pañuelos verdes y otros violetas, pancartas y consignas iban y venían. Las mujeres no se detenían por ellas eran muchas y los empujones la hacían trastabillar, hasta que se dio cuenta que había soltado a Verónica, la había perdido, cuando una mano salida entre la multitud la sujeto del brazo y como si ella fuese una ligera muñeca de tamaño real sintió como era alzada y arrojada fuera de la estampida feminista, impactando contra un poste de luz. El golpe la dejo aturdida, había chocado contra su hombro el cual palpitaba por el dolor. Con su mano apretaba la zona herida, tratando de aplacar el dolor sin éxito. Seguidamente, levantó la mirada para tratar de encontrar a la persona que la había sacado de aquella multitud. Verónica no podía ser, Enseguida se topó con una enorme figura de tez oscura, cabeza calva y brazos fuertes como piedra. Su aspecto era como el de uno de esos guardaespaldas que cuidan la entrada de las discotecas. Chantal no lo podía creer. A su mente llegaron las imágenes que conformaron la identidad de aquel hombre. Se trataba del mismo hombre que en el bus la miraba con tanta atención. El aturdimiento se disipó en un chasquido. Su respiración se agitaba, tragó una buena porción de saliva y sin pensar en el paradero de Verónica se echó a correr, esta vez mirando cada tanto hacia atrás, intentando perder a aquel sujeto.

Rastreadores de Almas y el Faro de OrienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora