11: El castillo en cabo El Ayak

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—¡Aspirantes! Estamos a unos minutos de ingresar al cabo El Ayak.— Dijo una voz resonando en la mente de todos los aspirantes. Chantal lo supo porque sin necesidad de emitir palabra intercambió miradas con Timothee y Kira.

La misma voz finalizaba el mensaje invitando a los aspirantes a ir a la cubierta del zeppelin para ver el aterrizaje en El Nido.    

—¡No nos lo podemos perder!— Chantal acababa de desperezarse, luego de unas cuántas horas adormilada en el asiento, por lo que encontró la ocasión perfecta para escabullirse de la cabina.

Poco le importaba la indiferencia de Timothee, quien parecía haber vuelto a ese estado de absorción en el que permanecía desde que lo conocieron. Era como si una nube de pensamientos lo envolviera y solo él pudiera saber de que se trababa. 

Pero Chantal estaba segura en algo, no iba a esperar a nadie. Así que abrió la puerta y salió corriendo, procurando siempre seguir a donde iba la mayoría de los aspirantes. Esa era la forma infalible de saber que no terminaría en el lado equivocado. Al llegar se topó con un una luz cegadora que la obligó a entrecerrar los ojos, para permitirle a estos adaptarse, después, los colores empezaron a mostrarse de a poco. Era una seguidilla de marrones y luego otra de azules que se dividían entre el cielo y el mar.

El paisaje era una seguidilla de acantilados, encarpados, rocosos y plagados de cavernas que parecían pequeñas y grandes bocas. Muchas de estas, en especial, las más bajas eran azotadas por el mar revuelto y espumoso. Pero que aún así servía de refugio para una variedad incontable de aves, con plumas de multicolores y picos de todos los largos y grosores.

Chantal caminó hasta el ventanal curvado de la cubierta y miró hacia abajo. El zeppelin avanzaba a una velocidad considerable, al punto que tenía que enfocar rmuy bien su vista porque estaban a solo un instante de pasar por encima de unas largas formaciones de piedra caliza. Tenían forma de dedos luchando por no terminar sepultados bajo el agua, rogaban por una bocanada de oxígeno, pero el mar se sobreponía y los cubría. Al pasar encima de aquella formación devolvió la mirada hacia los acantilados, pero ahora había algo más que no había notado antes. Las nubes que cubrían la parte más alta se despejaron como por órdenes de algún ser supremo y divisó un soberbio peñón de caliza con forma de castillo. Era como si el viento, el agua, la mano del hombre y la magia hubiesen trabajado por siglos sobre esa piedra para darle aquella forma.  No parecía un castillo de cuentos de hadas, ni tampcoo otro que antes hubiese visto. Era como si la piedra se hubiese estirado para crear aquel monumento que a simple vista hacía de refugio de aves. Con pedazos de roca filosos, puntiagudos, y también llenos de nidos y manchas de mierda de pájaro.

A simple vista Chantal no tenía la capacidad para contar cuántas torres tenía el palacio, pero en una primera contada, detectó más de diez, muy cerca una de la otra, como si fueran salientes de la montaña en forma de grandes escalones. 

—Bienvenida a El Nido ¡A que impresiona!— Dijo Kira sujetándola del brazo.

Chantal no se giró a mirarla, pero advirtió a su izquierda la figura de Timothee tocando el vidrio. Sonreía y en sus ojos pudo ver una chispa de ilusión. Supuso que esa era la misma que ella tenía en los suyos.

El zeppelin comenzaba a volar cada vez a menor altura, tanto así que Chantala temió que las alargadas formaciones rasgaran la parte inferior de la nave. Sin embargo, el zeppelin Stratuscumulus estaba diseñado para volar entre terrenos complejos y ese era uno muy bien conocido, por lo que sortear las olas era pan comido, aunque para los tripulantes, la turbulencia no era agradable, pero tampoco lo era ver cada vez más cerca la muralla de caliza. 

Algunos aspirantes, como ella se sujetaban de los brazos de sus compañeras para mantenerse estables, mientras daba pequeños mordiscos al interior de sus labios. Como si eso, en caso de un accidente los salvaría del peligro, peor aunque no lo hiciera, si que le brindaba una chispa de seguridad. Pero no todos eran así. Otros soltaban alaridos ante la turbulencia y algunos pocos como Timothee parecían estar lejos de ahí, como si el peligro no les afectara. 

Rastreadores de Almas y el Faro de OrienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora