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Suspiro cansado dando por finalizado otro interminable turno en urgencias.

La puerta del vestuario parece un muro de contención a todo la vorágine que se respira fuera, prueba de ello es el ruido que resurge cuando se abre de nuevo y NingNing entra quitándose el estetoscopio del cuello. Parece aún más cansada que yo, tiene grandes ojeras y la cara llena de fastidio.

— No tienes buena cara. —murmuro mientras me giro hacia la taquilla. Busco sin cuidado entre la ropa que está dentro del bolso de piel con el que acostumbro a venir a trabajar.— ¿Pasa algo?

— Otra sobredosis. —dice mientras se dirige al lavabo.— ¿Es que ya no puede uno divertirse sin ponerse hasta las trancas?

Abre el grifo con un sonido de resignación y se echa agua en la cara.

— Parece ser que no. —digo desabrochando los botones de mi pijama algo más valiente ahora que no puede verme por el espejo.— ¿Se ha puesto difícil?

— Venía hecho un Miura. —dice mientras se seca la cara con una toallita de papel.— Según él, alguien quería matarlo y tenía que irse. Casi me arranca un brazo cuando he ido a tomarle la tensión.

Me giro como un resorte y me acerco a ella terminando de colocarme la sudadera.

— ¿Te ha hecho daño? —pregunto mirándola con detenimiento.

Sonríe de medio lado.

— Mucho queso del pueblo de mi abuela tiene que comer ese para tirarme a mí. —dice envalentonada haciendo que me ría con algo de alivio. Ay, el famoso pueblo de los abuelos de NingNing. A pesar de no existir en la actualidad, todavía se habla de lo brutos y fuertes que eran todos los que allí vivían.— ¿Y qué tal de lo tuyo? ¿Cómo ha ido hoy?

— Bien. —digo con una sonrisa de victoria mientras voy de nuevo hacia la taquilla para terminar de quitarme la ropa de trabajo.— Todo sigue como hasta ahora. Tengo vía libre otros seis meses.

— Y que sea así siempre, amigo. —dice suspirando mientras comienza a cambiarse a la carrera.— Bueno, ¿me esperas? Te invito una buena copa y unos pintxos del bar de enfrente. Para celebrar.

La miro con los ojos entrecerrados por la sospecha mientras termina de meter el pijama quirúrgico en su bolso.

— Querrás decir al bar del padre de Jaebeom. —le corrijo con sorna.— Que te veo venir de lejos.

Comienza a reírse.

— Pillada.

— Anda, vamos. —digo sonriente mientras abro la puerta.— Por unos pintxos hago lo que sea.

— ¿Hasta soportar como tu amiga liga con el camarero? —pregunta con sarcasmo.

— Por un par de copas más, puede... —murmuro antes de sonreír a varios compañeros que nos cruzamos por el pasillo.— ¡Buen turno!

— ¡Hasta mañana, chicos! —responde el nuevo residente al cruzarse con nosotros.

— ¡Hao! —exclama Seulgi que entra por las puertas corredizas con su camisa blanca llena de sangre. Parece nerviosa y exaltada.— Necesito que alargues el turno y que me ayudes con un paciente que va a ingresar en unos minutos.

— ¡Pero Seulgi! —exclama NingNing.— Dios mío, ¿qué te ha pasado?

— ¿Estás bien? —pregunto al verla en aquel estado.

— Sí. Yo sí, pero, iba de camino a casa y he atropellado a un chiquillo en moto. —dice con pena y miedo. Mira a NingNing y de nuevo centra su atención en mí.— Sé que su turno ha acabado y hablaré con gerencia para que les paguen las horas extras. Pero ustedes son de mi confianza y necesito que se le atienda con especial cuidado, ¿entienden?

Habitación 038  - HAOBINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora