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Miro una vez más el color burdeos de las rosas y, oliéndolas, sigo con mi ritual de todas las mañanas. Me he propuesto que se mantengan el mayor tiempo posible, y Taeyeon me dijo que con una aspirina en el agua pueden aguantar semanas.

Cojo mi taza de café y me dirijo al ventanal suspirando. Fue un acierto poner en el salón los ventanales, me da una vista del jardín preciosa que me llena de paz y tranquilidad. O eso pensaba yo, hasta que Hanbin apareció en mi vida y ya ni siquiera el jardín hace que lo saque de mis pensamientos.

Con algo de reticencia me permito pensar en el instante en que ambos nos mantuvimos la mirada frente al espejo. Él, con el cabello rebelde y camisa abierta, y yo...atónito y expectante ante un momento que me hizo sentir que estaba en casa. No como aquí. No como ahora. La habitación treinta y ocho es ese remanso de paz y de guerra, pero que necesito para sentirme vivo.

Es un hecho. Me gusta Sung Hanbin. Me gusta mucho.

Me atrae su belleza pero también su manera de ver la vida, capaz de ponerse el mundo por montera con cada gesto o palabra. Es valiente y no se detiene ante las dificultades. Inteligente y audaz, capaz de captar cada intención mía al instante. Su carácter firme y de mecha corta, pero sobre todo, esa mirada que parece atravesarme cada vez que cruzo la puerta.

Me imagino, solo para mi placer personal, qué hubiera pasado si Hanbin tuviera diez años más. Y tengo que reírme. Sé de sobra que no me hubiera resistido a caer como la moneda que tiras a un pozo buscando la buena suerte. Una que, a simple vista, yo no tengo.

Hubiera seguido su juego de palabras, incluso me hubiera acercado a él más de la cuenta sin miedo. Hubiera dicho que sí al plan de ir al Nuevo Siglo XX, quizá lo hubiera invitado antes a cenar y seguramente nos hubiéramos peleado por ver quién pagaba la dichosa cuenta.

Y yendo más lejos, me imagino este treinta y uno de diciembre con la mesa del jardín llena de comida y algún que otro vino, con todas las personas que me importan. Las risas ante las ocurrencias de Hanbin, los chistes malos de Ningning y las anécdotas de los viajes de Ricky.

— Ricky... —murmuro con un nudo en el estómago. Últimamente apenas hablamos, y mucho me temo que en parte es por mi culpa. Él sabe que algo me pasa, pero se mantiene a la espera de que yo me arme de valor para contárselo. Pero, no me atrevo. Una cosa era contárselo a Ningning y otra, contárselo a mi otra mitad sin saber cuál será su reacción.

¿Cómo le cuentas a un psicólogo que trata los abusos sexuales infantiles que te sientes física y emocionalmente atraído por un adolescente? ¡Esto es de locos!

Busco el teléfono y marco de memoria su número mientras seco las lágrimas traicioneras que han salido por la visión del jardín y lo solitario que se ve en ese momento.

— ¡Bonjour chéri! —exclama con una risa la voz al otro lado de la línea.

Comienzo a reírme entre dientes. Es justo lo que necesito, el entusiasmo y la energía que tantas veces me han sacado de la trinchera en la que siempre me escondo.

— Buenos días para ti también. —le contesto mientras me siento en el gran sofá de piel que casi nunca uso.— Aunque con esa energía, creo que no lo necesitas. ¿Dónde estás?

Oigo de fondo un gran alboroto.

— Compras de última hora. —me dice mientras oigo el sonido del lector de códigos de las cajas.— Lo mismo de todos los años, comprar cuando en el supermercado no cabe ni un alfiler.

— Eso oigo... —digo dando otro sorbo al café.— ¿Y cómo se presenta la nochevieja? Al final, el otro día no me contaste.

— Muy bien, tenemos planes para cenar con amigos y salir por el centro de París a perder nuestro último sueldo.

Habitación 038  - HAOBINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora