Pete se miró a sí mismo en el espejo, con sus ojos cristalizados, llenos de lágrimas. No eran de tristeza, más bien, eran gracias a las incontables noches de insomnio y pensamientos de mujeres revolcándose.
Su camisa blanca cayó por su hombro, su barbilla se inclinó hacia su reflejo, dejando ver su piel pálida, reluciente. Su diamante reposando en la parte inferior de su clavícula, brillando. La piedra enjoyada le trajo mucha satisfacción, una que los miserables sucesos cotidianos no podían cumplir.
Pete estaba sentado en el pequeño asiento blanco frente al tocador de Lawan que había traído de casa. La madera blanca en la parte superior le recordaba su delicada belleza, en la que no se esforzaba demasiado. Sus labios siempre de un bonito tono rosa se volvían más rosados con labial o bálsamo. Sus mejillas se sonrojaban, contrastando maravillosamente con su cabello rubio que siempre caía en rizos sobre sus hombros. Su cuerpo pequeño, siempre luciendo más pequeño cuando usaba sus vestidos amplios. El rosa claro en la punta de sus dedos hacía que sus manos más pequeñas se vieran bonitas, todo su físico era bonito, todo sobre ella... era bonita, bonita, bonita.
Pete nunca estuvo enamorado de ella, siempre la había envidiado. Porque en el fondo, desearía poder ser ella.
Lawan podría haber estado con Vegas, ella habría satisfecho todos sus deseos. Se habrían besado y Vegas habría sostenido su pequeño cuerpo entre sus brazos, y sus llamativas apariencias rubias se habrían fusionado como agua y arena. Pete y Vegas no eran como el agua y la arena. Eran agua y fuego.
Cada acercamiento a Vegas era explosivo, estallando cada vez en una llama más grande. Nunca podrían estar juntos afuera. Pete nunca podría ser lo que Vegas realmente anhelaba, y esa era la verdad que escondía con vigor. Si Pete fuera una mujer, todo sería mucho más sencillo.
Hace meses, unos días después de su matrimonio, Pete estaba seguro de estar enamorado de Lawan. Siempre la había encontrado hermosa, siempre había querido estar más cerca de ella, ver cómo se movía, cómo hablaba... Pero nunca estuvo enamorado, solo era deseo. Un fuerte deseo de ser como ella.
No una mujer. Pero, bonito.
- ¿Pete? - Escuchó la voz de Lawan. Había regresado del trabajo. Estaba junto a la puerta. Pete volteó la cabeza hacia ella, luciendo precioso a la luz de la luna, como una flor. - ¿Estás bien? -
El chico asintió, dándole una pequeña sonrisa. -Lo estoy. - Dijo en voz baja. - ¿Cómo- um- cómo estuvo el trabajo? -
- ¿Has estado llorando? - Lawan preguntó en voz baja. Sonaba cariñosa, pero en realidad, estaba inquieta. Siempre lo estaba cuando veía a Pete ser tan frágil, tan... femenino.
- No. No, yo- Pete comenzó a decir, levantándose del pequeño asiento, acomodando el hombro de su camisa. -Estoy bien. -
- Esa camisa parece demasiado grande para ti - señaló Lawan, confundida. Pete sintió la fina tela de la que estaba hecha la camisa y se mordió el labio. - E-es de Vegas. Debí haberla tomado accidentalmente en Francia. - Pete dijo, tímido.
- Está bien. Iré a hacer la cena. - Lawan dijo, dándose la vuelta para salir. Pete exhaló un suspiro y luego caminó hacia su estudio para encontrar el único teléfono en su casa. Estaba a punto de llamar al número de Vegas, pero vaciló.
No sabía si llamar al hombre era la mejor opción en ese momento. La última vez que se habían visto, se habían comportado tan inestables, tan desiguales, se habían quedado en un punto en el que Pete no quería estar. Con todo lo que pasaba en casa, en el trabajo, en cualquier otro lugar, pelear con Vegas se sentía horrible. Vegas era su única fuente de felicidad en ese momento, por muy poco saludable que pareciera.
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SOMEBODY TO LOVE || VEGASPETE
FanfictionEnamorarse de un hombre durante los años 50 nunca fue algo que Vegas o Pete hubieran imaginado. Especialmente cuando ambos estaban casados con sus hermosas esposas. O la historia de dos amantes que nunca fueron el uno para el otro, pero el destino e...