28 | «Tienes que volver cuanto antes, Harry»

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Apago el estéreo del auto viendo a Melody con una sonrisa en mis labios. Si de mí dependiera, me quedaría aquí un rato más solo para seguir cantando la siguiente canción a todo pulmón, pero Melody tiene tanto afán por enseñarme cada rincón de la ciudad en la que creció que no está dispuesta a perder siquiera un segundo y permitirnos tres minutos más de karaoke, por mucho que le guste, no está en sus planes. 

El domingo a la tarde, Sam nos llamó contenta porque expondría sus cuadros otra vez en la misma galería que lo hizo cuando tenía veintidós años. Dijo que entendía que no pudiéramos asistir al evento, que no nos preocupáramos y, aunque desde entonces Melody se resignó a no poder ir, apenas colgó la llamada me encargué de comprar dos boletos de avión y convencerla de viajar a New York de sorpresa. La cara de Sam al vernos parados en la puerta de su edificio es otra de las que jamás voy a olvidar, la felicidad en cada una de sus facciones podía apreciarse a la perfección cuando abrazó a Melody y de haber podido congelar el momento, lo habría hecho sin pensarlo dos veces.

—¿Quién es Uriel? —pregunto mientras bajamos del auto.

—Es amigo de mi madre, se conocieron en la universidad y desde entonces no se han separado —toma mi mano tirando de mí para que camine a su lado por la acera—. Aquel bar es suyo —señala el local de la esquina con un letrero de luces que promete ser espectacular al estar encendido—. Siempre que me quedaba con él porque mamá tenía que viajar o algo, me dejaba subirme a las mesas y fingir que era un escenario. Adoraba pasar tiempo juntos, el tío Uriel es todo un personaje.

—¿Por qué dejaron de verse?

—No dejamos de vernos, pero se metió en cosas ilegales y el bar dejó de ser apto para niños, así que ya no hubieron más conciertos sobre las mesas.

Subo y bajo las cejas abriendo la puerta del bar con un brazo. Está completamente vacío, las sillas están sobre las mesas como si llevaran tiempo en esa posición esperando a que la suciedad las envuelva, pero el lugar no alberga siquiera un dedo de polvo, lo que contrarresta las apariencias.

 —¿Y qué venimos a hacer aquí? —Bajo una de las sillas y me siento moviendo mi cabeza de un lado a otro para tronar mi cuello.

—Quería que lo conocieras —dice ella asomándose detrás de la barra que está enteramente ocupada por vasos de cristal—. Me dijo que estaría aquí, no sé dónde ha ido.

Entonces, como si lo hubiera invocado, un hombre de al menos unos ochenta kilos y de estatura baja abre una de las puertas del enorme espacio y camina hacia nosotros sonriendo. La falta de cabello en su cabeza es obvia y por un momento me hace acordar a uno de esos tipos que aparecen en las series policiales en las que están involucrados con narcos.

—¡Melody! —exclama abrazándola—. Siento como si hubiera pasado una eternidad desde la última vez que te vi. Estás más alta y más bonita también.

Me pongo de pie para saludarlo, con intenciones de estrecharle la mano, pero la evita completamente y me da un apretado abrazo. Sonrío con él rodeándome la cintura, porque su cabeza me llega a los hombros, y miro a Melody agrandando los ojos en un claro pedido de ayuda.

—Suéltalo, tío —dice ella riendo y el hombre finalmente se aparta de mí.

Sin exagerar, o quizá un poco, de haber seguido así por mucho más tiempo me habría comenzado a faltar el aire-

—Es aún más guapo en persona, eh —Uriel asiente con la cabeza—. Ahora comprendo por qué los medios se volvieron locos cuando confirmaron estar juntos. Son la pareja más bonita que he visto en los últimos años.

Me encojo de hombros echándole una mirada de suficiencia y ella rueda los ojos arrugando la nariz.

—De verdad, se ven adorables, chicos —me da otro abrazo—. Estoy muy feliz por ustedes, recuerden invitarme a la boda.

Las canciones que quiero dedicarte [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora