Cap 6 °El Aliento de la Oscuridad y la Luminosa Protección°

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Mi corazón latía con un ritmo desenfrenado, como si intentara escapar de la jaula que era mi pecho. Mis ojos se encontraron con los de aquella mujer, y aunque su figura imponente amenazaba con devorarme, no podía apartar la mirada. La pesadez en mi pecho creció con cada palabra que salía de sus labios, palabras que resonaban con un tono psicótico que enviaba escalofríos por mi espina dorsal. "Vamos, ratoncito... muere de miedo..." Su voz, antes fuerte y desafiante, ahora era un susurro oscuro que se filtraba en mi mente. Mientras intentaba alejarme, sentía que mi cuerpo se tensaba, como si estuviera atrapado en un lazo invisible. Sin embargo, a pesar de la amenaza que pendía sobre mí, el miedo no se apoderaba de mis sentidos, no aún.

Mis palabras se ahogaron en mi garganta mientras contemplaba la figura que tenía frente a mí. Era imposible no notar la misma elegancia que irradiaba Lady Dimitrescu, pero en esta mujer había una energía que perturbaba profundamente. Las moscas que giraban a su alrededor formaban un halo oscuro y nauseabundo, como una sombra viva que la acompañaba a cada paso. Tomé aire y traté de calmarme. Debía intentar razonar con ella, entender por qué me amenazaba de esa manera. "Por favor... no sé qué piensas de mí, pero no quiero problemas", comencé, tratando de mantener mi voz firme. "Solo quiero hacer mi trabajo en paz, no tengo ninguna intención de dañarte ni de cruzarme en tu camino". Mientras hablaba, observé con más atención sus gestos, buscando algún indicio de que mis palabras estuvieran siendo procesadas, pero su expresión no mostraba nada más que una diversión sádica. Sus ojos brillaban con una mezcla de curiosidad malsana y puro deleite ante mi intento de razonar con ella.

"¿Problemas?" Repitió burlonamente, dando un paso más cerca de mí. Las moscas zumbaban de manera amenazante a su alrededor, y la hoz que blandía parecía brillar con una luz propia, oscura y siniestra. "Ratoncito, no entiendes, ¿verdad? No es que tú seas un problema, es que me divierte verte correr. Madre dice que no tienes miedo, pero yo sé que estás aterrorizada por dentro".

Mis pensamientos corrían a toda velocidad. Sabía que debía decir algo, cualquier cosa que pudiera desactivar la situación antes de que se convirtiera en algo más peligroso. "Madre..." murmuré otra vez, procesando sus palabras. Mi corazón dio un vuelco al comprender la relación entre esta mujer y Lady Dimitrescu. "¿Eres su hija?"

Su sonrisa se ensanchó, mostrando dientes afilados como cuchillas. "Eres lista para ser un simple ratón", respondió, avanzando un paso más hacia mí. La distancia entre nosotras se acortaba, y sentía su presencia como un peso aplastante. Mis piernas temblaban, pero me obligué a mantener la compostura. Debía mantenerla hablando, intentar calmarla de alguna manera.

"Si eres su hija, entonces entiendes el respeto que debo mostrarle a tu madre", continué, mi mente trabajando febrilmente en busca de algo que decir. "Solo estoy aquí para cumplir con mis obligaciones y servir a Lady Dimitrescu. No hay necesidad de... de este enfrentamiento."

Pero mis palabras parecían caer en oídos sordos. Su risa resonó en el pasillo, un sonido cruel que rebotaba en las paredes de la mansión. "Madre te protege porque cree que eres especial", dijo, su voz adquiriendo un tono más bajo y siniestro. "Pero yo quiero saber cuánto tiempo puedes mantenerte en pie antes de que tus rodillas cedan bajo el peso del miedo. Quiero saborear ese momento, ratoncito."

El pánico comenzó a apoderarse de mí. Estaba claro que razonar con ella no serviría de nada; su naturaleza sádica y caníbal la impulsaba a jugar con sus presas antes de consumirlas. "Por favor..." susurré, retrocediendo instintivamente mientras su figura se deshacía nuevamente en una nube de moscas que zumbaban ferozmente alrededor de mí. "¡Por favor, detente!"

Pero no había lugar para la piedad en su mirada. La nube de insectos oscilaba y se arremolinaba antes de lanzarse hacia mí con una rapidez aterradora. Mi instinto de supervivencia tomó el control, y sin pensar, me giré y comencé a correr. Los pasillos de la mansión se volvieron un laberinto mientras mis pies golpeaban el suelo con fuerza, impulsándome hacia adelante en una carrera frenética por mi vida. Podía sentir la nube de moscas tras de mí, un zumbido furioso que se acercaba cada vez más. El eco de mi respiración entrecortada llenaba el aire, mezclándose con el sonido del enjambre que me perseguía implacablemente. El dolor en mi pierna herida, que había comenzado a sanar, era ahora un recuerdo lejano ante la amenaza de ser atrapada.

°Fotografía Carmesí° Lady Dimitrescu x LectoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora