LXXIV

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Narrador omnisciente

—Tengo que comunicaros una cosa y es que... somos uno más en estanque de tormentas -informa el profesor, vendando su pie herido-. La inspectora Alicia sierra ha dado a luz a una bebé. De aproximadamente 3 kilos y medio, en perfecto estado de salud.

—Espero que esta vez no te hayas desmayado, eh Sergio -ante la noticia, una pequeña sonrisa se formó en Olivia.

Lisboa y Marsella dieron opciones de nombres a través de los comunicadores, finalmente su madre la bautizó como Victoria.

Mientras que en la cocina del Banco el silencio reinaba, aún así los atracadores se mantenían atentos, con las armas fijas en sus manos sudorosas y sus ojos alerta a través de los agujeros, era un silencio inquietante que los dejó escuchar el ligero zumbido de los taladros perforando la pared.

—Cubran la puerta -ordena Denver antes de seguir a Tokio.

El sonido los guía hasta la nevera, llena de carnes congeladas, la broca vuelve atravesar la pared, avisándoles el lugar exacto donde se encontraban los militares. Silene no pierde tiempo y dispara dos balas a la altura de las rodillas, lastimando a sus contrincantes.

—Cañizo, están en la despensa -advierte el Coronel Sagasta

—¡Tokio, corre!

Narra Olivia.

Los latidos de mi corazón me ensordecen, golpéanos mi pecho tan rápido que duele, siento mi garganta desgarrarse y aún así no escucho mi grito llamándola, sé que su nombre sale de mi boca con angustia. Daniel me sostienen fuera del alcance de las balas, su fuerza es nula pues sus brazos tiemblan.

—¡Tokio!

El cuerpo de mi amiga es perforado varías veces antes de rebotar contra el suelo, sin pensarlo y con ayuda de Denver, nos arrastramos para traerla junto a nosotros, evitando que la sigan hiriendo.

—No, no, no, por favor -mis dientes castañean

Nuestras miradas conectan al tenerla entre mis brazos, con una mueca de tristeza en sus labios. Denver solloza fuertemente mientras sostiene el rostro de Tokio, acariciandolo.

—Tenemos que...tengo que -no soy capaz de terminar mis oraciones-. Llévala por allá.

Mis brazos se rehusan a soltarla, pero se la entrego a Denver, quien la coloca suavemente contra la pared, sentándola.

—Sergio, Tokio está herida -informo sin despegarme de ella-. Tiene impactos en el brazo y en la pierna...no puedo curarla, no aquí.

Ignorando el mareo y el dolor de cabeza, me apresuro a colocarle torniquetes con un mantel que Denver me da. Soltando varios "aguanta" para Tokio.

—Vamos a tardar un poco más en abrir el museo -el profesor responde después del silencio-. Montad una posición de defensa que cubra cualquier entrada. Si estás atrincherados, tenéis una mejor oportunidad.

—Bonita, el mocoso y yo estamos haciendo un agujero -escuchar las cosas de Berlín me tranquiliza- Voy a sacarte de ahí, aunque tenga que tirar toda esa planta.-

—Vamos a aguantar -Denver afirma pasando sus ojos de Tokio a mi-. Vamos a aguantar.

—Vas a estar bien -aprieto la mano de la atracadora-. Vamos a salir de aquí.

—La tienes difícil, parezco un colador.

Como si nuestra mala suerte no fuera suficiente, los disparos vuelve.

La casa de papel ||Berlin|| (2.0)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora