Disidencia controlada...

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Un joven sacerdote caminó de un lado al otro yendo del living al comedor de su pequeña casa perdida en el interior de la provincia de Buenos Aires, siendo observado por su único invitado que intentaba acomodarse en el asiento para poder lidiar con un silencioso pero eterno dolor de rodilla.

— ¿No tendrían que haber llegado ya? — preguntó en voz alta mientras dejaba el mate sobre la mesa.

— ¿Estás preocupado? Pareces su mamá — se burló Olivier desde la silla y tomó un pava metálica con una de sus manos para volver a llenar el mate.

El sacerdote joven lo miró indignado.

El hombre cuya rodilla aún seguía recuperándose de los acontecimientos de la semana anterior, lo miró con resignación.

— Bueno a ver, ¿Qué pasa? — preguntó dispuesto a ser la voz de la razón.

— Tengo un mal presentimiento... — reveló el sacerdote.

— ¿Ah sí? — se interesó el otro acomodando su cabello con los dedos de una mano — ¿Por qué?

— No sé... — se sentó a la mesa — Pero no suelo equivocarme con esas cosas...

— Para mi te falta sueño... — intentó aliviar su preocupación con un comentario al pasar — Pero... Algo me dice que tu intuición no se equivoca... — sonríe. — ¿Será por experiencia?

Santiago sonrió resignado.

— ¿Tan fácil lees a las personas? — preguntó acomodando su silla.

— No lo sé, quizás sea por la inteligencia colectiva a la que estuve atado mucho tiempo... — le restó importancia y tomó mate en silencio.

— ¿Atado? —

— Y si. Una vez que entras, no te puedes ir. A no ser que te mueras o hagas un pacto estupido y te saquen... — sonrió resignado — Es un pacto de sangre después de todo... — se encogió de hombros — Tiene sus beneficios... Pero no voy a negarte que el silencio es algo que estoy empezando a apreciar quizás más de lo que me gustaría admitir...

— ¿Vivías oyendo los pensamientos de los demás? — preguntó con interés el sacerdote.

— Si, al final termina siendo como una radio en volumen bajo al fondo de tu cabeza — suspiró con un dejo de nostalgia — Siempre presentes, totalmente erráticos y de las más diversas formas... Pero... Me estas cambiando de tema

— Uhm... — se resignó el sacerdote — Debe ser el estrés....

Olivier alzó las cejas.

— Bueno, ya que estás aquí... — El sacerdote lo miró — ¿Me flotas al baño?

Santiago sonrió resignado ahogando una risa.

— Ya estás un poquito grande como para que flotes solo ¿No? — desestimó su pedido.

— ¡Pero! ¡Mi rodilla! — se quejó aburrido Olivier.


11:20hs.

El aire en el auto era tenso, casi al punto de poder cortarse con un cuchillo. Sofía miró a Matias, quien tenía la vista fija en la ruta y aún le duraba la palidez del encuentro con aquellas dos personas.

— ¿Te sientes bien? — preguntó Sofía genuinamente preocupada al verlo manejar en silencio varios minutos más tarde.

— No. Para nada... — se limitó a decir el sujeto con un hilo de voz. — Pero gracias por sacarme de ahí. En serio... — comentó sin mirarla.

#3 Fragmentos del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora